lunes, 7 de mayo de 2012

EL CEREBRO Y EL MITO DEL YO (37)


Las emociones como PAF

Siempre resulta saludable abordar el problema de las emociones con una buena dosis de reverenda, pues pocos tópicos de investigación presentan tantas aristas como el mundo afectivo. En el hecho de que, siendo en buena parte irracionales, las emociones pueden esclavizar la racionalidad (véase a Hume), es posible que se encuentre la raíz de este espinoso problema. En su favor puede decirse que las emociones son la razón de nuestro deseo de sobrevivir y de nuestra inspiración. De hecho, las propiedades y vicisitudes del yo emocional constituyen lo que conocemos como nuestra “humanidad”. Estos problemas tienen una larga historia caracterizada por una tradicional incomprensión de los motivos humanos. De Helena de Troya recordamos que fue “el rostro que lanzó mil barcos a la guerra” en la legendaria Ilíada de Homero, lo cual constituye un buen ejemplo de irracionalidad. Probablemente no fue ni la cara ni otra característica anatómica de Helena lo que movilizó la flota de Agamenón contra Troya, sino quizás el amor propio y el orgullo herido.


Entonces, ¿cómo abordar un tópico tan complejo? Propongo considerar las emociones como miembros de la categoría de "patrones de acción fijos" o PAF cuya ejecución no es motora sino promotora. Además, así como el tono muscular sirve de plataforma básica para ejecutar movimientos, las emociones representan la plataforma premotora que impulsa o que frena la mayoría de nuestras acciones. Pero, al contrario del tono muscular, en el cual el parámetro regular es el nivel de activación muscular, las emociones se caracterizan por su variedad. Si reflexionamos sobre la historia de la humanidad en la tradición occidental judeocristiana, encontramos buenas caracterizaciones de los estados emocionales, según las cuales éstos se describen como "pecados capitales" (orgullo, ira, ambición, lujuria, envidia, pereza y gula) y otros menos conocidos y menos emparentados con las emociones reales, como las "virtudes cardinales" (Justicia, prudencia, templanza y fortaleza) y las "teologales" (fe, esperanza y caridad). Según la actitud moderna, "las virtudes son en sí mismas su propia recompensa" (realmente intrínsecas), idea que derivaría o al menos reflejaría las necesidades prácticas en los orígenes de sociedades agrícolas sedentarias que, en esencia, se relacionarían con la noción de un "autointerés ilustrado".

Aparte de lo anterior, las emociones se cuentan entre las más antiguas propiedades del cerebro. Se efectúan en el rinencéfalo (ver Velasco et al., 1988, 1989), cuya actividad soporta y genera no sólo nuestros sentimientos emocionales, sino también un conjunto de posturas motoras, autonómicas y endocrinas, que probablemente evolucionaron para disponer a la acción y como maneras de señalización social de la intencionalidad. Desde el punto de vista de la neurología y de la ciencia, el problema de las bases neurológicas del mundo afectivo ha sido tema de investigaciones clásicas y contemporáneas (Brown y Schafer, 1888; Bard, 1928; Klüver y Buey, 1939; Hess y Rugger, 1943; Hess, 1953; Weiszcrantz, 1956; Hunsperger, 1956; Fernández de Molina y Hunsperger, 1959, 1962; Downer, 1961; Geschwind, 1965; Fernández de Molina, 1.991 Damasio. 1994, 1.999 ; Le Doux,1996; Rolls, 1.999), No sería de extrañar que los estados emocionales fueran simples respuestas estereotipadas comunes a todos los seres humanos. Así los estados emocionales cardinales (especialmente los pecados), son probablemente liberados por péptidos modulares, de tal manera que su caracterización universal puede ser reconocida por la mayoría de las culturas.

Las sensaciones son eventos Intrínsecos y las emociones son PAF globales sensoriales

La relación entre los estados emocionales y Ias acciones —y, por supuesto, la motricidad misma— es de suma importancia, pues, bajo circunstancias normales, los estados emocionales son disparadores de la acción y de su contexto interno. Pero el estado emocional subyacente, el "PAF premotor". no sólo desencadena la acción como un PAF, sino que además se expresa en forma de otros PAF motores (como algunas expresiones faciales) que telegrafían a los demás el contexto (motivación) y quizás la inminencia de la acción que debe sobrevenir. Sin embargo, es posible generar artificialmente tales patrones motores sin contenido emocional alguno (figura 8.1), mediante el estímulo eléctrico de las ramas nerviosas motoras de la cara. Si, inadvertidamente, alguien toca una sartén muy caliente, retirará rápidamente la mano (un PAF) no sin antes haber generado algún gesto (un PAF motor) y una exclamación (otro PAF motor) (Darwin, 1.872). Sin embargo, así como sucede con los demás PAF, a menudo es posible suprimir la expresión emocional. G. Gordon Liddy, famoso durante Watergate, y hasta hace poco presentador de programas radiales, acostumbraba a impresionar a la gente en fiestas en Washington manteniendo la mano sobre una llama. "¿Cuál es el truco?", le preguntaron alguna vez. ''Que no le importe a uno", respondió.

