miércoles, 30 de mayo de 2012

PARA TEJER LA RED - 11: LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ (3-4)


Carlos Zuzunaga Flórez

Es así como resulta evidente el distanciamiento contemporáneo entre el llamado neo-liberalismo y las tendencias que proclaman la necesidad de la planificación, pues en la medida en que ésta sea indicativa -y será examinada la materia a propósito de la disposición constitucional peruana sobre la planificación concertada- mantiene un grado de libertad no solamente aceptable sino en saludable convivencia con el rol rector del Estado como guía del desarrollo. El neo-liberalismo confundido con el caos en que todo se deja a las fuerzas del mercado es, por ello, un falso liberalismo, puesto que la vida en sociedad requiere la presencia y la acción del Estado en una suerte de equilibrio constantemente ajustado a circunstancias aleatorias en una economía globalizada y en un contexto interno frecuentemente conflictivo cuando no plagado de agresiones.

El nuevo liberalismo, para distinguirlo de algún modo del tono peyorativo que se adjudica al neo-liberalismo, es, pues, el respeto a la libertad de mercado sólo en tanto y en cuanto ella es compatible con la necesidad de un desarrollo equilibrado cuyo análisis final toca, como no podía ser de otro modo, al ente soberano designado y controlado democráticamente. Pero la esencia de este equilibrio radica en el respeto a la libertad de las personas que incluye la libertad de acumulación de la riqueza en la medida en que ésta contribuye al bien de la sociedad, de acuerdo con las necesidades de ésta conforme son materia de ese análisis global realizado por el Estado en nombre de la sociedad a ala que guía.

En este contexto conviene aún señalar una distinción entre la planificación como instrumento para modelar la economía y la planificación como arma fundamental para el cambio. Han sido ya mencionados los límites que son propios de los esfuerzos de cambio inducido y carece de objetivo, por tanto, incidir de nuevo sobre el tema, salvo para añadir que la planificación, en cualquiera de sus grados o modalidades, determina un desequilibrio en lo que sería el “estado natural” de las fuerzas sociales y económicas. Este desequilibrio es, sin embargo, inevitable si se tiene en cuenta que la sociedad moderna ha tomado conciencia de ser una sociedad conflictiva. Dahrendorf ha examinado la materia en profundidad y carece de objeto igualmente desarrollar más ampliamente el tema.

Bastará para ello terminar esta introducción manifestando que la planificación pretende desconocer la incertidumbre y convertir la sociología y la Economía en ciencias exactas cuando son en verdad disciplinas sociales. Traducida esta comprobación al lenguaje puramente científico, podría afirmarse que el “principio de incertidumbre” ideado por Heisenberg para la física facilitó a Max Planck el logro del punto medio con la exactitud matemática de Einstein, de tal modo que ese principio y ese punto medio son hoy de aplicación a todos los aspectos del saber, a la Filosofía, a la Economía, la Política y la vida social, dejando atrás la causalidad absoluta de Newton.

Carlos Zuzunaga Flórez

LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ PRE-HISPÁNICO

María Rostworoswski, que pone en duda muchos de los lugares comunes difundidos y generalmente aceptados por los textos tradicionales de historia pre-hispánica, sostiene, sin embargo, que los Incas destacaron en la planificación de su Estado y se pregunta por qué el Perú ha dejado de lado el espíritu organizativo andino.

Si hemos de seguir sosteniendo la diferencia entre organización como administración y planificación como previsión racional del futuro, las fuentes históricas deberán demostrar en qué medida lo que existió en el Perú antes de la llegada de los conquistadores fue una u otra cosa, o un sistema que comprendía ambas.

El auge del Estado Inca, según confirma la misma historiadora, arranca no antes del siglo XV, esto es, poco tiempo antes de la llegada de los españoles a nuestras costas; pero la amplitud del Imperio y las condiciones en que había sido lograda y mantenida muestran sin duda una racionalidad previsora superior a la perceptible en los episodios siguientes de nuestra historia. Superior sin duda a la capacidad administrativa de la Corona española en razón de la distancia y de la doble distorsión de la información y de las disposiciones reales interesadas más bien el lucro colonial que en un ideal imperial como el que pudo existir en los Incas. Superior también acaso a la imposible racionalidad atribuible a la caótica administración republicana posterior. El balance es por ello favorable al Perú pre-hispánico si se juzga la organización nacional con los criterios de planificación racional. (…)

LA PLANIFICACIÓN EN LA COLONIA

El éxito del descubrimiento de América y de la conquista son acaso la mejor muestra de que el destino de los pueblos y de los hombres no es el fruto de las decisiones de una racionalidad planificadora sino el resultado inesperado de impulsos de aventura. Es así como nuestros pueblos se incorporan a la cultura de Occidente; pero el manejo de un imperio lejano, en las condición precaria de las comunicaciones de entonces, debió requerir luego el empleo de un esfuerzo racional que, por tales condiciones de comunicación, tuvo necesariamente una aplicación tardía, mediatizada y en casos solamente formal, como se aprecia por las amplias facultades de los Virreyes de las Audiencias y por la repetida referencia a la aplicación condicionada y recortada de las normas llegadas de la metrópoli, lo que se expresó en la frase de que las cédulas reales “se acatan pero no se cumplen” (…)

LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ REPUBLICANO

La transición. La transición de la colonia a la República no fue un pasaje brusco de una organización social y económica a otra sustancialmente diferente. El Perú fue el foco central del colonialismo español por varios siglos y quedó en el país la huella de ese hecho, manifiesta en la necesidad de que la independencia se originara en invasiones de fuerzas libertadoras externas a nuestras fronteras más bien que en el esfuerzo liberador de los peruanos.

