viernes, 20 de agosto de 2010

Polémica, un túnel en el tiempo que ha de llegar a su destino.


Parásito & huésped[1]


Dedicado: A mis maestros de la III generación del socialismo peruano



Vivo en conversación con los difuntos/
y escucho con mis ojos a los muertos.


Así escuchamos y bien leemos a don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas (1580-1645). Pero… ¿es lógico ese modo de entender la relación entre vivos y muertos? Para el pensar metafísico, que juzga los hechos estáticos y fragmentados, es absolutamente ilógico. Más para la lógica dialéctica, esa manera de interactuar entre vivos y muertos, es completamente natural.

Ver, escuchar, conversar, esto es, leer, tiene en el príncipe de los líricos una connotación histórico-natural. Vista, oído y lengua. Tres sentidos que superando la limitante (tacto) fusionan el pasado con el presente. El hombre actual conversa (diálogo activo: preguntas y respuestas) con hombres de otras épocas. Lo aparentemente absurdo se revela como inteligible porque señala procesos ineludibles para la supervivencia de la especie (continuidad en la discontinuidad de la progenie).

La vida se prolonga en los muertos porque los muertos hablan a través de sus obras. Si repasamos la historia universal, observaremos que el éxito de la especie humana reside en que se sirve del consejo de los muertos. Desde tiempos inmemoriales el hombre avanza conversando y escuchando[2] a las generaciones extintas. La lectura es un hecho activo y no pasivo. El hombre conserva y niega algo de la palabra viva de los difuntos porque fecunda o corrige sus “asuntos” o problemas actuales.

Pero, como esa relación, entre vivos y muertos, no es cualquier plática ni mucho menos cualquier oída. Entra en escena la figura literaria de parásito & huésped. Todo parásito vive del huésped, en lo espiritual como en lo material, una relación unidireccional de alimentación. Sin embargo, esa relación no indica una prescindencia futura inevitable del parásito. La vida enseña que no existe parásito sin huésped ni huésped sin parásito. Pues, ambos, son absolutamente indispensables para un desarrollo social que se despliega en medio de contradicciones y a través de contradicciones.

Uno de los principios de la biología dice que la evolución tiende hacia el aumento de la potencia reproductora. Hombre que se deja matar fácilmente por bacterias o parásitos es un hombre mal adaptado, no vive lo suficiente para reproducirse. Y una bacteria que mata a su huésped es una bacteria mal adaptada, igualmente. Porque todo parásito que mata a su huésped es un ser defectuoso. Cuando el huésped muere, él ha de morir también. Los parásitos perfectos son los que pueden vivir del huésped sin matarlo. En el mundo del capital, el burgués (parásito) vive del obrero (huésped). Y éste parásito es imperfecto porque pretende liberarse del obrero. (La robótica, sueño burgués para sustituir a los trabajadores. Pero, los robot no producen plusvalía con lo que se valida un antinatural propósito burgués.) Se puede prescindir del burgués y el obrero en un sistema productivo superior. Pero, no se puede prescindir de la figura del parásito. En el mundo hay parásitos y parásitos.

Veamos. En nuestro entorno existen parásitos que toman estas observaciones con malos ojos. Atendamos la razón de la sin razón. Un parásito sufre, se ofende y protesta porque otro parásito califica de parásito al parásito de sus amores. ¿Es absurdo ese modo de proceder? ¡No! ¡Qué va! Todo lo contrario ese proceder es hasta natural. Pero, aquí cabe hacer una distinción. Al hombre masa las pasiones lo estimulan hacia construcciones del porvenir o lo atan al pasado que se niega a morir. Al hombre solitario, enfermo de individualismo, las pasiones lo enceguecen, le nublan el entendimiento y tuercen la razón. Donde hay dialéctica sólo ven metafísica.

Orden capitalista. Hombres y parásitos conviven con o sin fines de lucro. Hombres y parásitos pugnan por la hegemonía sistémica. Hombres y parásitos se distinguen en el trabajo y por el trabajo (unos trabajan y otros viven del trabajo ajeno). Sin embargo, en la naturaleza como en la sociedad, no todo parásito es una rémora ni toda rémora es un parásito, como bien observa Gamaniel Guevara. Por ejemplo, si observamos la interacción dialéctica, aprendizaje – enseñanza, todos, absolutamente todos, en algún momento de nuestras vidas hemos sido o seguimos siendo parásitos de uno o varios personajes que nos han antecedido en el andar. Todo parásito vive del huésped. Los marxistas somos parásitos de los maestros de la clase obrera. Y mientras no suelten amarras ni agarren vuelo propio no cesarán de vivir del huésped. En la comunicación literaria o científica. El discurso del parásito hace suyas (incorpora) las palabras (pensamiento, logros o resultados de gestión) del huésped dentro de la arquitectura de su discurso (elimínese las referencias bibliográficas y tendrán una alocución muy “original”).

