jueves, 6 de octubre de 2016

COLOMBIA, ¿NEGOCIACIONES PARA LA PAZ O NEGOCIACIONES PARA MATAR A LAS FARC?


I

EL EXTERMINIO FULMINANTE DE LAS FARC

06/10/2016

Lo que quiere Santos (y Uribe/Pastrana, obviamente) es el exterminio de las Farc.

De Santos se puede esperar todo.

Suficiente con recordar la acción militar que líquidó a Alfonso Cano en medio de las conversaciones reservadas para establecer una Mesa de diálogos.

Su juego es perverso e implacable. Son frías sus lógicas de poder.

Así como te da cuchillo bien puede insinuarte, a través de un atolondrado emisario, que tienes tu vida a su disposición porque ejerce pleno control sobre todos tus movimientos. Que importa si el artefacto es una BlackBerry intervenida desde la Dirección de Inteligencia. Aquí todo vale y mejor te pones a salvo con mi acto “amigable” generador de confianza. Esas son las reglas de la negociación de conflictos.

Santos no es ninguna alma de Dios.

Es tan, o peor, perverso que todos los de la patota que dominan esta desventurada nación. Nada que envidiarle a un forajido como Uribe, a un malandro perfumado como Pastrana o a un ave de rapiña como Vargas Lleras.

Se trata de un muy sofisticado tahúr de un compulsivo jugador de póker, como correctamente lo percibe Alberto Pinzón.

Es su talento y su pericia. Toda canalizada para acumular poder y riqueza.

Así llego hasta el sitio en que está.

Morirá en ese mundo áspero de las jugadas de mano.

En lo atinente a su paz neoliberal no hay ninguna intención magnánima de por medio.

Primero los negocios. Primero el capital y las ganancias. Los demás que se jodan. Ese cuento de los pobres y la patria no es con él.

Su cacareada paz es para profundizar el modelo neoliberal con la mega minería y el agro negocio en la Altillanura de la Orinoquia.

Es para ese objetivo que quiere extirpar la guerrilla, eliminarla de las geografías ricas en minerales, en oro, en petróleo, en agua, en biodiversidad y en potenciales para la producción agrícola.

Nada de afanes altruistas y humanistas para hacerse con un nobel. Aunque ese no era un premio desestimable. Un trofeo para adornar su adorno y bocelaría.

Pero como la vida no es un camino de rosas, construir el mundo dorado del neoliberalismo le exigía dialogar y negociar con un contendor de quilates.

Con las Farc.

Con un movimiento cargado de historia, resistencia y potencia transformadora. Con un movimiento social y político programático, conformado durante décadas para promover cambios estructurales en la arcaica sociedad imperante en Colombia. Para darle la tierra a los campesinos, la democracia a los excluidos, la tolerancia al adversario, la palabra al opositor, la convivencia a la comunidad, los derechos a las víctimas, la rectitud al compromiso establecido y la ilusión del socialismo a las mayorías.

En suma, con un movimiento cargado de conciencia, ética, disciplina y responsabilidad histórica.

Técnicamente no había alternativa. Una guerra prolongada es insostenible. Un gasto militar descomunal como el del Estado colombiano diezma cualquier economía. Si los imperios caen (como le ocurrió a la ex URSS y le ocurre hoy a USA), según la brillante tesis de Paul Kennedy, por causa de un gasto militar asfixiante y depredador, con mayor razón un pequeño Estado como el colombiano, sin recursos y carcomido por el burocratismo clientelar. 500 mil soldados son una pesada carga que termina arruinando cualquier presupuesto.

Pasaran décadas y ese monstruo burocrático militar nunca podrá destruir una deletérea guerra de guerrillas que tiende a cobrar formas cuasi estatales para dar sustento a sus bases de apoyo. ¿O acaso no es que guerrilla, tanto la de las Farc como la del ELN, no tiene formas estatales en muchas regiones de la geografía nacional?

Y bien.