No es necesario invocar el sofisticado mundo emocional de los seres humanos para apreciar la inextricable relación entre emociones y acciones, pues incluso los PAF motores de animales relativamente primitivos se acompañan de un componente emocional bien definido. Tal elemento emotivo también se relaciona con el lema de los "cualias", que discutiremos en detalle en próximos capítulos.

Figura 8.1

Ejemplos de expresiones faciales generadas por estimulación selectiva de diversas combinaciones de músculos de la cara. (Tomado de Duchenne de Boulogne, 1862 (re-editado, 1990), placas 13, 31,65.)

Para generar un PAF motor, la información que lo desencadena debe amplificarse y contextualizarse un poco antes de su activación. ¡Hay un incendio! ¡Corran! Intuitivamente no tendría sentido ir emitiendo PAF por ahí, sin buenas razones, aunque no es necesario que la información que activa el PAF sea tan alarmante. Puede tratarse de una simple picazón, que en general es un estímulo minúsculo si se considera que toda la piel tiene inervación, por lo cual casi continuamente genera una actividad de fondo en toda la superficie del cuerpo. Ahora bien, pese a ser uno de los órganos sensoriales de mayor tamaño, reaccionamos agresivamente a este pequeño estímulo del zancudo, llegando a golpearnos en nuestro intento por matar al ofensor. La información sensorial en forma de zumbido o de leve picadura genera una breve reacción emocional, la cual activa un PAF motor: la palmada. Pero supongamos que alguien con aracnofobia ve que una araña se le pasea por el pecho, bueno... ¡ahí sí murió el jarrón de la mamá! Algo tan insignificante como la picadura de un zancudo o una araña que se pasea sobre el cuerpo puede evocar no sólo una respuesta sensorial, sino, de hecho, un breve estado emocional. Incluso una benigna picazón puede amplificarse hasta comportamientos maniacos, como bien lo saben los que han tenido una pierna o un brazo enyesados. En estos casos se intentará todo para detener la picazón, insertando dentro del yeso lo que este a la mano (agujas de tejer) para llegar a la perversa picazón y rascarse, y si no se logra alcanzar el lugar, se desencadenará un estado emocional frenético. Esta situación (estar enyesado) subraya la importancia de que la entrada sensorial pueda amplificarse hasta estados emocionales, produciendo así un contexto claro a partir del cual opera el sistema tálamo-cortical.

¿Qué se entiende, pues, por el término "estado emocional"? Me gustaría relacionar tales estados, entre otras cosas, con PAF no motores, como veremos más adelante. Acordemos, por lo pronto, que los estados emocionales contextualizan el comportamiento motor; así, el dolor y el siguiente paso, el miedo, son estados emocionales. Aparentemente, la sensación de dolor se relaciona con cierto estado emocional, pero, ¿es el dolor en sí mismo un estado emocional? Yo diría que sí lo es. La activación de las vías cerebrales especializadas en dolor (nociceptivas) no lo genera en personas con lesiones en el lóbulo frontal, digamos, el cíngulum (área 24 de Brodmann) (ver Devinsky et al, 1995; Kuroda et al, 1995; Sierra y Berríos, 1998; Heilman y Gillmore, 1998). Quizás el paciente reconozca que el estímulo debería provocar dolor, aunque claramente carece de la calidad de "doloroso" que normalmente evoca en los demás. Si se le pregunta al respecto, responderá: "Sí, siento el dolor, pero no me duele". Aunque ésta no es la respuesta normal a un estímulo doloroso, es un claro ejemplo que ilustra cómo el dolor y la emoción generada por éste son eventos disociables. Podría usarse el argumento de que ambos, el dolor y el estado emocional que se le asocia, son separables, para respaldar el punto de vista de que el dolor y la emoción son generados separadamente. Esto sería así, si por dolor entendemos sólo la experiencia sensorial y no el malestar asociado. La mayoría de nosotros considera fundamentalmente el malestar del dolor y no lo que se le asocia. "Me dolió salvajemente. Pero también sentí el apretón en el pulgar cuando el martillo lo golpeó".

