martes, 7 de enero de 2014

ANTONIO RENGIFO: VIUDA CON MARIDO VIVO


  
Viuda con marido vivo



INDICE


1 A María Antonieta


2 Viuda con marido vivo


3 Amor de perros


4 Palabras mágicas


5 El milagro de Beethoven








A María Antonieta



         Dos ancianos que al final de sus vidas se trenzan en una luna de miel inacabable es el final de la obra de arte confeccionada por Gabriel García Márquez: El amor en los tiempos del Cólera, que ya se avizora como clásica.  El amor y la sensualidad es la temática que implica a todos, especialmente a los que estamos en edad provecta.

Fiel a mi costumbre de obsequiar libros, se me ocurrió que no había nada mejor que regalar El amor en tiempos del cólera  a una de mis amigas.



Elegí a María Antonieta porque es la primera vez que tengo una amiga, con la cual llegué a intimar -de una manera que no lo había hecho nunca-, y que no ha leído novelas; sin embargo, posee sensualidad, espontaneidad, vitalidad, y gracia. Además, tiene habilidad para las manualidades, pues ha sido profesora de manualidades. Ahora es pensionista jubilada del sector educación

         Las cualidades que orlan a María Antonieta las aprecio; pero, quiero, a la vez, que ella descubra todo lo que se puede encontrar acerca de la vida en las obras de arte, en nuestro caso, en las novelas.  Razón por la cual, la invité a leer El Amor en los Tiempos del Cólera.  Quería lograr otras afinidades con ella para estrechar aún más nuestra relación.

         La invitación a la lectura fue acompañada del obsequio del libro.  Libro al que estampé una dedicatoria incitante para motivarla y rotulé subtítulos con su correspondiente referencia a las páginas.  Aunque luego suprimí los números de página porque me pareció que le estaría dando un manjar con una cucharilla en la boca como si fuese una niña.

         Escogí El Amor en los Tiempos del Cólera porque el tema del amor es universal y porque el amor, sazonado con el erotismo está presente en todas las etapas de nuestro ciclo vital.  También contribuyó a la elección el autor:  Gabriel García Márquez; colombiano, caribeño, premio Nobel de literatura. Su estilo es cálido, risueño y poético.  Tan poético que a las putas las llama:  las pajaritas huérfanas de la noche.

La narración fluye rítmicamente.  Hay que cogerle el compás y entregarse a su encantamiento.  Tal como lo hace María Antonieta cuando baila y se entrega al encantamiento de la música.

La manera personal, única, de contar una historia es lo que le otorga calidad de arte a una obra literaria.  El estilo de García Márquez es inconfundible y seductor. Nos dejamos timar complacientemente por sus fabulaciones.  Hace pasar como si fueran ciertos los “patéticos” relatos que su imaginación crea y nos cautiva.

Se que una obra de arte hay que apreciarla en su conjunto, orgánicamente, pero en aras de la presente Invitación, la seccionaré, según campos de interés.  Sin embargo, he omitido, adrede, los números de páginas respectivos para que su lectura fuese de principio a fin.  He aquí los campos de interés propuestos:

ŒSi Ud. es una señora que tienen un esposo ejemplar (como el Dr. Juvenal Urbino) e ignora que pudiera tener un desliz amoroso con una respetable mujer como la señorita Bárbara Lynch, Ud. lo puede llegar a saber a través de ciertos indicios observables y en la modificación de la conducta de su esposo.  Tal como lo descubrió Fermina Daza

Si Ud. ha enviudado y es una mujer que nunca se ha desbocado con su marido para que no la creyera corrompida, entonces sabrá todas las posibilidades de un florecimiento vital a través de una nueva pareja que le haga conocer el lado oculto de la Luna.  (La joven viuda de Nazareth)

ŽSi a Ud. le interesa el ajedrez hallará en sus primeras páginas lo entrañables lazos afectivos que se pueden generar entre los aficionados al ajedrez, aunque fuesen personalidades disímiles.  (Jeremiah de Saint- Amour, el refugiado antillano y el doctor Juvenal Urbino)

 Ud., seguramente, sabe muchas posiciones para gozar en las relaciones sexuales; pero, dígame, escuchó hablar la Del Pollo parrillero?

 Si Ud es de la opinión que para el amor hay una edad; podría, entonces, detectársele como portador de un prejuicio.  Y si, además, es anciano hay indicios de estado depresivo o de resignación. El que muchas veces se justifica con el refrán:  ya está viejo Pedro para cabrero. 


Sin embargo, dos ancianos, Florentino Ariza y Fermina Daza de 79 y 74 años de edad son los personajes principales de la novela; los que al final de la obra se trenzan en una Luna Miel inacabable.  También se narra el caso de América Vicuña, la niña que se suicida por amor.

Si Ud. cree que el tamaño del pene influye en el goce sexual, entérese del caso del telegrafista Lotario Thugut que tenía una perinola de querubín que parecía un capullo de rosa.

Si Ud. es epidemiólogo o médico salubrista, podrá saber que los mismos síntomas de sentirse perdidamente enamorado son similares a los síntomas de la enfermedad del Cólera?

Los que ignoramos como funciona un burdel (El hotel de paso) y lo que son las prostitutas, ahí encontramos esa institución pública tratada con naturalidad.

