domingo, 12 de abril de 2015

LOS PROBLEMAS DE VENEZUELA




Guillermo Almeyra

Nicolás Maduro debe estar agradeciendo todos los días la torpeza, la arrogancia y la prepotencia brutales de los imperialistas, sobre todo estadunidenses, pero también la de los perros falderos de Washington que controlan la prensa y la diplomacia de los países europeos. Las medidas y las amenazas estadunidenses contra Venezuela, so pretexto de que ésta pondría en peligro la seguridad de la primera potencia militar del planeta, le han servido, en efecto, al gobierno venezolano para movilizar la población, así como para exaltar el nacionalismo y el papel de las fuerzas armadas, que son el principal apoyo del gobierno.
Éste trata así de contrarrestar el impacto de la carestía y la escasez de bienes de primera necesidad, de la inflación, del desastre productivo y económico provocado por la incapacidad y el subjetivismo de los planificadores seguidores al pie de la letra de sus maestros de la ex Unión Soviética o de Cuba. Con la movilización patriótica-militar intenta enfrentar la caída del precio del petróleo, de cuya renta vive toda Venezuela, y la feroz especulación de la burguesía, incluida laboliburguesía, crecida con apoyo del Estado y apañada desde un ala del chavismo en el poder.
La brutal estupidez del Departamento de Estado yanqui le da ahora nuevo oxígeno, con la aclaración oficial por éste y por Obama de que la frase sobre la amenaza a la seguridad de Estados Unidos es sólo formal y aparece como justificación permanente en todas las medidas que éste –por sus pistolas– toma contra el que elige como villano. Esa supuesta aclaración, en efecto, confirma que todos los pretextos son y fueron falsos, tanto en el caso de esta agresión a Venezuela como en todos los demás (desde Vietnam, Grenada, Panamá hasta Siria, pasando por Libia e Irak). O sea, que Estados Unidos, como el hitlerismo, declara prescindir de la legalidad internacional cuando le parezca conveniente y, por lo tanto, amenaza a todos los países con la descarada utilización de la fuerza militar basada sólo en su voluntad depredadora.
Maduro, dicho sea de paso, saludó esta aclaración como una concesión cuando en realidad no es más que otra demostración de cinismo y una maniobra destinada a la cumbre panamericana de Panamá que, mientras quita importancia a las frases sobre la ridícula supuesta amenaza venezolana a Estados Unidos, mantiene en pie todas las medidas ilegales y unilaterales contra el gobierno constitucional venezolano.
Es muy importante el apoyo antimperialista latinoamericano a Venezuela y la movilización patriótica que logró dividir a los opositores entre los agentes yanquis de un lado y los que, chavistas, ex chavistas o simpatizantes de los partidos neoliberales, protestan por motivos legítimos, del otro. Pero el efecto de ese nacionalismo venezolano y latinoamericanista es efímero mientras la crisis está ahí, pues ahí están las colas, la carencia de alimentos y bienes esenciales, la baja productividad y la corrupción en el propio aparato estatal.
Maduro cuenta con las fuerzas armadas, pero no tiene el prestigio que tenía Chávez, proveniente de éstas y jefe del golpe que derribó al viejo régimen. Es el heredero político designado por Chávez, pero el poder lo controla en gran parte Diosdado Cabello, patrón de la Asamblea Nacional y del PSUV, que no es un partido, sino una mera máquina electoral con apoyo popular por ahora mayoritario pero variable, además de ser la cabeza visible de la boliburguesía en el gobierno. Además, como demostraron los intentos golpistas y las defecciones de altos jefes, las FFAA, son policlasistas, heterogéneas y no son insensibles a la lucha política y hasta a la influencia del imperialismo. Como institución, son conservadoras, verticalistas y temen a la democracia y al poder popular, que amenaza su poder real.
El presidente, por su parte, es sobre todo un hombre de aparato, elegido por el aparato. Confía sólo en el aparato militar, utiliza el PSUV como mero instrumento electoral, sin vida ni democracia interna, y quiere dar una lucha burocrática de aparato contra la burocracia y la burguesía opositora y la boliburguesía.
Pero éstas medran, precisamente, porque no tienen contrapeso en la participación y la movilización independiente de los trabajadores y de los pobres en general. Porque el llamado poder popular o las misiones son en realidad –como en Cuba los Comités de Defensa de la Revolución– organismos del Estado, creados, controlados y subordinados por éste, que intentan canalizar los deseos populares de pesar en la adopción de las decisiones y en la solución de los problemas.
La intervención de los trabajadores, un funcionamiento democrático del PSUV y la existencia de verdaderos organismos de poder popular podrían en cambio unificar en la solución de los problemas a los chavistas y los opositores honestos, por motivos reales, disminuyendo así la tensión política, el peso de la burguesía y del imperialismo.
La independencia sindical del Estado no quiere decir que los sindicatos sean independientes de hacia dónde debe ir una Venezuela, significa que los trabajadores deben ser protagonistas de la lucha contra la burocratización y la corrupción. El control desde debajo de la producción y la distribución de los alimentos y de qué productos se importan es un arma fundamental contra la corrupción y la desigualdad social. Sólo el convencimiento puede transformar a la población educada en el rentismo petrolero en productores eficientes de alimentos y bienes industriales. Sólo el control popular puede establecer prioridades en la importación, el financiamiento, el consumo. Venezuela está en tiempos de guerra: éstas serían, sobre todo, las medidas de guerra más eficaces que el servicio militar y las milicias que también son necesarios porque la democracia es el fusil en las manos de los trabajadores.

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