sábado, 27 de febrero de 2010

Génesis del cordero filosófico

Todo concepto es una abstracción que expresa la singularidad del objeto. Pero, toda singularidad refleja la identidad del antagonismo de la contradicción.
Superar las contradicciones forma parte de un conjunto de necesidades inmanentes al hombre y que lo distingue del resto de las especies. Vencer todas las dificultades u obstáculos es una cualidad que brota de un impulso irresistible e imperecedero del espíritu humano. José Carlos Mariátegui, lo tenía muy presente: “A cada experiencia frustrada, recomienzan. No han encontrado la solución: la encontrarán. Jamás los asalta la idea de que la solución no exista. He ahí su fuerza.” La solución existe ¡Sí o Sí! … En todo caso, la inventa, la imagina, la disimula o disfraza. Por eso, desde que la plétora de recursos le dio “todo el tiempo del mundo”, ha enfrentado la necesidad de resolver la relación entre el concepto y la realidad, entre la conciencia y la materia, entre el pensar y el ser social, entre el mundo subjetivo y el mundo objetivo. Aclarar esta dificultad dio origen al cordero filosófico: materiismo e ideísmo .
El punto de partida define la singularidad del concepto, la originalidad del cordero filosófico. Si consideramos la materia el punto de arranque y limite del pensar; luego, la materia es lo primario y la idea lo secundario, lo derivado. Pero, aclara Engels, ésta no es una relación unidireccional ni mecánica sino bidireccional y dialéctica: “…el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real (…) La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta (…) ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, (…) (finalmente) acaba imponiéndose como necesidad el movimiento económico.” En otros términos. La conciencia social (mundo subjetivo) no sólo es un reflejo pasivo, sino, también, es una fuerza activa que actúa sobre el ser social (mundo objetivo=materia=naturaleza=hombre).
Los primeros pasos del pensar filosófico en la antigüedad fueron balbuceantes, intuitivos, instintivos, espontáneos, naturales pero, a fin de cuentas, materiistas. Los hombres, antes de argumentar, habían actuado; el pudín se prueba comiéndolo, dice Engels. Y no podía ser de otra manera. La impotencia del hombre ante las fuerzas amenazadoras e incomprendidas de la naturaleza era enfrentada con el culto a esas fuerzas ignotas. Pero, a medida que la diferenciación económica fue asentando sus fueros, su poder, la necesidad de preservar los privilegios de clase recién conquistados dieron origen al ideísmo como filosofía. De otro modo, ¿Cómo se justificaba la propiedad privada, la voluntad de apropiación, el dominio de los unos sobre los otros?
El realismo espontáneo en Aristóteles, por ejemplo, es relegado por la exigencia ideológica (de la clase social a la que pertenece) que debía probar que la esclavitud era un orden natural. Pero lo cierto es que política y esclavitud son artificios que el hombre inventa para imponer su voluntad. La genial intuición de Aristóteles (“la trata de esclavos envilece a los ciudadanos”) es arrinconada por la exigencia de dominio de clase (“la naturaleza hace al esclavo“, no es un hombre sino una simple cosa, un “instrumento que habla” ). Y así, durante la vida útil del Estado y las clases sociales, siglo tras siglo, el interés de clase somete, domina o condiciona la objetividad en el análisis o estudio de las relaciones sociales.
El hombre al entrar en contacto con la naturaleza o sus semejantes lo hace con una intencionalidad definida; es decir, con apetencias, deseos, emociones, pasiones que le impulsa su constitución física y una serie de circunstancias externas que, precisa Engels, en última instancia son circunstancias económicas. Entonces, al actuar las emociones preceden a las relaciones materiales. El hombre proyecta en su cerebro lo que se propone realizar. Y las pretensiones de hacer suyos los resultados del esfuerzo social (que dan la impresión de ser individuales), se imponen a la realidad del trabajo social, del esfuerzo mancomunado (sin el cuál la fatiga individual no es nada). Esta aspiración es la que impulsa a que el hombre imagine que la idea es lo primario y la materia lo secundario. La inteligencia había inventado una forma de eludir o ignorar lo que tercamente la experiencia indicaba: el hombre para sobrevivir tiene que ser realista (materiista) si no quiere sucumbir.
Con la crisis del derecho gentil y la superación del régimen comunal se llega a la propiedad de los medios de producción, y la entronización del pensar ideísta constituye la respuesta de clase para preservar los privilegios conquistados. El realismo filosófico de la antigüedad es sustituido por el ideísmo filosófico de clase. Esta es la razón por la que el combate de clase (lucha teórica-lucha política-lucha económica) está íntimamente vinculado al combate filosófico: materiismo e ideísmo (lucha ideológica). Así, el cordero filosófico, refleja la identidad del antagonismo de la contradicción (“lo dialéctico es captar la antítesis en su unidad.” ): capital y trabajo, burguesía y proletariado, capitalismo y socialismo.

