martes, 15 de febrero de 2011

149 Aniversario del nacimiento de FEDERICO BARRETO




EL FESTIN DE LOS CUERVOS

Cuando cesó la horrísona batalla
y el campo de la lucha quedó escueto,
y allí sólo reinaron
la tristeza, la muerte y el silencio,
un cuervo de anchas alas
apareció bajo la faz del Cielo...
Al principio fue un átomo en la nada,
una gota de tinta, un punto negro
puesto como una marca misteriosa
en la página azul del firmamento;
más fue bajando, y como fue bajando,
fue creciendo, creciendo...
hasta que, al fin, ya próximo a la tierra,
trazó en el aire círculos inmensos
y, plegando las alas cayó a plomo
sobre la cresta de un enorme cerro
que dominaba como una atalaya
aquel vasto y horrible cementerio...

Clavó el ave fatídica sus ojos
en aquella extensión llena de muertos,
y en señal de alegría entreabrió el pico,
formó con sus alas un trofeo,
y después de pulir sus curvas garras
y de alargar, como un clarín, el cuello,
lanzó un graznido que rasgó el espacio
y fue repercutiendo de eco en eco
por llanuras, praderas y montañas
como una carcajada del Averno!
Pasada esta explosión de regocijo
volvió el cuervo a mirar el campamento
y sus ojos volvieron a incendiarse
con el fulgor de un júbilo siniestro...
¡Nada quedaba en pié, nada con vida
en ese enorme y trágico proscenio
donde ese día, tras sangrienta lucha,
se decidió la suerte de dos pueblos, quedando -por la ley inescrutable
que rige siempre estos terribles duelos-
vencedores los malos
y vencidos los buenos!
Aquel cuadro de horror causaba asombro
y producía espanto y desconsuelo.
Era un crimen monstruoso, una ignominia;
el triunfo del error sobre el progreso;
la barbarie del hombre en evidencia
y el testimonio, amargo pero cierto;
de que el amor entre. la especie humana
sólo es un mito, una ilusión, un sueño,
un ideal que se busca y no se encuentra...
¡precepto inútil en el Evangelio!

Detrás de las trincheras se veían
cadáveres sin cuento
tendidos en hilera
en actitud de acecho...
Y esos despojos de héroes sin nombre
que defendiendo su pendón cayeron,
todavía eran grandes en el polvo...
¡todavía en el polvo daban miedo!
Vistos a la distancia
sobre los parapetos
se habría dicho que eran combatientes
esperando en silencio
la voz de mando de sus oficiales
para salir a batallar de nuevo,
para lanzarse, bajo la metralla,
a buscar la victoria a sangre y fuego!

En otro sitio sobre un promontorio,
que surgía del vientre del terreno,
un cañón con las ruedas destrozadas
apuntaba su boca al firmamento...
Clavada de tal suerte el arma aquella
presentaba, allá arriba, extraño aspecto.
Era, a la luz del sol que ya moría,
algo así como el índice de hierro
con que un titán, oculto bajo tierra,
amenazara, como Ayax, al Cielo!

Circundando aquel cuadro que turbaba,
habían, esparcido por el suelo,
restos informes de hombres mutilados;
cabezas cercenadas por el cuello;
manos crispadas empuñando un arma;
troncos hendidos, músculos sangrientos,
todo en desorden, todo entremezclado,
del mismo modo que en los mataderos,
después de los degüellos cotidianos,
se amontona la carne de los cerdos!.

El cuervo de anchas alas
meditaba en la cumbre... Estaba escueto, y su figura sobre aquel picacho
despertaba el recuerdo
de aquel buitre feroz que en otra cumbre
devoró el corazón de Prometeo!
De pronto, el ave trágica
volvió a extender como un clarín el cuello,
y una voz estridente,
mezcla de grito, maldición y reto,
ensordeció el espacio
con sus horribles ecos
y fue como la trompa apocalíptica
a turbar el reposo de los muertos...
Una llamada fue... Casi al instante
el cielo se cubrió de puntos negros,
que iban cambiando de tamaño y forma
mientras bajaban. ¡Eran otros cuervos!
obedientes al grito soberano
de su señor y dueño,
todos estaban ya sobre la cima
del empinado cerro
que dominaba como una atalaya
aquel vasto y horrible cementerio.
Agrupadas, arriba, aquellas aves
semejaban, de lejos,
una legión de duendes en concilio,
un grupo de pigmeos
tratando de imitar a los titanes
que, allá, en remotos tiempos,
amontonaron montes sobre montes
para escalar en son de guerra el Cielo!