Tomada la decisión de negociar, el resultado que a la fecha de hoy tenemos es un importante documento programático conocido como Acuerdo de paz de Cartagena. Es el fruto de varios años de arduos trabajos y complejas reuniones. Un documento de 297 páginas, que así no le agrade a la ultraderecha y a otras almas intolerantes, será el referente de sentido para el movimiento popular y la multitud que articula múltiples tendencias de la diversidad social.

Con un plus adicional. La comunidad internacional en sus referentes de peso (ONU, gobiernos, UE, partidos, movimientos) lo conoce y sabe de sus nada desproporcionados alcances. Es lo que regularía una sociedad medianamente moderna, al decir de Barrington Moore en sus estudios sobre los orígenes sociales de la dictadura y la democracia.

Pero, se presentó el tropiezo del plebiscito del 2 de octubre.

Las mentes se confunden y cunde el desespero.

Es cuando hay que estar más atentos para evitar fugas suicidas y golpes de mano.

Santos dice que no hay tiempo. Lo expresa en momentos en que se ve obligado a conversar con su contrincante intraclase. Con la facción oligárquica más recalcitrante y obtusa. Con la insolencia despótica del latifundio feudal. Con la patanería provinciana, acostumbrada al desafío y la pistola.

El riesgo de la aventura es muy grande.

Colocado a la deriva y hecho una ruina política, bien puede Santos querer picar en punta para demostrar fuerza.

Lo de un nuevo Frente Nacional o una manguala 3.0 bien podría ser un juego de niños. Un artilugio para calmar la galería.

Lo peor. Lo más grave es un Plan B santista para adelantar una guerra relámpago, una blitzkrieg hitleriana, para copar campamentos y asesinar en masa a líderes y combatientes guerrilleros. Una operación tipo Tamil para exterminar toda existencia guerrillera.

Ese es el escenario perfecto codiciado por la elite oligárquica dominante, local e internacional.

No es fantasía.

Los riesgos son muy grandes.

Hay mucha información e inteligencia acumulada por los aparatos militares del gobierno para proceder a una masacre apocalíptica.

Me parece que se ha pecado y se peca por ingenuos.

Renunciar a la esencia móvil de la guerrilla es un craso error.

Lo que no quiere decir renunciar al Cese Bilateral del juego. Es la conquista efectiva más importante alcanzada hasta el momento.

La hipótesis de las zonas veredales y campamentarias, tan codiciadas por Pastrana, el artífice del plan Colombia, junto con una precipitada y anárquica dejación de las armas es una peligrosa y perfecta entelequia acariciada por el militarismo golpista de los Kfir.

En todo caso, es necesario regresar a la política o a lo político.

Téngase en cuenta que con la cruel derrota del 2 de octubre, Santos cesó sus competencias regulares, quedó a la deriva y los próximos meses, 20 pienso yo, hasta la elección del próximo jefe de la Casa de Nariño, serán una pista sintética para el protagonismo electoral de Uribe y sus tres pollitos (Duque, Zuluaga y Holmes), de Vargas Lleras, Sergio Fajardo, Ordoñez, Jorge Robledo y de pronto Cepeda, sino es que lo inhabilitan esta semana que viene.

Parece ser la conjetura más probable sin descartar cualquier pataleta violenta de Santos y sus generales de confianza, dotados de mucho dato delicado de la guerra de guerrillas.

Nota. No todo es malo en el resultado de las votaciones del plebiscito. Lo mejor fue la esplendorosa derrota de César Gaviria y su comparsa de sirvientes bien pagados. Cuando Santos puso al frente de la campaña del plebiscito a Gaviria, emblema del neoliberalismo, y le agregó toda la clase politiquera de gamonales emermelados, la derrota era previsible. La vieja clase politiquera de caciques electorales se metió al plebiscito para seguir robando y para reencaucharse. Pero les salió el tiro por la culata.


