jueves, 18 de febrero de 2010

Platón: un fósforo en el cerebro





Dos mil trescientos años atrás, decía Platón en su Carta VII: “de repente, como la luz que salta de la chispa, brota la verdad en el alma y crece espontáneamente.” Ese es un proceso mental que ocasionalmente se presenta entre los hombres. La historia los tiene registrados en frases que con los años nos recuerdan el momento preciso de un gran descubrimiento. ¡Eureka! Es célebre porque inmortaliza el instante en que Arquímedes encontró la respuesta a sus indagaciones. En los barrios la solución a un problema se la registra comentando con alborozo: ¡Idea, se me prendió el foquito! En el proceso del conocimiento, un fósforo en el cerebro ilumina el tránsito de la representación del objeto (cosa en sí) al uso de éste (cosa para sí). La representación del objeto es su descubrimiento (cosa en si); pero, sólo en el momento en que logra tener conciencia de su utilidad, de su uso, se puede decir que lo inventa o reinventa (cosa para sí). Así como la luz que salta de la chispa tiene sus causas o fuentes (materiales y espirituales). Las verdades o inventos se apoyan o inspiran en el conocimiento precedente y en los materiales que constituyen la base ineludible del conocimiento como proceso. Así y sólo así, las ideas avanzadas de uno se transforman en ideas avanzadas de todos y las ideas avanzadas de todos sirven de base para los nuevos descubrimientos que resaltan la singularidad del inventor. Esa es la singularidad de los procesos del conocimiento humano que nos distingue del resto de las especies. Platón, por las limitaciones de su tiempo y el punto de vista de su clase, en una carta que “mandó desde Sicilia a los amigos de Dión, decía entre otras cosas que la ventaja de tener una posición filosófica es que en ésta ocurre algo muy distinto de lo que ocurre en el comercio, porque cuando uno hace una discusión, y la hace racionalmente, allí el que pierde gana, porque tenía un error y encontró una verdad; lo que quiere decir que el que gana pierde porque simplemente él sostuvo su verdad.”[1] El perdedor de Platón es el que suelta una verdad y el ganador el que rectifica un error. Desde la óptica individualista de Platón tenemos un perdedor, base del egoísmo capitalista[2]; pero, desde una mirada humana no existen perdedores, base de la colaboración socialista. Perdedores y ganadores pertenecen al mundo y submundo de la burguesía. Un atributo inherente a la clase obrera no es precisamente la competencia: La victoria del proletariado no lo convierte en el lado absoluto de la sociedad, pues sólo vence destruyéndose a sí mismo y a su parte contraria. Victoria del proceso dialéctico: no hay dominados sin dominadores, ni hay dominadores sin dominados.

Edgar Bolaños Marín

17 Febrero 2010

[1] Democracia y Participación, Fragmento de la obra de Estanislao Zuleta, Ensayos Selectos. Instituto para el Desarrollo de Antioquia, Medellín, febrero de 2004. Digitalizada y presentada por Ramón García Rodríguez.

[2] El egoísmo hunde sus raíces en la propiedad privada y es la base de la competencia capitalista en todos los terrenos: económico, político, social, intelectual.

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