El cuervo -rey- miraba a sus vasallos
y parecía complacido al verlos
agrupados delante de su trono
en actitud de siervos;
que los cuervos -lo mismo que lo hombres-
se sienten satisfechos
cuando ven desde arriba a sus hermanos
arrastrarse sumisos por el suelo…

Habló tras breve pausa, el Soberano.
-“ Os he llamado -dijo- porque quiero
que contempléis el cuadro mas grandioso
que vuestros ojos en el mundo vieron
Miradlo! Desde aquí, desde esta cumbre,
la vista lo domina por entero.
Ayer el campo que se extiende abajo
era como un jardín de galas lleno,
y hoy ¡qué contraste! ya lo veis, hermanos:
¡el jardín se ha trocado en cementerio!

“Dos pueblos grandes, prósperos y fuertes-
su alada majestad siguió diciendo-
dos pueblos que son fuente de cultura
y faros de progreso, aquí vinieron a rayar el alba,
y olvidando su historia y su abolengo
y hasta su propia dignidad humana,
como perros rabiosos se embistieron!
Yo presencié la lid desde las nubes,
inmóvil sobre el vuelo…

¡Qué espectáculo aquél! Nunca en la vida,
en mis viajes aéreos,
nunca, explorando desde arriba el mundo,
testigo fui de crimen más horrendo!
Las huestes enemigas que al principio
combatieron de lejos,
lanzándose torrentes de metralla
desde sus parapetos,
luego -obedientes al clarín de mando-
calaron bayonetas en campo abierto
y a encontrarse avanzaron como monstruos
que tuvieran tentáculos de acero,
y se encontraron en mitad del llano,
y trabaron combate cuerpo a cuerpo,
y hombres y brutos ávidos de sangre,
en confuso montón se revolvieron,
y, luego, al fin, cayeron los vencidos
y comenzó el degüello.

Una ovación de tétricos graznidos
y rudos aleteos
interrumpió al monarca. Su elocuencia
caldeado había el alma de sus siervos.
Impasible, hierático, solemne,
esperó el regio cuervo
que imperaba de nuevo en torno suyo
calma y el silencio,
y cuando al fin logró lo que anhelaba
volvió a esgrimir la fusta de su verbo.
“Estas matanzas -dijo- son infames.

Cubre de sangre y cieno
A la familia humana. Ni los monstruos
que poblaron la Tierra en otros tiempos
así se exterminaron. Son los hombres
mas crueles que los tigres carniceros!
¿Qué móvil les impulsa
sembrar de cadáveres el suelo
y a destruir las obras que en los siglos
levantaron el arte y el progreso?
¿Quieren así perfeccionar el mundo
y conseguir el triunfo del derecho
y hacer que la Igualdad surja y muera
sobre los ya caducos. privilegios?

Oh! no finjáis leyendas! Ya pasaron
los venturosos tiempos
en que los hombres iban a la guerra
a defender derechos con su acero! Hoy estas luchas solamente estallan
bajo el influjo avieso
de la codicia, que a los hombres ciega
lo mismo que a los pueblos.
Los unos y los otros fueron siempre,
en todas las edades y los tiempos,
usurpadores, cínicos y audaces,
del patrimonio ajeno!
"Pero ¡ay! no sólo en todas las centurias
usurpadores fueron;
sólo con el huerto del vecino
ensancharon su huerto;
también, como Caín, exterminaron
al hermano indefenso,
y después ¡Oh ignominia! los malvados
no tuvieron castigo sino premio:
lauros para sus sienes;
cruces para sus pechos,
y en la Historia su audacia y su estrategia
citadas como ejemplo,
y la consagración definitiva
de la fuerza brutal sobre el Derecho!

"Ah! pero todo pasa y todo cambia
en la marcha continua de los tiempos,
y así, por esta ley que nos recuerda
que no hay sobre la Tierra nada eterno,
los vencedores que en el día medran
en conquistado suelo,
y allí contra sus víctimas se ensañan-
porque son más verdugos que guerreros-
-algún día, a su vez, serán vencidos
y sufrirán lo que sufrir hicieron,
y verán arrasadas sus campiñas
y en escombros sus casas y sus templos,
y entonces, como ahora, no habrá nadie
que salga a defenderlos...
¡Nadie! En el mundo ya no hay redentores...
¡Cristo ha pasado y Don Quijote ha muerto!"