http://www.alainet.org/es/articulo/180767 

II

DE LOS MODOS DE INTENTAR MATAR LA PAZ FIRMANDO UN ACUERDO DE PAZ



06/10/2016
Opinión

Ya lejos de las cámaras, de las prebendas, del posible Premio Nobel y del reconocimiento mundial, el presidente colombiano Juan Manuel Santos se revuelve en su laberinto: cómo matar la esperanza de paz firmando un acuerdo de paz. Hoy Colombia ha vuelto a experimentar el mismo miedo con el que ha aprendido a sobrevivir en el último medio siglo

El sobrevuelo de los cazabombardeos israelíes  Kfir cuando se firmaba el acuerdo de paz en Cartagena de Indias, fue un mensaje a García, el aviso de un plan en marcha contra los diálogos. Rodrigo “Timochenko” Londoño, líder de la guerrillase preocupó con el intimidante vuelo rasante. Sabía que tras un sobrevuelo, llegaba la destrucción. Y esta vez, el mensaje era la destrucción de la paz tan arduamente negociada y negada.

Lo cierto es que las negociaciones se llevaron a puerta cerrada y a espaldas de la gente, sin participación popular y sin un debate colectivo que permitiera convertir al pueblo en cómplice, en militante del proceso de paz, en lugar de tratarlo como un extraño que debía aprobar lo que lo que se había pactado desde lejos y en reuniones cerradas.
  
¿Un montaje?


Hay quienes tienen dudas sobre las causas del plebiscito, y el montaje del gran operativo electoral a sabiendas de antemano que cualquier resultado no tendría efectos jurídicos ni legales sobre lo acordado, y afirman que se trató de una concertación entre dos sectores de la derecha colombiana que compartieron durante años los presupuestos del Plan Colombia, los miles de millones de dólares estadounidenses y la inteligencia, asesoramiento y entrenamiento israelí.

Son sectores que necesitan volver a reunir sus intereses militares, financieros y políticos comunes, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, que durante años jugaron a ser enemigos, intentando dejar a la ciudadanía una sola opción: uno o el otro.

Aunque ello significara un plantón al acompañamiento internacional, una bufonada de la clase política dirigente, el terror mediático y  la poca seriedad de un gobierno que abre la posibilidad de revisar el Acuerdo para incluir las pretensiones del poder fáctico, el de los grandes empresarios y terratenientes para quienes la guerra ha sido un negocio que no quieren perder.

¿Se trata de permitirle al uribismo un reencauche político y electoral para que se incluyan en el Acuerdo beneficios jurídicos a militares y paramilitares condenados por masacres y genocidios cuando Uribe era –primero- gobernador de Antioquia y luego presidente del país, con Santos en el Ministerio de Defensa?, se preguntan.

Ya el jesuita Francisco de Roux, una voz sensata dentro del catolicismo colombiano, señaló que el plebiscito sobre la paz se estaba convirtiendo en una suerte de debate pre electoral, donde entraban más en juego las opciones políticas de dos viejos rivales, el presidente Santos y el ex presidente Uribe, que las posibilidades de la propia paz. ¿Maquiavélico?

Para el escritor Héctor Abad  Faciolince, las preocupaciones de Uribe no son los puntos sobre la tierra (Desarrollo Agrario Integral); de desmovilización y zonas de concentración (Fin del Conflicto); sobre la sustitución de cultivos (Drogas Ilícitas); y menos aún el plebiscito (Verificación y Refrendación), sino los puntos segundo (participación política) y quinto, que contiene es la Jurisdicción Especial para la Paz y el Sistema integral de Verdad, Justicia y Reparación, al que se pueden acoger los militares condenados por crímenes conexos al conflicto y, a partir de ahí, cabe la posibilidad de que se llame a juicio también a los civiles implicados por los militares. ”Este es el quid del asunto, ahí están los verdaderos motivos del No”.
  
La historia, el miedo ¿vuelven a repetirse?
   
El sentimiento es de miedo, también, ante la posibilidad de que la situación que ha quedado abierta, tan expuesta e inestable, desate renovadas escaladas de violencia, explica la escritora Laura Restrepo, quien fue negociadora de la paz con el Movimiento M-19 en los años ´80. “Los colombianos sabemos por experiencia que un proceso de paz abortado, con la consiguiente situación ambigua entre legalidad y clandestinidad, pone en alto riesgo la vida de quienes han participado en las negociaciones con nombre propio y a cara descubierta”.