En tales condiciones, es claro que no ocurrió un “corte” revolucionario en las condiciones sociales y económicas del país y que sobre esa estructura de base se sobrepuso un largo período de inestabilidad política marcada no solamente por la presencia de las fuerzas y los caudillos “extranjeros” libertadores del país, sino particularmente por la sucesión de guerras civiles en persecución del poder, lo que determinó, entre otros fenómenos, el de la multiplicidad simultánea de caudillos y grupos que reclamaban para sí una precaria legitimidad.

Sería superfluo, por tanto, examinar las circunstancias en que se pudo haber previsto el futuro de una sociedad imprecisa no solamente en cuanto a su centro de poder sino también en sus fronteras territoriales que no llegaron a definirse, y ello aun incompletamente, hasta un siglo después de proclamada la independencia.

Sin visión de futuro, las primeras décadas republicanas son más bien una prolongación de sucesos caóticos y desordenados, la improvisación de medidas económicas y sociales en que se mezclaba el mercantilismo reinante entonces en Europa y particularmente en España, y el centralismo borbónico que inspiró la política colonial en los lustros anteriores a la independencia.

Un estudio sustancial de este hábito de improvisación no ocurre sino al confrontarse la crisis derivada de la derrota del país en la Guerra con Chile, cuyas consecuencias forzaron a repensar el país en términos políticos y económicos por obra del Presidente Castilla*(Nota: Debe ser Cáceres) y por el propósito de modernización que caracterizó a los gobernantes del Partido Civil y posteriormente al gobierno de Leguía, cuya concepción del progreso a la medida del siglo permitió cierto grado de cambio reflejado particularmente, sin embargo, en un nuevo giro de la inserción del país en la finanza internacional a través del endeudamiento destinado a obras públicas, lo que muestra que la política de gobiernos posteriores dirigida al mismo empeño se origina en una tendencia ya experimentada de esfuerzos en esta dirección.

La crisis mundial de 1929 llevó a frustrar bruscamente los esfuerzos de inserción en la finanza internacional y, además de las consecuencias directas que ello tuvo en la política, determinó la puesta en práctica de medidas económicas y sociales encaminadas a aliviar la situación de emergencia, tales como la legislación -imperfecta como fue- de apoyo a los desocupados, y otras decisiones tales como el incremento de los impuestos a la coca y el alcohol que aliviaron la miseria urbana a costa de la rural.

El liberalismo. Los esfuerzos de modernización protagonizados por Castilla, por los civilistas y por Leguía, fueron en todo caso mercantilistas. La revolución industrial estaba muy lejos de nuestras costas, como desafortunadamente lo está aún hoy, y es explicable que en esas condiciones no se hubiera logrado acceder a una etapa de capitalismo moderno, que sólo él habría logrado modernizar realmente la economía y la sociedad.

Esta ausencia de un esfuerzo efectivo de modernización a la altura del tiempo contrasta con la historia económica y política de países como Chile y Colombia, donde una burguesía local, que no logró plasmarse igual en el Perú, determinó no solamente un período prolongado de estabilidad política sino también el nacimiento de sendos partidos liberales que hicieron de la modernización su bandera y propósito.

En la interpretación de la historia política y económica del Perú ocurre una confusión originada por el hábito de generalizar la experiencia de algunos países, hábito que cultivan constantemente los críticos de la llamada izquierda nacional, que atribuyen a un “liberalismo”, que sólo existió en lo intelectual (Urquieta y Mostajo), la existencia de fuerza política rectora, responsabilizando a los “liberales”, que nunca ejercieron poder en el Perú, de los males causados por regímenes históricos que fueron, por el contrario, enemigos de la libertad económica y practicantes asiduos del mercantilismo propio de una forma de capitalismo trasnochado.

(…)

Nota.- La planificación no es ajena a nuestra historia. Nuestro pasado precolombino es prueba de ello. Aporte meritorio del autor es haber hecho el esquema de la planificación en nuestras etapas históricas. Y en el análisis de nuestra realidad republicana señala que no hemos tenido liberalismo. En verdad, apenas hemos tenido capitalismo marginal, y ahora más que antes. Pero, pretender un nuevo liberalismo para enfrentar el neoliberalismo es batalla perdida de antemano. Ese vacío lo debe llenar el Socialismo Peruano.

Ragarro
30.05.12

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