No dijo más. Sonó sobre la cumbre
el aplauso postrero,
y el viejo Menelik de los espacios
al extraño concilio puso término...
Después, paseó de nuevo la mirada
por toda la extensión llena de muertos,
señaló aquel botín a sus vasallos
con expresivo gesto,
y agitando sus alas de ángel malo,
como dos grandes abanicos negros,
se lanzó sobre el campo de batalla
a presidir desde el mejor asiento
el banquete macabro que esa tarde
ofrecían los hombres a los cuervos...
Detrás del soberano
bajaron en tropel todos sus siervos,
y un instante después en la llanura
que teatro fue del formidable duelo,
oíanse -indecisos y confusos-
mil rumores funestos.
que angustiaban el alma
y oprimían el pecho...
Era como si abajo, en las trincheras
repletas de cadáveres sangrientos,
se debatiera todavía el odio
que alentó en la batalla aquellos cuerpos
y los hizo luchar hasta la muerte.
como lobos hambrientos...
Parecía que en lo hondo, en lo más hondo
de los desmantelados parapetos
se libraba ese día otro combate
sordo, pero tremendo...
Se percibían, sin cesar, graznidos
que parecían retos,
y aleteos furiosos
y crujidos siniestros...
¡Allí estaban las aves de rapiña
luchando cuerpo a cuerpo
por tener cada cual, para ella sola,
la tajada mejor del bien ajeno!
¡Allí estaban las aves de rapiña
siguiendo de los hombres el ejemplo!

Flotaba en el ambiente
algo que entristecía y daba miedo.
Hacía frío, un frío en despiadado
que roía los huesos;
el frío misterioso que se siente
en los abandonados cementerios
y en los sangrientos campos de batalla
después que cesa el fuego:
el frío del horror y de la angustia:
el frío de la muerte... ¡el frío eterno!
Los lúgubres rumores
seguían resonando en el silencio;
llegaban desde abajo, confundidos
con las quejas del viento,
ya medida que se iban alejando,
cansados de volar se iban muriendo...

Era el último instante de aquel día
de imborrables recuerdos,
y bajo la penumbra
que empezaba a envolver el campamento
se adivinaban, más que se veían,
episodios horrendos,
cosas de pesadilla
que erizaban de espanto los cabellos...
Allí la tropa alada tregua a su lucha al fin había puesto,
y dispersa por fosos y reductos
se hartaba con la carne de los muertos! ..
¡Oh, aquella turba ruin y tenebrosa!
¡Oh, los voraces cuervos!
Daban terror con sus cabezas calvas
y sus hábitos negros
salpicados de sangre! Parecían
verdugos en un día de degüello...

El macabro banquete
estaba en su apogeo,
y era de verse como en él tenían
los principales puestos
y las mejores presas,
no los cuervos más dignos de tal premio,
sino los más audaces y más fuertes.
y es que en el mundo de ellos
lo mismo que en el mundo de los hombres
y lo mismo que en todo el universo-
siempre el pequeño es víctima del grande;
siempre la fuerza está sobre el Derecho.

Poco a poco los lúgubres rumores
se fueron extinguiendo;
y al fin sólo reinaron en el campo
la muerte y el silencio...
En ese instante de infinita calma
el toque de Oración vibró en el viento,
y sus ecos dolientes, que tenían
las inflexiones místicas del ruego,
se difundieron por el ancho espacio
como un himno de paz y de consuelo...
Surgía aquel clamor, que convidaba
a la plegaria y al recogimiento,
de una cercana iglesia que ese día
ametralló un ejército extranjero
para que el mundo conocer pudiera
su cultura, su fuerza y su denuedo!
Al sonar la primera campanada
de aquel toque supremo,
una bandada de palomas blancas,
que cubría la cúpula del templo,
despavorida sacudió las alas
y a la región azul emprendió el vuelo...
¡Eran las almas mártires ,y heroicas
de los soldados que en la lid cayeron!
Libres ya, para siempre,
de su cárcel de cieno,
huían de este valle de amargura
y regresaban a su patria, el Cielo!

Así acabó el festín que aquella tarde
ofrecieron los hombres a los cuervos!

Federico Barreto Bustíos (* Tacna, Perú, 8 de febrero de 1862 - Marsella, 30 de octubre de 1929)

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