Siempre se plantea el dilema entre teoría y práctica en todo orden de cosas.  En nuestro caso, tomamos el dilema para el goce sensual:  ¿teoría o práctica?.  La solución del dilema y una gran lección le da Ausencia Santander, abuela de más de cincuenta años, a Florentino Ariza que creía saber mucho. Y de paso nosotros también aprendemos.

Si Ud. acaba de enviudar, compare su caso con el cuadro sintomático que presenta la viudez en la novela, y a cual tipo de viuda se asemeja.  Así como también las posibilidades que se le abren a las mujeres que enviudan.  (Si alguna ventaja tenemos las viudas es que ya nadie nos manda)


Los diez puntos expuestos quedan sumamente cortos. Leer una novela es entrar en un mundo infinito.  En una novela se encuentra de todo.  Por último, la lectura también es útil para olvidarnos de algunos sinsabores que nos depara la vida.

&

María Antonieta me agradeció con entusiasmo mi regalo.  Por ello, dentro de mí, me dije:  el propósito de esta Invitación se habrá cumplido cuando ella mencione o comente algún pasaje de la novela.  Lo que daría pie para disfrutar de una conversación amena.  Así como disfrutamos de alguna ocurrencia, una comida sabrosa, del baile o un paseo.  De esta manera había depositado mi confianza en ella.  Y estaba seguro que se cumpliría mi propósito.


Epílogo

Cuando le conté a mi amigo Néstor Álvarez que estaba sorprendido porque recién a los 65 años de edad había encontrado una amiga que no había leído nunca una sola novela;  me dijo que yo había vivido encapsulado, fuera de la realidad peruana; pues en nuestro país la gran mayoría de la población no ha leído una sola novela o no leen nada.

Recién me di cuenta que sus palabras eran ciertas y fueron refrendadas, más tarde, por María Antonieta.  Ya que pasaba el tiempo y en ningún momento ocurría la esperada mención a El amor en los tiempos del Cólera.  Simplemente, no leyó.  A manera de consolación me dije:  tal vez por eso es tan espontánea y...

Sin embargo, me sobrevino una esperanza ilusoria. Quizá siga el mismo camino que hacen muchos niños.  Primero ven la película Harry Potter y luego van al libro.  (Pero, aún no han filmado El Amor en los tiempos del cólera).

         En suma, María Antonieta me dio una lección y otra perspectiva de ver la vida.  Dejé la soberbia a un lado y descubrí que hay diversas maneras de adquirir conocimientos –sin la mediación de un libro- tal como lo hicieron nuestras culturas prehispánicas.


(27/11/02)

NOTA.- Las palabras en cursivas figuran en la novela.
         Cuando fue escrito el presente relato, aún no se había llevado a la pantalla la novela.





Viuda con marido vivo


        Ya había transcurrido más de media hora y Haydee no aparecía.  La estaba esperando en la cafetería del Centro del Adulto Mayor de San Isidro.  A mí me impacienta y me fatiga esperar.  Me pone de mal humor.  Más aún cuando tengo muchas ganas de bailar y la orquesta se está desperdiciando.  Miraba a cuanta persona entraba a la cafetería con la esperanza de que fuese Haydee.  Cuando en ese momento ingresaron dos señoras que se sentaron en la mesa vecina a la mía.  Aunque sin proponérselo, pusieron fin a mi mal humor que había estado creciendo conforme transcurría el tiempo.  Concitaron mi atención a tal punto que me olvidé del malestar de la espera, y, por supuesto, también de Haydee.

Una de ellas llevaba la voz cantante.  Destacaba por su arreglo personal y porque hablaba con todo el cuerpo.  En cambio, la otra, solo abandonaba su actitud receptiva para hurgar nerviosamente en una carterita llena de medicamentos y pescar con avaricia una pastilla o una cápsula que ingería casi automáticamente, sin beber agua y como quien comulga.  Imaginé que la primera debía llamarse Conchita y la segunda, Remedios.  Hacia ellas dirigí mi antena parabólica para observarlas.

Conchita era de estatura femenina estándar, es decir, portátil y maniobrable. Piel alabastrina y lustrosa.  Lucía traje negro de encaje con forro traslúcido, escote generoso y festonado; coquetón collar de chaquiras rojas que subían y bajaban al ritmo de su respiración, acunadas en sus oferentes pechos.  Su cabellera gris perla y ondulada enmarcaba los ojos delineados de color negro y un lunar agitanado cerca a la comisura de su boca enfatizaba sus labios sinvergüenzones, embadurnados con carmín y expuestos sin avaricia.  Sus ojos cambiaban, como un caleidoscopio, cuando cambiaban sus emociones.  Era una mujer con vida.

Para pronunciar la feminidad de sus caderas se había ajustado el vestido con un cinturón negro adornado con un fauno labrado en la hebilla.  Su vestido era de buena caída y perfilaba la curvatura luciferina de su derrière.  El vestido dejaba ver sus poderosas rodillas.  No necesitaba un pliegue o abertura insinuante para llamar la atención masculina.  Bastaba su sola presencia.  Mantenía trapío, a pesar de los años.

