domingo, 1 de febrero de 2015

EL IMPOSIBLE MONOPOLIO PROGRESISTA




Sociólogo chileno.

Un milenario proverbio oriental señala que “es un necio aquel que pretende que todos los caminos pasen por su puerta”. Algo que ha sido confirmado una vez más por la reciente lucha y victoria contra la denominada “ley pulpin”. 

La lección es clara: Nada políticamente significativo, es decir que cuente con suficiente mayoría para incidir, puede hacerse en el Perú de hoy -tal como en toda Latinoamérica-, sino se trata de una sumatoria de actores diversos, ya sea que se pongan de acuerdo, que es mejor, u ocurra de hecho, como ha sido más o menos ahora. 

En esta lucha -al igual que en toda actividad humana en esta época histórica y por mucho tiempo hasta el futuro-, las disputas por figuración y conducción son inevitables, y no es verdad, no es serio, pretenderse ajeno a ellas. Lo importante es comprender que estas legítimas disputas no pueden pensarse con la pretensión de un monopolio que niegue a los otros, que eso simplemente no va a ocurrir, es irrealizable. 

Se trata de múltiples actores con diferencias de todo tipo, programáticas, de discurso, de prácticas, que pueden ser más o menos grandes según el caso, pero que convergen en un mínimo de metas y acciones comunes, porque así lo impone de hecho la participación de mayorías significativas que están centradas en el logro de la meta trazada y son completamente ajenas a las disputas que son propias de grupos siempre más pequeños. 

No es cuestión de apelar a los grandes y refritos discursos de “unidad”, casi siempre repetidos en el mismo momento en que en la práctica de la conducta se cae en toda clase de pequeñeces humanas hacia los “otros”, sino de entender que las pretensiones de figuración y conducción son una realidad inevitable y legítima, pero cuando se pretenden monopólicas son de hecho irrealizables, y finalmente disociadoras, porque así lo impone la propia realidad estructural y social del país y eso se refleja en la política. 

Es por esta imposibilidad estructural, material, de monopolio que la realidad impone sin piedad, que la pretensión monopólica conduce inevitablemente a la frustración, la descalificación, la negatividad y la disociación. 

Por el contrario, quienes aceptan y saben trabajar con esta diversidad, son los más adaptados al movimiento de la realidad. No es que sean “mejores” o “más legítimos” -ese es otro discurso disociador-, sino que tienen la modesta pero crucial cualidad, compaginada con la estructura plural del movimiento, de articular con “otros” sobre la base de los mínimos comunes, sin hacer un drama insalvable con sus diferencias, sin auto atribuirse arrogantes superioridades de cualquier tipo y, sobre todo, entendiendo que el monopolio simplemente no es posible, guste o no. 

Es la hora de los articuladores y no se verá más que su luz. 


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