Tacna, 25 Agosto 2007
Edgar Bolaños Marín

[1] JCM, El Hombre y el mito, El Alma Matinal y otras estaciones del hombre de hoy, Biblioteca Amauta, 1985, Pág. 28
[2] En realidad. Los sueños constituyen el vehículo de las primeras cavilaciones filosóficas desde que el dominio del fuego le permite dormir sin sobresaltos.
[3] Ramón García Rodríguez, en Socialismo y religión (01/04/07), precisa una antigua confusión en la terminología filosófica: “Idealismo y Materialismo son, pues, conceptos filosóficos. Pero aquí es menester hacer una precisión. Si lo primario es la idea (del griego idéa: ver), el primer término derivado debería ser ideísmo. Y si lo primario es la materia (del latín mater: sustancia), el primer término derivado debería ser materiismo. / Si ideísmo y materiismo son términos precisos, que no dan lugar a confusión alguna, idealismo y materialismo tienen otros significados más, lo que ocasiona confusión hasta el presente. Y es que idealismo deriva de ideal, que también significa altruismo, elevación, generosidad, desprendimiento. Y materialismo deriva de material, que también significa egoísmo, bajeza, utilitarismo, mezquindad.”
[4] Carta de Engels a Joseph Bloch, Londres, 21-22 de setiembre de 1890
[5] Las grandes transiciones siempre han sido épocas de búsqueda, de respuestas innovadoras, de cambios trascendentales. El paso del esclavismo al feudalismo es la excepción, pero, tiene sus porqués. En la edad antigua. Grecia es paradigma de transición y de su entraña nace un nuevo orden esclavista. Engels, en Extractos de los escritos preparatorios de Engels para el Anti-Duhring, escribe “Grecia pereció por causa de la esclavitud. Aristóteles ya había dicho que la trata de esclavos envilecía a los ciudadanos –sin contar con que les imposibilitaba trabajar–.”(La Génesis del “Anti-Duhring” , México, D.F., 1975, Pág. 64) En la antigüedad, el modo de vida comunitario –inevitable como necesario– brotaba de la insuficiencia, de la escasez, de la carencia de recursos. Charles Fourier (1772-1837), en hora temprana del capitalismo decía: “en la civilización, la pobreza nace de la misma abundancia”. Años después, Marx y Engels dirían: “la incompatibilidad entre la producción social y la apropiación capitalista se reproduce como contraposició n entre la organización de la producción en cada fábrica y la anarquía de la producción en la sociedad en su conjunto.” La competencia es la forma capitalista de eliminar capital y capacidad excedente (máquinas y hombres). El resultado de la revolución industrial y la brutal competencia: “tres personas millonarias poseen mas que 600 millones de personas.” (Fuente: la ONU) La paradoja de nuestro tiempo: Mira al avaro, en sus riquezas, pobre. El hombre de caudales cuanto más dinero posee se hace más pobre, su menesterosidad crece cuando su fortuna se incrementa. Y la opulencia contrasta con la miseria que nace de la misma abundancia. Vivimos un intenso período de transición que preludian grandes transformaciones. ¡Qué duda cabe!
[6] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Obras completas Tomo XLII, Editorial Cartago, 1972, Pág. 98

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