No sé por qué, me entró curiosidad por saber cómo sería el marido de una mujer como Conchita.  Supuse que era casada; a pesar que a mí no me interesa saber el estado civil de nadie; además, considero a la convivencia conyugal como si fuera el pecado original.  De pronto, interrumpí esta especulación para captar el diálogo que se había suscitado entre ambas señoras

Escuché decir a Conchita

·     Mis hijas no quieren que venga al Centro del Adulto Mayor porque paro en fiestas, cumpleaños y paseos, descuido la casa y a su papá.  El asunto ha llegado a tal punto que mi marido ha adelantado la herencia a mis hijas; pero eso a mí no me importa ¡yo sigo viniendo a nuestro Centro del Adulto Mayor! Es como mi segundo hogar.

La última frase la enfatizó con un golpe de puño en la mesa.  Remedios atinó a ponderarla, aunque tomó una cierta distancia.

·     ¡Tú sí que eres valiente y desinteresada!.  Vives el momento con entusiasmo.  Yo, por mi parte, con tantos males y tantas enfermedades estoy llena de temores, angustias y reparos.


Conchita le brindó a su amiga una explicación de su actitud.

·     ¡Ay, hija, para lo que nos queda de vida!.  Estamos en la época de usar todo, ¡TODO!, y brindar todo, así como lo escuchas. Aunque no deba decirlo, yo siempre he sido generosa. Además, no tengo ningún sentimiento de culpa, asumo las consecuencias de mis actos.

A mi marido, que nunca decía en donde había estado; ahora, que se ha jubilado y se siente viejo, le ha dado por estar metido en la casa dándome instrucciones por cosas nimias y hasta en asuntos que no son de su competencia. ¡Imagínate! Critica mi manera de cocinar.

Sin embargo, quiere que viva pendiente de él las 24 horas del día y lo único que hace en la casa es estar apoltronado mirando televisión todo el santo día y revisando la página de defunciones del diario El Comercio.

Le podría dispensar todo, menos que en la cama se me duerma. Cree que la cama es solo para dormir.  Es un aburrido. Le he puesto de apelativo “El Mueble”. Aunque él no lo sabe, porque nunca lo he llamado así; pues, le pongo freno a mi cólera.  En eso sí, lo respeto.  Pero lo veo y se porta como un mueble más de la casa.  Pero, un mueble que jode.

Cada vez que regreso del salón belleza Y me escucha cantar, frunce el ceño y se pone jetón; ya sabe que voy a ir al Centro del Adulo Mayor. Entonces me encarga que vaya a SEDAPAL, EDELNOR y a la telefónica para cancelar los recibos del consumo de agua, electricidad y cable de TV; O, de lo contrario, busca cualquier pretexto para que permanezca en la casa.

Lo peor de todo es que se molesta y se confabula con sus hijas. ¡Me hacen cada lío para que no vaya al CAM!  ¡Uf!  ¡Si tú supieras!?

Remedios trata de aconsejar a Conchita para evitarle conflictos.

·     Con tanto conflicto te van a enfermar Conchita, ¿no se te ha ocurrido ir a la parroquia o al psicólogo de nuestro Centro del Adulto Mayor? A lo mejor con una pastillita lo tranquilizas un poco....

Conchita se reafirma en su actitud.

·     Mira Remedios, el psicólogo va a tratar de que acepte la realidad, como si el sacrificio fuera una virtud femenina.  Además, no tengo vocación de mártir.  El psicólogo sabe que mi marido por la edad, no va a cambiar.  Y, por último, yo tampoco.

Si voy donde un consejero espiritual de la parroquia me va a decir que me integre a un grupo de oración y que asista a las reuniones a rezar por mi alma y por la de mi marido.  También me va a consolar y a pedir resignación y me dirá que Cristo ha hecho mayores sacrificios por todos nosotros.

En cambio, en el Centro del Adulto Mayor me siento libre.  Escucho y cuento chistes de todo calibre.  Me río de todo.  Hasta con las sonseras que habla “Pato ciego” me distraigo.

Remedios no conoce a ese personaje y yo tampoco.

·     ¿Y, quién es “Pato ciego”?

Conchita describe algunos personajes del Centro del Adulto Mayor.

·     “Pato ciego” es ese ginecólogo jubilado de lentes con luna “poto de botella”; y que estira el cuello para poder mirar.  De tanto observar por el espéculo se estaba quedando ciego.

También me río condescendientemente de Lita, la que tiene ojos de inocencia, no por la pureza espiritual sino por tontuela; ella es, la que canta boleros con voz lánguida y tremolante, como si estuviera en una misa de difuntos, ajena a la interpretación de un tema romántico.  En cambio, cuando canta el zambo Goyo Martínez “Caribe soy… de la tierra donde nace el sol…”, su voz acaricia, una se acaramela, se amelcocha con su pareja.  Imagínate ¿qué me haría en mi casa o en la parroquia? Habiendo este Centro del Adulto Mayor y tantos otros sitios para los adultos mayores en donde se baila con orquesta.

Como dice en una canción Sabina: ¡Qué el fin del mundo me agarre bailando!  O mejor en otra situación... ¡Sería una muerte gloriosa!

Sus ojos entornados y sonrisa cómplice delataban el tipo de situación a la que se refería. En esos momentos, la curiosidad de Remedios venció a su timidez y aprovechó la oportunidad para preguntarle a Conchita:

·     Ya que hablas de muerte.  Me podrías decir ¿por qué has venido con traje negro?  ¿Acaso estás de luto?

Conchita, aunque con un cierto remilgo, le da una respuesta insólita.

