martes, 30 de junio de 2015

EL PELIGRO DE LA PROFESIONALIZACIÓN DE LA POLÍTICA




Brais Fernández
Lunes 22 de junio de 2015

Es curioso como la “nueva política” reproduce una y otra vez viejos problemas. ¿Se acuerdan de aquello de la burocratización de la política?. Pues hoy vuelve a estar de actualidad. Tras estas elecciones municipales y autonómicas, miles de personas que antes no tenían ningún vínculo con el ejercicio de la política institucional, se han convertido en representantes políticos. ¿Vale para ellas la ley de hierro de la oligarquía que Robert Michels enunciara a principios del siglo XX pensando en la socialdemocracia europea? ¿Sigue siendo la política ese virus que convierte en burócrata a quién la ejerce?

Recordemos a un viejo maestro. Decía Marx que el capital es el hilo conductor de todas las relaciones sociales, un eje que atraviesa todos o casi todos los conflictos de la vida. En el proceso de expansión del capital todo se convierte en mercancía, todo se vuelve valor de cambio. Con ello no decía que el mundo se volviera malo y perverso; que, por el sólo hecho de vivir, las personas se convirtieran en comerciantes codiciosos. Se trata de relaciones estructurales, no de juicios morales.

La política tampoco esta libre de este tipo de relaciones. Pero como otras esferas que componen la vida social, la política es una esfera relativamente autónoma. De nuevo según el viejo Marx, afirmar que la “política es relativamente autónoma” no quiere decir que esté libre de determinaciones, sino más bien que dentro de esas sujeciones, tiene sus propias reglas.

Pero ¿acaso tiene todo esto algo que ver con nuestros nuevos cargos políticos, de Podemos o de las candidaturas municipalistas, con esos representantes que ha “elegido la gente” y que son “gente normal y corriente”?. En los manuales de ciencia política, se suele decir que la burocracia es una fracción de la población con intereses propios y cuyo poder está ligado al Estado. En demasiadas ocasiones, en efecto, la política aparece como algo que sólo tiene que ver con las “ideas” o con las luchas palaciegas por el poder. Sin embargo, la política es también una lucha material entre clases –qué le vamos a hacer, otra vez las clases sociales–, empezando porque ella misma parece producir una casta: la burocracia.

Empecemos pues por el principio: la llamada crisis de régimen se relaciona con una serie de causas económicas y sociales. Su profundidad viene dada precisamente por la conjunción de otras muchas “crisis”: crisis económica, crisis social, crisis política, crisis cultural. En el ámbito específico de las relaciones entre las clases, la expresión más concreta de la crisis es la incapacidad de eso que habría que volver a llamar “capitalismo” para integrar a amplios sectores de las clases subalternas (clases trabajadoras y clases medias) en una dinámica de reproducción social ampliada.

Sin embargo, en esta dinámica de crisis y de búsqueda de “soluciones políticas”, el protagonismo no parece haber correspondido a los más desfavorecidos. Por contra, han sido los jóvenes universitarios, los hijos de la clase media destinados a convertirse en nueva “élite”, los que han llevado y dirigido los pasos del cambio. Con ello no se quiere decir que los “trabajadores” estén exentos de tentación burocrática, sino sólo resaltar que desde el principio ha habido, por así decir, un componente proto-elitista en el movimiento.

O en otras palabras, buena parte de los sectores que se han incorporado a las instituciones o a hacer política de forma (semi) profesional provienen de esas clases medias de formación universitaria con nulas expectativas laborales en su campo formativo. Un sector que ha visto como la crisis frustraba sus esperanzas de futuro. Valga decir que para nuestros “nuevos políticos”, hechos de “gente normal”, la política institucional o profesional no aparece simplemente como una batalla de ideas (que también), sino que, independientemente de las intenciones individuales de cada cual, resulta ser también una salida profesional: una salida a la crisis de integración generada por el crack financiero de 2008 y la posterior de destrucción de posiciones laborales que el Estado de Bienestar creaba. De nuevo, no se trata de hacer un juicio moral, sino de reconocer esas “inercias materiales” que operan sobre todo el proceso.

