viernes, 5 de noviembre de 2010

ZINOVIEV Y LA TERCERA INTERNACIONAL



Periódicamente, un discurso o una carta de Gregorio Zinoviev saca de quicio a la burguesía. Cuando Zinoviev no escribe ninguna proclama, los burgueses, nostálgicos de su prosa, se encargan de inventarle una o dos. Las proclamas de Zinoviev recorren el mundo dejando tras de sí una estela de terror y de pavura. Tan seguro es el poder explosivo de estos documentos que su empleo ha sido ensayado en la última campaña electoral británica. Los adversarios del laborismo descubrieron, en vísperas de las elecciones, una espeluznante comunicación de Zinoviev. Y la usaron, sensacionalmente, como un estimulante de la voluntad combativa de la burguesía. ¿Qué honesto y apacible burgués no iba a horrorizarse de la posibilidad de que Mac Donald continuara en el poder? Mac Donald pretendía que la Gran Bretaña prestara dinero a Zinoviev y a los demás comunistas rusos. Y, entre tanto, ¿qué hacía Zinoviev? Zinoviev excitaba al proletariado británico a la revolución. Para la gente bien informada, el descubrimiento carecía de importancia. Desde hace muchos años Zinoviev no se ocupa de otra cosa que de predicar la revolución. A veces se ocupa de algo más audaz todavía: de organizarla. El oficio de Zinoviev consiste, precisamente, en eso. ¿Y cómo se puede honradamente querer que un hombre no cumpla su oficio?

Una parte del público no conoce, por ende, a Zinoviev sino como un formidable fabricante de panfletos revolucionarios. Es probable hasta que compare la producción de panfletos de Zinoviev con la producción de automóviles de Ford, por ejemplo. La Tercera Internacional debe ser, para esa parte del público, algo así como una denominación de la Zinoviev Co. Ltd., fabricante de manifiestos contra la burguesía.

Efectivamente, Zinoviev es un gran panfletista. Mas el panfleto no es sino un instrumento político. La política en estos tiempos es, necesariamente, panfletaria. Mussolini, Poincaré, Lloyd George son también panfletistas a su modo. Amenazan y detractan a los revolucionarios, más o menos como Zinoviev amenaza y detracta a los capitalistas. Son primeros ministros de la burguesía como Zinoviev podría serlo de la revolución. Zinoviev cree que un agitador vale casi siempre más que un ministro.

Por pensar de este modo, preside la Tercera Internacional, en vez de desempeñar un comisariato del pueblo. A la presidencia de la Tercera Internacional lo han llevado su historia y su calidad revolucionarias y su condición de discípulo y colaborador de Lenin.

Zinoviev es un polemista orgánico. Su pensamiento y su estilo son esencialmente polémicos Su testa dantoniana y tribunicia tiene una perenne actitud beligerante. Su dialéctica es ágil, agresiva, cálida, nerviosa. Tiene matices de ironía y de humour. Trata, despiadada y acérrimamente, al adversario, al contradictor.

Pero es Zinoviev, sobre todo, un depositario, de la doctrina de Lenin, un continuador de su obra. Su teoría y su práctica son, invariablemente, la teoría y la práctica de Lenin. Posee una historia absolutamente bolchevique. Pertenece a la vieja guardia del comunismo ruso. Trabajó con Lenin, en el extranjero, antes de la revolución. Fue uno de los maestros de la escuela marxista rusa dirigida por Lenin en París.

Estuvo siempre al lado de Lenin. En el comienzo de la revolución hubo, sin embargo, un instante en que su opinión discrepó de la de su maestro. Cuando Lenin decidió el asalto del poder, Zinoviev juzgó prematura su resolución. La historia dio la razón a Lenin. Los bolcheviques conquistaron y conservaron el poder. Zinoviev recibió el encargo de organizar la Tercera Internacional.

Exploremos rápidamente la historia de esta Tercera Internacional desde sus orígenes.

La Primera Internacional fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la socialdemocracia lassalliana* dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la democracia. Y la Segunda Internacional, por esto, no pudo nada contra la guerra. Sus líderes y secciones se habían habituado a una actitud reformista y democrática. Y la resistencia a la guerra reclamaba una actitud revolucionaria. El pacifismo de la Segunda Internacional era un pacifismo extático, platónico, abstracto. La Segunda Internacional no se encontraba espiritual ni materialmente preparada para una acción revolucionaria. Las minorías socialistas y sindicalistas trabajaron en vano por empujarla en esa dirección. La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Únicamente algunas minorías continuaron representando su tradición y su ideario. Estas minorías se reunieron en los congresos de Khiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó este movimiento. En marzo de 1919 quedó fundada la Tercera Internacional. Bajo sus banderas se han agrupado los elementos revolucionarios del socialismo y del sindicalismo.