·     Ay! Remedios, qué preguntona eres!  Pues, sí, estoy de luto por un acontecimiento sumamente trágico, y te lo diré sin tapujos, aunque cometa una infidencia: es porque a mi marido se le ha muerto el "pájaro". Y no resucita ni con flauta de fakir.

Y
Las dos amigas se rieron. Remedios como un gatito que estornuda y Conchita a carcajadas.  En ese momento, entró un “chico” setentón de pantalón blanco, lentes ahumados, camisa de seda con palmeras de colores chillones; y sin mediar palabra, la tomó de la mano. Conchita se levantó presurosa y se fue a bailar Lágrimas negras, un clásico de la música cubana.  Pude atisbar que Conchita movía la cintura y los hombros como si se hubiera jubilado de todo, menos de la actividad sexual.  Yo me retiré a una sala discreta para desembalsar la risa contenida.

Pero, mi risa rápidamente se trasmutó en seriedad al sentirme iluminado por la Revelación del diálogo de Conchita y Remedios que me abrió el entendimiento.  Pues, recién descifré el estado civil de Haydee; quien cuando la conocí, y a manera de presentación, me dijo: soy Haydee, viuda, con marido vivo.

Lima, Miraflores, 12/01/2008
Antonio Rengifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com





Amor de perros

¿Existe el instinto sexual?



Se admite con simpleza que los animales son puro instinto, cuando nos referimos, sobre todo, a la actividad sexual, a diferencia de nosotros los humanos. No será una actitud de descalificar a los animales para autotitularnos “los Reyes de la Creación”. Y a que, según la biblia, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios.  No será que nosotros somos portadores de un prejuicio respecto a los animales.  Tanto en los humanos como en los animales, ¿lo sexual es puramente instintivo?  Realmente, no existe certidumbre; aún no hay una respuesta definitiva.

A la atracción sexual inmediata, cuando se trata de las personas, se le suele llamar “flechazo”, “click” o “amor a primera vista”; también se afirma que existe “química”.  Es la respuesta inmediata a un estímulo; es decir, un tropismo animal.  La atracción sexual es afinidad biológica y, a la vez, misteriosa.  Por definición, el instinto no es adquirido, es innato y ciego; sin embargo, existen hombres o mujeres asexuadas como también, en el otro extremo, hombres o mujeres adictas al sexo. 

Pero, únicamente a las mujeres adictas al sexo, en una sociedad machista (androcrática), las estigmatizan llamándolas “perritas” por tener relaciones sexuales con una frecuencia desbordante y sin discriminación de pareja ocasional.

Ese término peyorativo de “perritas” es una generalización ingenua, pues, todas las verdaderas perritas no tienen igual caracterización.  Es el caso de “Canelita”, la perrita Cocker spaniel, de ilustre abolengo y engreída de mi amiga Florencia.

Las circunstancias de Florencia
cuando llegó a su vida “Canelita”

“Canelita” llegó a la vida de Florencia en un momento crucial.  Sus hijos vivían en el extranjero y a su marido se le había presentado una enfermedad que lo llenó de temores y le produjo impotencia sexual.  Ella tenía 50 años y conservaba ardoroso vigor sexual que lo reprimía por sus rígidos principios morales y no por ausencia de pretendientes, pues, aún conservaba sus formas apetitosas y turbadoras.

La represión sexual le ocasionó una neurosis, ya que no tenía alguna vocación para sublimar sus pulsaciones sexuales.  A ella únicamente le gustaba el oficio de mamá y de esposa.  Pero, ya no podía ejercer.  Sus hijos, ya adultos, en el extranjero y su marido con impotencia sexual.

Florencia se había tornado intolerante ante las personas que disentían de sus opiniones y tenía cambios imprevisibles de carácter.  No asimilaba las bromas que se hicieran aludiendo a su persona ni los chistes con alguna connotación sexual.  Se solazaba asumiendo el papel del Juez Supremo, a todos les encontraba defectos imperdonables.

En tales circunstancias, una amiga íntima y perspicaz le obsequió una perrita bebé.  Había observado que la conducta indeseable de Florencia era ocasionada por las frustraciones que padecía.

El obsequio oportuno de la amiga le cambió la vida a Florencia.  A la cachorrita la adoptó como si fuera su hija y se consagró a educarla con esmero y primor.  Le asignó uno de los dormitorios vacíos de su casa y lo abarrotó de utensilios y juguetes para perros.

Florencia, como madre consagrada al cuidado de “Canelita”, la llevó personalmente al consultorio del veterinario en La Molina para desparasitarla y acatar el calendario de vacunación en previsión a las enfermedades que le pudieran sobrevenir.  Nunca la envió con la empleada de la casa.

Tal era la chochera de Florencia con “Canelita” que a la menor alusión a ella, se despachaba con un monólogo interminable narrando las virtudes “humanas” de “Canela”.  Todos nos aburríamos, pero, ella no se daba cuenta.  Entonces, los amigos hicimos un pacto secreto:  que a nadie se le ocurriera mencionar a “Canelita” cuando concurríamos a visitar a Florencia o a las reuniones que ella nos convocaba. Y si a pesar de ello, Florencia se despachaba publicitando la conducta de niña superdotada de “Canelita”, todos guardábamos silencio y rogábamos, mentalmente, que concluyera pronto.  Salvo esa fijación sentimental de Florencia, su carácter se había estabilizado.  Volvió a ser la amiga simpática y amena.