Valga decir también, que entre nuestros “nuevos políticos” existe una tendencia casi instintiva a reproducir una de esas “ideas” que operan de forma invisible y que conforman eso que antes se llamaba la “ideología dominante”, esto es, que la política se concentra en el Estado. Lo que en realidad viene traducirse en que todo cambio real, si quiere ser efectivo, tienen que concentrarse en el Estado. Por si alguien lo dudaba el Estado es lo real, fuera de él: literatura y ficción.

Y sin embargo, ¿qué queremos disputar: el poder del Estado o sencillamente “el” Estado? Durante el último año y medio, esta pregunta ha quedado suspendida en la memoria debido a las enormes expectativas que ha abierto Podemos. Pasadas las primeras citas electorales, el interrogante ha cobrado otra vez una relevancia inexcusable; máxime si como se ha ido comentando ya en muchos artículos de Emmanuel Rodríguez, Cesar Rendueles y otros, el riesgo de un proyecto de cambio liderado por ese grupo social expulsado de “sus lugares tradicionales” es que la presión por volver a “sus lugares tradicionales” se imponga y limite el proyecto de cambio a un mero recambio de élites. Algo tan simple de formular como: si la puerta de la integración en las clases medias está cerrada por las vías previas a la crisis, la política representativa aparece como una vía rápida (y hasta entretenida) de ocupar el lugar “que corresponde”, el lugar “que se merece”.

Un riesgo, sin embargo, no tiene necesariamente que convertirse en un abismo, al menos si no olvidamos algunas lecciones del pasado. Por ejemplo, la entrada masiva en las instituciones de gente proveniente de las luchas sociales en la Transición vació la calle y llenó la esfera representativa de “cuadros” provenientes de la izquierda. La concentración de la política en las instituciones estatales contribuyó a acelerar el debilitamiento del conflicto social y a facilitar que se perdieran muchas de las conquistas sociales que se habían logrado en los años previos.

Por eso, para combatir las presiones objetivas a la burocratización quizás tengamos que empezar por desmistificar la política. En ese caso, el problema no es la política como ejercicio deshonesto, sino la relación entre política y sociedad. Lo político no es un ejercicio técnico (aunque tenga una dimensión técnica), sino un campo de batalla. ¿Se acuerdan de aquel lema provocador de Lenin en “El estado y la revolución” cuando decía que el estado socialista debía ser tan mínimo y sencillo como para que lo pudiera administrar una cocinera? Democratizar la política también significa popularizar su ejercicio.

Porque la burocratización no aparece en los momentos álgidos de la marea, sino cuando la marea retrocede. En la medida en que asumimos que la burocratización es una tendencia real, en la medida en que reconocemos que la “gente no puede estar todo el día haciendo política” (¿pero los cargos públicos si?) y que la resolución de este problema no depende de las intenciones de los sujetos, nuestra propuesta, y con ella le necesidad de recuperar una política democrática para todos y todas, no puede basarse únicamente en la buena voluntad de los representantes. Antes al contrario, la “nueva política” deberá utilizar las conquistas en la esfera estatal-representativa para crear mecanismos de control popular. Si de verdad queremos combatir los riesgos de burocratización y el surgimiento de una nueva élite, quizás tengamos que impulsar, incluso desde las instituciones, asambleas que no sean simples actos de masas, sino embriones de una institucionalidad no-estatal; espacios para el ejercicio de una democracia desde abajo. Se trata de algo que sólo requiere de voluntad política. Por si esto fuera poco, tenemos un incentivo más: ¡La democracia es gratis! O, como les gusta decir a algunos, la democracia tiene un “coste cero”.

21/06/2015

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