La Segunda Internacional ha reaparecido con la misma mentalidad, los mismos hombres y el mismo pacifismo platónico de los tiempos prebélicos. En su estado mayor se concentran los líderes clásicos del socialismo: Vandervelde, Kautsky, Bernstein, Turati, etc. Malgrado la guerra, estos hombres no han perdido su antigua fe en el método reformista. Nacidos de la democracia, no pueden renegarla. No perciben los efectos históricos de la guerra. Obran como si la guerra no hubiese roto nada, no hubiese fracturado nada, no hubiese interrumpido nada. No admiten ni comprenden la existencia de una realidad nueva. Los adherentes a la Segunda Internacional son, en su mayoría, viejos socialistas. La Tercera Internacional, en cambio, recluta el grueso de sus adeptos entre la juventud. Este dato indica, mejor que ningún otro, la diferencia histórica de ambas agrupaciones.

Las raíces de la decadencia de la Segunda Internacional se confunden con las raíces de la decadencia de la democracia. La Segunda Internacional está totalmente saturada de preocupaciones democráticas. Corresponde, a una época de apogeo del parlamento y del sufragio universal. El método revolucionario le es absolutamente extraño. Los nuevos tiempos se ven obligados, por tanto, a tratarla irrespetuosa y rudamente. La juventud revolucionaria suele olvidar hasta las benemerencias de la Segunda Internacional como organizadora del movimiento socialista. Pero a la juventud no se le puede, razonablemente, exigir que sea justiciera. Ortega y Gasset, dice, que la juventud "pocas veces tiene razón en lo que niega, pero siempre tiene razón en lo que afirma". A esto se podría agregar que la fuerza impulsora de la historia son las afirmaciones y no las negaciones. La juventud revolucionaria no niega, además, a la Segunda Internacional sus derechos en el presente. Si la Segunda Internacional no se obstinara en sobrevivir, la juventud revolucionaria se complacería en venerar su memoria. Constataría, honradamente, que la Segunda Internacional fue una máquina de organización y que la Tercera Internacional es una máquina de combate.

Este conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas y entre dos métodos del socialismo, tiene en Zinoviev una de sus dramatis personae.* Más que con la burguesía, Zinoviev polemiza con los socialistas reformistas. Es el crítico más acre y más tundente de la Segunda Internacional. Su crítica define nítidamente la diferencia histórica de las dos internacionales. La guerra, según Zinoviev, ha anticipado, ha precipitado mejor dicho, la era socialista. Existen las premisas económicas de la revolución proletaria. Pero falta el orientamiento espiritual de la clase trabajadora. Ese orientamiento no puede darlo la Segunda Internacional, cuyos líderes continúan creyendo, como hace veinte años, en la posibilidad de una dulce transición del capitalismo al socialismo. Por eso, se ha formado la Tercera Internacional. Zinoviev remarca cómo la Tercera Internacional no actúa sólo sobre los pueblos de Occidente. La revolución -dice- no debe ser europea sino mundial. "La Segunda Internacional estaba limitada a los hombres de color blanco; la Tercera no subdivide a los hombres según su raza". Le interesa el despertar de las masas oprimidas del Asia. "No es todavía -observa- una insurrección de masas proletarias; pero debe serlo. La corriente que nosotros dirigimos libertará todo el mundo".

Zinoviev polemiza también con los comunistas que disienten eventualmente de la teoría y la práctica leninistas. Su diálogo con Trotsky, en el partido comunista ruso, ha tenido, no hace mucho, una resonancia mundial. Trotsky y Preobrajenski, etc., atacaban a la vieja guardia del partido y soliviantaban contra ella a los estudiantes de Moscú. Zinoviev acusó a Trotsky y a Preobrajensky de usar procedimientos demagógicos, a falta de argumentos serios. Y trató con un poco de ironía a aquellos estudiantes impacientes que "a pesar de estudiar El Capital de Marx desde hacía seis meses, no gobernaban todavía el país". El debate entre Zinoviev y Trotsky se resolvió favorablemente a la tesis de Zinoviev. Sostenido por la vieja y la nueva guardia leninista, Zinoviev ganó este duelo. Ahora dialoga con sus adversarios de los otros campos. Toda la vida de este gran agitador es una vida polémica.

* Ver Lassalle Fernando en el I. O.
* Personajes dramáticos.

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