Los cumpleaños de “Canelita”

Florencia instituyó la costumbre de invitar a sus pocas y viejas amistades para celebrar los cumpleaños de “Canela”.  Cuando ello ocurría, el comedor estaba adornado con la parafernalia propia de un cumpleaños.  La perrita ocupaba el lugar central de la mesa sentaba a en una silla de bebe con un babero al cuello y un gorrito de reina.  Se apagaban las luces y todos los concurrentes entonábamos la canción del Aniversario en honor de “Canela” y dirigidos por Florencia.

El momento estelar del cumpleaños ocurría cuando en un expectante silencio, Florencia se dirigía a “Canela” y le preguntaba:  ¿Quién soy yo? “Canela” con suaves ladridos respondía: ¡¡Guá, Guá!!  ¡¡Guá, guá!! , Florencia llegaba al clímax emocional.  Ella escuchaba que le decía ¡MAMÁ! ¡MAMÁ!.  Los concurrentes, en tácita complicidad, aplaudíamos festejando tal prodigio de la “hija” de nuestra amiga.  Esa escena se convirtió en un ritual en cada cumpleaños de “Canelita”.

Mi amistad con “Canelita”

En una de mis visitas a la casa de Florencia conocí a “Canela”, cuando aún era cachorrita y traviesa; me gustaba jugar con ella.  Al hacerle cariño en su cabecita, se ponía boca arriba y le hacía cosquillas en el pecho y su barriguita; ella trataba de morderme coquetonamente y desasirse de mí con sus patitas traseras. Entendía que estábamos jugando; aunque a veces sus delgados colmillos dejaban huellas en mis manos.  Era una juguetona incansable.  Cada vez que acudía a la casa de Florencia, “Canelita” me recibía alborozada, me lamía la mano y corría de un lado para otro.  Únicamente conmigo perdía su formalidad y se permitía esas licencias.

 Fui yo quien le propuso a Florencia el nombre de la cachorrita, pues, en mi infancia tuve como compañera de juegos y receptora de mis confidencias a una traviesa perrita Cocker.  Digo confidente, porque en la infancia y en la adolescencia nos sentimos incomprendidos por las personas mayores y guardamos en secreto nuestras desavenencias.

La educación de “Canelita”

Florencia nunca la llevó a esos lugares llamados algo así como coiffure para perros.  Ella misma la bañen, le corten las uñas y la acicalaba.  Florencia lo hacía como un deber maternal y lo hacía bien.  Tal era la pulcritud de la perrita que no tenía pulgas.

Nunca dejó que “Canelita” saliera de su casa a jugar con los perros del barrio; ni propició la amistad con otros perros en su casa.  Desde el amplio ventanal de su dormitorio contemplaba la calle y el parque vecino en donde los perros jugaban y hacían travesuras. Sujeta del collarín Florencia la sacaba a pasear en las mañanas temprano y en las noches.  Ahuyentaba a los perro que se acercaban a olfatearla o invitarla a jugar.  Nunca le quitó el collarín para que retozara libremente con otros perros en el parque.

“Canelita” era de pelambre color canela y lustrosa, pulcramente presentable y “educada”, es decir, “humanizada”.  No molestaba a las visitas.  Era la primera e ir a la puerta cuando tocaban el timbre y luego de olfatear al visitante, se retiraba a sentarse con elegancia a uno de los mejores muebles de la sala que había sido designado exclusivamente para ella. 

“Canelita” casadera

Pasó el tiempo, “Canelita” se fue desarrollando y Florencia y quería tener “nietos”.  “Canelita” no elegía a los pretendientes para darle un “nieto” a Florencia, sino era Florencia quien, previo estudio del currículum de cada uno, los designaba y concertaba el encuentro con los dueños de los candidatos impuestos por ella.

Pero, “Canela” se rehusaba a sostener relaciones sexuales con ellos.  Por más venusterio que Florencia acondicionaba en su casa; no debutaba en la actividad sexual.  Florencia estaba triste y se atrevió a dudar de la identidad sexual de “Canela”.  Su resistencia llegó a tal punto, que una vez intentó suicidarse arrojándose por la ventana del segundo piso.

Florencia no había visto que a “Canelita” un perro callejero, pero, no vago; pues, tenía oficio –auxiliar de vigilancia- la cortejaba ofreciéndole exhibiciones de agilidad y acrobacia que la dejaban impresionada.  Pues bien, un día Florencia se enteró con horror que “Canela” era bien mujercita.

El ingenio de “Canela
Y el pánico de Florencia

Una mañana, al salir al jardín de su casa sufrió un ataque de pánico cuando vio a “Canela” apareándose con Claxon, el perro “chusco” del guachimán que tenía su caseta de vigilante en la acera del frente a su casa.  “Canela” no se había escapado de la casa, sino que a través  de la reja le había facilitado el acoplamiento a Claxón

Florencia, respirando profundamente, se repuso del ataque de pánico. Impulsivamente intentó separarlos arrojándoles agua.  Cometió una grave falta, lo que nunca debe hacerse:  interrumpir una relación sexual ya empezada. Pero, su adorada “Canelita” y Claxon estaban en otro mundo; el mundo del disfrute paradisiaco y del ejercicio pleno de la libertad. Al concluir el proceso sexual, Claxon inmediatamente corrió presuroso para refugiarse a los pies del guachimán.