El cíngulum se activa generalmente ante dolores intratables, crónicos, como el del cáncer (Devinsky et al., 1995; Rainville et al, 1997; Casey, 1999) (figura 8.2). Lo interésame es que la corteza cingulada también se activa al cometer un error. ¡Ay, no! ¡No el jarrón! Pensándolo bien, un error u omisión lleva a una especie de dolor, a cierto estado emocional definitivamente muy particular, con el cual desgraciadamente todos estamos familiarizados. Debe resaltarse que, aunque muy profundo, éste último no es un dolor localizable, como tampoco lo es el sentimiento de dolor ante el sufrimiento o las desgracias de nuestros seres queridos. Al respecto, los pacientes psiquiátricos describen un tipo semejante de "dolor profundo". Llámese "dolor psicológico" o no, el hecho es que es un estado capaz de llevar al suicidio a muchas de estas personas. Lo importante es que no es localizable. De hecho no se puede localizar ningún dolor. Una cortadura en el dedo y el dolor asociado parecen localizados, pero esta localización simplemente es la coactivación del dolor y el estado emocional que produce con la estimulación general táctil. El malestar del dolor es un estado emocional generado por el cerebro (Tolle et al-, 1999; Treede et al, 1999) y no un evento que ocurre en algún sitio particular del cuerpo (Greenfield, 1995).

Dicho en otras palabras, los receptores periféricos y las vías neurales que generan la percepción central de dolor definen pero no son el proceso de generación del dolor (figura 8.2). Las sensaciones son eventos intrínsecos, un producto de la actividad en curso del sistema nervioso que logra filtrarse a la conciencia, y son verdaderamente intrínsecas, puesto que también se logran en ausencia de activación sensorial. Durante los sueños experimentamos muy diversas sensaciones (Zadra et al., 1998), aunque ninguna de ellas llega por las vías por las que nos llegan en la vigilia. En el capítulo 6 se mencionó que aunque estas vías sensoriales transducen los estímulos externos, durante los sueños el sistema tálamo-cortical no les otorga significado.) Corteza primaria somatosensorial (SI)

Figura 8.2

Vía spinotalámica de percepción del dolor. La información dolorosa es conducida de la médula espinal por el neuroeje hasta el tálamo y, de allí a la corteza primaria somatosensorial. Ver texto para detalles. (Tomado de Bear et al., 1.996, figura 12. 16, p. 328.)

Así pues, lo que sentimos durante un sueño es una total confabulación por parte del celebro, el cual y en este estado, por la activación de diversos sectores tálamo-corticales origina el mundo de los sueños. Las características de las sensaciones percibidas durante los sueños se explican porque se construyen en el contexto mismo del sueño. Si sueño que alguien me habla, oigo palabras, o si sueño que estoy cayendo al abismo, me sentiré caer y, sin embargo, en realidad mi cuerpo está tranquilo e inmóvil, dormido en la cama. Una prueba más de que las sensaciones son eventos intrínsecos del sistema nervioso está en el hecho de que en los sueños podamos volar con los brazos extendidos hacia los lados. Esta experiencia puede ser integral e incluir sensaciones de caer en picada, planear y sostenerse en el aire, con el viento y el frió o incluso la lluvia en la cara. El vuelo autónomo es algo que muy pocos de nosotros ha experimentado en la realidad de la vigilia, a través de la activación de las vías sensoriales. Pensando en esta materia, es buena idea separar a los agentes que conducen la actividad sensorial de los que ejecutan la sensación.

Las vías sensoriales no producen las sensaciones, sólo sirven para informar al contexto interno acerca del mundo externo; durante los sueños, ni siquiera hacen esto. En ambos estados, la sensación es un estructura funcional intrínseca del cerebro, dada por la actividad de éste dentro del contexto interno momentáneo de la actividad del sistema tálamo-cortical.

Desde este punto de vista, podríamos ver a las emociones como la sensación global de los PAF, si no como los PAF propiamente dichos. Las emociones se diferencian claramente del aspecto motor de los PAF, pese a que están íntimamente relacionados; de hecho, intuitiva y fisiológicamente, rara vez pueden separarse. Las emociones se relacionan con áreas ajenas a los ganglios basales, pero se asocian estrechamente con éstos (Saper, 1996; Heilman y Gilmore, 1998). También se relacionan con el aspecto motor de los PAF (funciones de los ganglios basales), debido a sus conexiones con la amígdala y el hipotálamo y a su conectividad con el tallo cerebral (Bernárd et al., 1996; Beckmans y Michiels, 1996). Aunque están íntimamente conectados, me referiré por aparte al hipotálamo (o complejo hipotalámico, pues es un grupo de núcleos relacionados) y a la amígdala (o complejo amigdaloide, otro conjunto de núcleos interrelacionados).

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