De otra parte, con el concepto parásito ocurre lo mismo que con la acepción animal. Las expresiones ¡Parásito! ¡Animal! caen como pedrada en el ojo. Y más de uno reacciona con furor. Aquél furor inconstante a que ingeniosamente hacia referencia don Francisco Gómez de Quevedo: “Y aunque es verdad que la ira enfurece, furor arma ministrat, tómase por borrachera, pues emborracha la cólera: así lo dice la frasi castellana: ‹‹borracho de cólera››.”[3] Así lo dice, hoy, el galeno de combatientes en ciernes, con la serenidad y templanza que el oficio le otorga: “Parásito & Huésped, me parece de fina ironía terapéutica, aunque al ser leído por quienes tienen un ego dilatado puedan sentir las pulsaciones de otra descarga de adrenalina.”[4] Y así lo dice, cualquier caminante que asume un tono reflexivo: ¡toda acción tiene su reacción! Reacción que, para el caso, brota espontánea desde el alma del sujeto. El hábito de sentirse superior choca brutalmente con expresiones que exhiben (muy a su pesar) la naturaleza humana. Lo propio ocurre con las teorías que revolucionan los campos del saber humano. A esas reacciones psicológicas se refería el maestro Mariátegui cuando afirmaba lo siguiente: “El psicoanálisis era objetado, ante todo, porque contrariaba y soliviantaba una espesa capa de sentimientos y supersticiones. Sus afirmaciones sobre la subconciencia, y en especial sobre la libido, inflingían a los hombres una humillación tan grave como la experimentada con la teoría de Darwin y con el descubrimiento de Copérnico. A la humillación biológica y a la humillación cosmológica, Freud podría haber agregado un tercer precedente: el de la humillación ideológica, causada por el materialismo económico…”[5] Lo cierto es que a los hombres, fatuos o engreídos especimenes de la vida natural, les resulta difícil digerir ambos conceptos como descripción de sí mismos. La razón: el culto a la superioridad de la especie.

Todo concepto simboliza o representa la materia dialéctica en el cerebro. Y, parásito como cualquier concepto tiene su lado positivo (beneficioso o fecundo) como su lado negativo (improductivo o dañino).

Al comenzar el siglo. Las pasiones salen a relucir entre parásitos; pero, uno no es un vulgar piojo y el otro nada tiene que ver con una molestosa ladilla. Pues, hay parásitos y parásitos. Unos, son indispensables para la vida y salud del huésped. Verbigracia, Lenin y JCM fueron parásitos de Marx como Einstein de Newton. Otros, en cambio, son rémoras (carroñeros) que absorben la energía del huésped y, por tanto, son desechables. Verbigracia, Kautsky o Bernstein, en algún momento de su actuación política, involucionan renegando de las fuentes que les dieron vida. Pero, ¡cuidado!, el parásito escolástico (Magíster Dixi) que se corresponde con el parásito intolerante (los que reaccionan “con exceso contra los que no se deciden a seguir, sin reservas, la misma vía”.[6]) son productivos no sólo como reactivos. Son productivos porque, como todo, evolucionan (crecimiento intelectual). Y mientras éste crecimiento no se transforme en involución seguirán siendo factor de desarrollo. Sólo así se puede entender la actuación de Martínez de la Torre como la de Eudocio Ravines en los aurorales años del socialismo peruano. Sólo así se puede entender que JCM, pese a saber quien era quien o de qué pie cojeaban, propusiera a Ravines a la Secretaria General del Partido Socialista y tolerara a Martínez como su secretario personal.

Ahora bien. El tránsito de parásito a huésped es un asunto de crecimiento intelectual. El parásito durante un largo período, cuál crisálida, se va transformando en huésped; pero, el potencial huésped, hasta el fin de sus días, seguirá sirviéndose de las fuentes (como punto de apoyo) a las cuales debe su inspiración[7]. En este proceso como “el pensamiento tiene una necesidad estricta de rumbo y objeto.” Y “pensar bien es, en gran parte, una cuestión de dirección o de órbita.”[8] El libre pensador está convencido de su autonomía conceptual. Pero, contrariamente a lo que él piensa, parece ser gobernado por una ley natural. En la relación entre voluntad y determinismo. El desarrollo del pensamiento, en última instancia, se reduce a un problema de fe. Sólo el que cree puede alcanzar nuevas cumbres. Stephen William Hawking cree a Einstein, y esa fue la base de la superación de Einstein. Esa es la razón porque José Carlos recuerda las palabras de Bernard Shaw: “Karl Marx hizo de mí un hombre; el socialismo hizo de mí un hombre”.

La maestría de la pluma del cholo Vallejo relaciona ciencia, sentido común y fe:


Confianza en el anteojo, nó en el ojo;
en la escalera, nunca en el peldaño;
en el ala, nó en el ave
y en ti sólo, en ti sólo, en ti sólo.