Florencia, pálida de cólera y a viva voz le increpó al guachimán de la cuadra de su casa por no haber sujetado a su perro para evitar la “desgracia” que había ocurrido.  Debido a los gritos, se asomaron a la calle algunas empleadas domésticas enviadas por sus patronas para averiguar qué pasaba.

El guachimán, bajó la cabeza y aceptó resignadamente las injurias que le lanzaba Florencia: ¡indio bruto, mira la desgracia que le has hecho a mi Canelita...! El guachimán, aunque bajó la cabeza, le dirigió una mirada solidaria a su compañero; pero, le advirtió confidencialmente y moviendo la mano con el dedo índice extendido:

¡Claxon, eso nos pasa por meterte con aristócratas!

Claxon entendió perfectamente la actitud del guachimán; pero se quedo impregnado eternamente con el olor de “Canela” en su corazón.


Epílogo

Cuando hay ansias de libertad, no hay rejas que se interpongan

Sin embargo, aún queda en pie un interrogante:

¿Florencia, aceptará, por su cariño a “Canela”, los nietecitos que tanto deseaba?

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Grimaldo Antonio Rengifo Balarezo
rengifoantonio@gmail.com
Lima, 03/05/2011




Canelita, dama de la nobleza de Gales; eligió por amor a Claxon, un perro callejero peruano.
Fuente:


“El corazón de Claxon,
quedó impregnado eternamente con el olor de “Canela”.

En los meses de junio y julio, lucía orgullosamente una chompa
con los colores de la patria tejida por la esposa del guachimán.
Imagen:


  
Palabras mágicas

Al iniciar el juego amoroso, Susy Díaz, mi pareja, tomó diligentemente mi sexo, que estaba flácido.  Ante esta situación, se me ocurrió musitarle al oído:  ya que tienes a Lázaro en tu mano, dime dos palabras mágicas, alusivas al momento; pero, que sean de la Biblia


Inmediatamente, respondió abanicándome con sus pestañas mi rostro y con el entusiasmo inocente de quien cree haber acertado: 
SÉSAMO,  ¡ÁBRETE!

Sin dejar de sonreír, le advertí:  esas palabras mágicas no son de la Biblia; sino del cuento, Alí Babá y los cuarenta ladrones

Mientras tanto, ella seguía acariciando a Lázaro; pero, aún no despegaba.

Volví a insistir en mi propósito:  has un esfuerzo y recuerda cuáles son esas dos palabras mágicas de la BibliaPero, no se acordaba o no había leído la Biblia. 

Entonces, me concentré y con toda devoción pronuncié esas palabras mágicas: 
LÁZARO,  ¡LEVÁNTATE¡

En efecto, Lázaro enarboló con brío el gallardete del Dios del Amor.

Moraleja:  ¡lea la Biblia!
Antonio Rengifo Balarezo
Sociedad Bíblica “Los Testículos de Jehová”.
Lima, 31/10/2011.

  

El milagro de Beethoven



Antonio Rengifo Balarezo


     La novena sinfonía de Beethoven es patrimonio cultural de la humanidad por declaración de la UNESCO y el último movimiento es, desde 1985, el himno oficial de la Unión Europea. 

         La Coral, como también es llamada, fue escuchada por primera vez en Viena el 7 de mayo de 1824.  Encantó al auditorio de aquella época y continúa despertando entusiasmo desbordante que patentiza la genialidad del autor y consagra a su obra como clásica.

         Nunca se sabe las consecuencias que desencadenará una obra de arte cuando se independiza del corazón de su creador.  En tal sentido, quiero expresar mi gratitud a Beethoven (1770-1827) por el milagro concedido.  Les narraré, brevemente, cómo ocurrió tal prodigio.

         Sabía, por el lejano horizonte histórico, que algunos personajes célebres tuvieron esposas terriblemente habladoras.  En un tiempo ya lejano, a mí, sin ser célebre, me tocó una mujer similar.  Se llama Parlera. Tiene pelo negro, lacio, cara de pajarito y amplias caderas.  Es profesora y dirigente gremial en la universidad. Trabaja mayormente hablando. 

         Sin embargo, para Parlera no era suficiente hablar horas de horas diariamente dictando clases y tomando la palabra en asambleas de profesores, aún así le quedaba vigor para sobresaturar otros espacios sociales hablando y reconviniendo.  Nuestro hogar fue otro de sus auditorios.

         A Parlera la conocí en la Facultad de Letras de nuestra querida universidad.  Era una joven inquieta: intervenía en las clases y en las asambleas estudiantiles; actitud poco común en las mujeres de aquella época. Nos impactó la Revolución cubana, la guerra en Vietnam, el auge de los movimientos campesinos en nuestra patria y los movimientos barriales en la ciudad de Lima.  Habíamos estado juntos en nuestras luchas estudiantiles contra el aprismo.  Para decirlo con otras palabras, teníamos afinidad política.  Yo, sumamente idealista, creí que la afinidad política lo determinaba todo, incluso una convivencia armoniosa.  Así es que apenas egresamos de la universidad nos casamos.

         En los primeros años de matrimonio nuestra casa estuvo muy animada; tuvimos nuestros hijos y concurrían frecuentemente mis amigos de barrio y nuestros amigos de la universidad; ya que fui el primero de mi generación en casarme.

         Cuando nuestros amigos les preguntaban a nuestros pequeños hijos cuántos años tenían, cuáles eran sus nombres; Parlera, inmediatamente, respondía por ellos y así con cualquier otra pregunta.  Y si alguno de ellos tenía una idea original o independencia de criterio, argumentaba hasta doblegarlo, sin tener en consideración que eran niños.

         Las conversaciones amigables y hasta cierto punto frívolas se trasformaban, fortuitamente, en duelos verbales porque no toleraba la disensión.  Peor aún cuando se trataban temas ideológicos o políticos.  Parlera creía saber de todo y ser dueña de la verdad.  ¡Pobre de aquel que osara rebatirla!  Se exponía a los tormentos de su interminable perorata y terminaba abandonando la discusión por agotamiento.  Varias veces por su desatino o impertinencia se enturbió una reunión festiva.

         El día de mi cumpleaños monopolizaba la conversación; ella era el centro de la reunión; yo y los concurrentes sólo existíamos para escucharla.  Como esa actitud de Parlera se repetía todos los años le pedí que el día de mi cumpleaños solamente me regalara media hora de su silencio.  Pero, como era previsible, nunca recibí tal regalo.  Como también era de esperarse, nuestros amigos y hasta mis padres se fueron alejando con discreción.  Quedamos, mis hijos y yo, a su merced.

         Aunque yo cedía en las discusiones de pareja los conflictos no amenguaron.  Parlera se descontrolaba y mis hijos se alarmaban.  Me pedían que no la contradijera en nada para que no gritara ni ellos se sintieran nerviosos.  A mi hija mayor, aún niña, las discusiones hogareñas le desencadenaban crisis asmáticas.

A pesar de la invocación de mis hijos, una vez me propuse emplearme a fondo en la discusión y sostener mi argumentación hasta las últimas consecuencias.  Parlera no escuchaba ni dejaba resquicio para un dialogo fructífero; sin embargo, logré desarmarla y se sintió como un insignificante gorgojo.  Lloró lastimeramente, pero, luego se repuso. En cambio, yo quedé extenuado y dispuesto a no repetir el tremendo esfuerzo.

         Algunas veces huía para no escuchar a Parlera.  Me iba a otra habitación o salía de la casa a cualquier lugar; pero no me libraba de ella, pues era persecutoria.  Sabía cuál era su arma letal.

         En aras de la convivencia familiar armónica y para no alarmar a mis hijos, le propuse un pacto de una sola cláusula:  evitar las discusiones en presencia de nuestros hijos.  Parlera aceptó de inmediato, pero ¡vano deseo el mío! nunca cumplió el pacto; reincidió muchas veces con lo que desvirtuó lo pactado.

         Para sobrellevar la situación conflictiva opté por fumar en pipa, la pipa de la paz; pero, los efluvios aromáticos del tabaco no aplacaban a Parlera ni tampoco yo lograba sosegarme.

         En mi búsqueda por encontrar la forma de neutralizar la ansiedad verbal de Parlera me acordé de una creencia popular:  cuando una mujer es conflictiva y habladora se debe a que no tiene marido; o, si lo tiene, el marido no la deja privada; en otras palabras, no la satisface plenamente.  Y me dije: posiblemente no me doy cuenta que tiene alguna carencia al respecto.  Entonces, apliqué todos mis recursos para intensificar los placeres que dimanan de la sexualidad.  Esta tentativa, tampoco surtió efecto.  Parlera, no se relajaba plácidamente, rápidamente se reponía y muy oronda volvía a las andadas.

         ¿Qué hacer?  ¿Se avendría a un tratamiento  psiquiátrico? Lo que me pareció difícil, resultó fácil.  Conversé con Parlera y me puso dos condiciones. Que ella le tuviera confianza al psiquiatra y que el tratamiento fuera para los dos.  Acudí donde un amigo común y reputado psiquiatra; cuya esposa era psicóloga y también amiga nuestra.  El amigo psiquiatra me dijo optimistamente que la mayoría de enfermedades psiquiátricas eran curables, excepto las de origen orgánico y se ofreció gentilmente a tratarnos.

         Acudimos a nuestra primera cita.  Desde un principio Parlera cuestionó los conocimientos del psiquiatra y definió los términos en que debía desenvolverse la presente reunión y las futuras que tuviéramos. La reacción de nuestro amigo psiquiatra fue expulsarla de su consultorio con términos enérgicos.  Parlera tuvo que salir.  Yo me quedé. La esposa de mi amigo le dijo que no hubiera perdido la paciencia.  ¡En fin…!

         Si con nuestro amigo psiquiatra hubo una sesión interrumpida abruptamente, no fue así con una psiquiatra del hospital Larco Herrera a quien ella le tenía confianza.  Esta vez, Parlera llegó a la tercera sesión.  Pues, solo desertó cuando la psiquiatra estableció ciertas medidas que ambas partes debíamos de cumplir.  Adujo que la psiquiatra se parcializaba conmigo.

         Estuve desorientado, pero siempre aguzando el ingenio pues, era una cuestión de sobrevivencia.  Me acordé de una historia pintoresca que me contó un amigo que intimó ocasionalmente con un charlatán, de esos que viajan de pueblo en pueblo ofreciendo curar enfermedades irremediables y resolver problemas insolubles.  Le había confiado el secreto que le devolvió la lucidez a una loca joven considerada incurable.  Los padres de la loca acudieron al hospedaje del charlatán como última esperanza, ya que el médico del pueblo y el sacerdote habían fracasado en sus intentos por sanarla.