Un barrista que le entra a comentarista con todo derecho dice: “Es francamente una verdadera bajeza el comentario que reproduzco abajo: su autor, fingiendo equilibrismo, suelta un insulto al camarada Ibarra, a quien, repitiendo los insultos de García, llama «parásito». Verdaderamente asqueante, absolutamente repudiable.” Pero, el ojo no siempre tiene la razón. El ojo engaña, observa lo que desea observar. El anteojo define, aclara, lo que el ojo no logra precisar. El ojo es al sentido común, a la metafísica como procedimiento. El anteojo es al marxismo, a la dialéctica como método.

Pero, ¿Qué sería si todo fuera unánime? el mundo no sería dialéctico, pregunta y se responde, con toda razón Jaime Lastra. Y agrega con la perspicacia del que busca unir y no excluir: “Sabemos que la libertad de nuestros pensamientos tiene el límite de la práctica social. Más nunca por ello el pensamiento revolucionario se resigna a no pugnar por ser absolutamente libre.”[9] Por cierto, el libre pensador cree ciegamente en su autonomía conceptual. Y su libre albedrío[10], contrariamente a lo que él supone, parece ser gobernado por una ley natural que, a decir de los marxistas, lleva en sí misma la relación entre voluntad y determinismo: la necesidad hecha conciencia. Esta es la razón, de que la dialéctica subjetiva sea ciega si no obedece a la conciencia de la necesidad. Y la conciencia de la necesidad es, el lado revolucionario de la miseria, “la miseria conciente de su miseria espiritual y física, la deshumanización conciente de su deshumanización” (La Sagrada familia).

Ser marxista es el que sigue el punto de vista, método y posición de los fundadores del socialismo proletario. Ni más ni menos. Y, ser marxista en el Perú es continuar la sinfonía inconclusa de José Carlos Mariátegui. Es continuar su derrotero en el que sólo la dialéctica de la ortodoxia dentro de la heterodoxia puede llevarnos a nuevas cumbres en el desarrollo del marxismo (superación que conserva lo negado). ¡Ita est !



“¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo, y Perú al pie del orbe;
yo me adhiero!”




Enero - Marzo 2008
Actualizada 20 Agosto 2010
Edgar Bolaños Marín

[1] En octubre de 1991 un hato de estreñidos escribanos estrenan Parásito & Huésped, Revista de Cultura, Tacna – Perú. En su Editorial estampan éstas premonitorias palabras: “pujamos entre los libros y sus fantasmas”. En aquél entonces, su inspirador de rancio abolengo y lanar estirpe, don Segundo Urbano Cancino de Ticona y Morales, apenas balbuceaba y en su “media lengua no se manifestaban los sonidos”. Compensando las carencias garabateaba unas cuartillas, con la metafísica en la diestra. Y, ¿en la siniestra? Ese es el cuento. Eyectaba, depositaba, evacuaba, su histriónico Editorial. Acontecimiento que damos cuenta en ésta breve nota y que el aprendiz de diablo con la cola corrige: “LECTOR, tú eres un incorregible huésped: ¡Bebe! ¡Lee! ¡Goza!” De tal modo, nuestro didáctico parásito muta su composición químicamente pura en huésped y de huésped pasa a parásito y así hasta el fin de los tiempos.

[2] Se conversa y escucha con los ojos desde la invención de la escritura.

[3] Francisco Gómez de Quevedo, Ob. Tomo II, Sevilla 1903, Pág. 112

[4] Correspondencia de Gamaniel Guevara, 2008.

[5] José Carlos Mariátegui, Defensa del Marxismo, Biblioteca Amauta, Lima-Perú, 1959, Pág. 69

[6] JCM, Amauta Nº 20, Enero 1929, Necrología, Julio Antonio Mella.

[7] En el verano de 1976 la salud de Mao Zedong se fue deteriorando progresivamente. Los últimos meses de vida los pasó en cama y rodeado de libros de marxismo en los cuales buscaba respuestas para los problemas del socialismo en China.

[8] JCM, Defensa del Marxismo, Tomo V, Pág. 105

[9] Carta de Jaime Lastra a Miguel Aragón 04 feb 2008

[10] La burguesía considera la libertad y la necesidad como conceptos que se excluyen y entiende libertad como autodeterminación del espíritu, es decir, como libre albedrío, como la facultad para obrar reflexiva y voluntariamente no determinada por las condiciones exteriores. István Mészáros, en La Teoría de la enajenación de Marx, observa que: “Libre albedrío es, hablando en sentido estricto, una contradicción en los términos. Este concepto afirma un objeto (en tanto lo define como ‘albedrío’ con el que algún objeto debe relacionarse necesariamente) y simultáneamente niega su necesaria relación (al llamar al albedrío “libre”) para poder encarar un ejercicio –ficticio- de este mismo ‘libre albedrío’.” Al respecto, Swami Vivekananda es de la misma opinión: "no puede haber una cosa llamada libre albedrío; las mismas palabras son una contradicción”. John Locke negó que la frase “libre albedrío” tenga sentido y Thomas Hobbes es aún más lapidario: “es un discurso absurdo”.