El charlatán les dijo a los padres que lo dejarán solo con la joven.  Al poco rato salió curada.  Bueno, pero ¿cómo lo hizo?  La joven hablaba irrefrenablemente y hacía lo que le daba la gana sin acatar ninguna amonestación.  El charlatán la miró fijamente a los ojos y le aplicó un puñete que la privó al instante.  Fue suficiente.  Se despertó curada. Tal prodigio se difundió en el pueblo, numerosas personas formaban cola para ser atendidos.  Pero esa es otra historia.  Volvamos a la nuestra

         Con ese halagador resultado ensayé, contraviniendo mis principios, la misma “medicina”.  Pero no tuve el mismo éxito, sino todo lo contrario.  Parlera trastabilló pero asimiló el golpe y renovó su stock verbal con armas de última generación.  Tuve que soportar heroicamente un bombardeo de sobresaturación.

         Sabía que estaba en inminente riesgo, pues las enfermedades mentales son más contagiosas que las enfermedades infecciosas.  Tal como un dicho popular lo afirma:  un loco hace cien locos.  Llegado al punto límite, se me ocurrió algo insólito:  pedirle ayuda a Beethoven.

         Me explico. Como Parlera iniciaba sus peroratas desde que despertaba, coloqué mi toca casete debajo de nuestra cama, al alcance de mi mano, con la Novena sinfonía lista para ser escuchada. Apenas Parlera empezaba, yo activaba el toca casete y, Beethoven, me  transportaba al paraíso.  Me sentía libre y con renovada alegría.  Estaba blindado.  Ya Parlera podía decir lo que quisiera durante el tiempo que le apeteciera….  Y…. con el tiempo…. Parlera huía ante Beethoven como Drácula ante la cruz.

Díganme, ustedes, si no estaré agradecido a Beethoven que me salvó de la locura.

Primera versión: 26/05/2001
Última versión:  09/07/09















O Freunde, nicht diese Töne!
Sondern laßt uns angenehmere anstimmen, und freudenvollere.

Freude, schöner Götterfunken
Tochter aus Elysium,
Wir betreten feuertrunken,
Himmlische, dein Heiligtum.
Deine Zauber binden wieder,
Was die Mode streng geteilt;
Alle Menschen werden Brüder,
Wo dein sanfter Flügel weilt.

Chor

Wem der große Wurf gelungen,
Eines Freundes Freund zu sein,
Wer ein holdes Weib errungen,
Mische seinen Jubel ein!
Ja, wer auch nur eine Seele
Sein nennt auf dem Erdenrund!
Und wer´s nie gekonnt, der stehle
Weinend sich aus diesem Bund!

Chor

Heute trinken alle Wesen
An den Brüsten der Natur,
Alle Guten, alle Bösen
Folgen ihrer Rosenspur.
Küsse gab sie uns und Reben,
Einen Freund, geprüft im Tod.
Wollust ward dem Wurm gegeben,
Und der Cherub steht vor Gott.

Froh, wie seine Sonnen fliegen
Durch des Himmels prächtgen Plan,
Laufet, Brüder, eure Bahn,
Freudig wie ein Held zum Siegen.

Seid umschlungen, Millionen!
Diesen Kuss der ganzen Welt!
Brüder - überm Sternenzelt
Muss ein lieber Vater wohnen.
Ihr stürzt nieder, Millionen?
Ahnest du den Schöpfer, Welt?
Such ihn überm Sternenzelt,
Über Sternen muss er wohnen.


êê


Oh amigos, dejemos esos tonos!
¡Entonemos cantos más agradables y llenos de alegría!

¡Alegría, hermoso destello de los dioses,
hija del Elíseo!
¡Ebrios de entusiasmo entramos,
diosa celestial, en tu santuario!
Tu hechizo une de nuevo
lo que la acerba costumbre había separado;
todos los hombres llegarán a ser hermanos
allí donde tu suave ala se posa.

Coro

Aquel a que la suerte ha concedido
una amistad verdadera.
quien haya conquistado a una hermosa mujer
¡una su júbilo al nuestro!
Aún aquel que pueda llamar suya
siquiera a un alma sobre la tierra.
Más quien ni siquiera esto haya logrado,
¡que se aleje llorando de esta hermandad!


Coro

Todos beben de alegría
en el seno de la Naturaleza.
Los buenos, los malos,
siguen su camino de rosas.
Nos dio besos, vino
y un amigo fiel hasta la muerte;
Voluptuosidad le fue concedida al gusano
y al querubín la contemplación de Dios.

Gozosos como vuelan sus soles,
a través del formidable espacio celeste,
recorred así, hermanos, vuestro camino
gozosos como el héroe hacia la victoria.





¡Abrazaos millones de criaturas!
¡Qué un beso una al mundo entero!
Hermanos, sobre la bóveda estrellada
Debe habitar un Padre amoroso.
¿Os postráis, millones de criaturas?
¿No presientes, oh mundo, a tu Creador?
Búscalo más arriba de la bóveda celeste
¡Sobre las estrellas ha de habitar!

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