La historia reciente de Colombia muestra que en medio de un proceso de paz ocurrió la matanza de dos mil militantes de la Unión Patriótica, organización legal afín a las FARC, y recuerda el asesinato de la mayoría de los comandantes del M-19 durante el proceso de desarme e ingreso a la política legal.

El mecanismo y la pregunta

A la hora de explicar un resultado que tomó a muchos por sorpresa, las miradas apuntan al mecanismo con que se llevó a cabo la consulta: el plebiscito, una herramienta de participación directa cuestionada por ciudadanos y expertos: ya pasó recientemente con el Brexit en Reino Unido.

Las declaraciones del líder de las FARC, Timochenko, de que iban a reflexionar e intentar que el proceso siga adelante, sugieren que tal vez no había necesidad de darse tanta prisa. ¿Para qué convocar la consulta entonces? Quizá hubiera sido mejor que la propuesta partiera de la ciudadanía, tras un proceso de debates. Entonces se hubiera tenido que reunir firmas para un referendo, pero se debiera dejar la iniciativa en manos de la ciudadanía.

Hay un componente de manipulación y eso es evidente también en la manera en que está formulada la pregunta. La pregunta no fue “¿Aprueba usted los acuerdos de paz?”, sino “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”. Lo lógico es que pregunta fuera “Sí” o “No” a los acuerdos de paz, todo eso de la paz estable y duradera sobraba.

Jürg Steiner, profesor emérito de la Universidad de Berna, en Suiza, y experto en política deliberativa, señala que hubiera sido buena idea plantear otras subpreguntas: ¿Sostiene que no hay que acordar de ninguna manera con las FARC? ¿O apoya la apertura de nuevas formas de negociación?
  
También se debe analizar cuál es el rol de un presidente convocando a una consulta de este tipo. Yanina Welp, directora para América Latina del Centro de Investigación sobre Democracia Directa de la Universidad de Zúrich, señala que en un proceso como el de Colombia es importante que haya deliberación pública pero que la consulta no debiera ser vinculante salvo que la ciudadanía lo pidiera, y en Colombia eso no estaba en la agenda sino que fue Juan Manuel Santos quien lo puso. Y aquí hay lugar para suspicacias.

 Manipular el miedo

Lo que sí queda claro, es que volvió a ganar el que sembró más miedo. Con bases infundadas y conclusiones erróneas, por puro miedo, los colombianos rechazaron la paz acordada entre el gobierno y los comandantes de las Farc.

La ultraderecha ganó el plebiscito y ha hecho oposición con la misma estrategia con que gobernó Álvaro Uribe: infundiendo miedo a punta de mentiras y de medias verdades, de señalamientos y de campañas de odio, a sabiendas de que la confrontación le da más réditos que la cooperación.

Vladdo, periodista y caricaturista colombiano, recuerda que en las últimas cuatro elecciones presidenciales las campañas han gravitado siempre alrededor del miedo a las FARC y de cómo librarse de ese temor. Ese fue el factor determinante en la elección de Andrés Pastrana, quien se propuso como derrotero devolverle la tranquilidad al país mediante un acuerdo de paz con esa guerrilla. Luego, como reacción al fracaso de Pastrana, el país eligió a Uribe, quien durante su campaña prometió combatirlas, aunque decretó que el conflicto no existía.

Y con esa bandera antiguerrillera y un grito permanente de guerra se hizo reelegir, de una manera poco ortodoxa, pero con el miedo como banda sonora y la seguridad como promesa. “La culebra sigue viva”, solía decir.

Con su política de la seguridad democrática, Uribe se consagró como el mayor manipulador de los miedos y para preservar su legado ungió a Juan Manuel Santos como su heredero. Sin embargo, cuando optó por hacer la paz con las FARC, Uribe se transformó en su más fiero opositor. Nunca en la historia moderna de Colombia un expresidente había sido tan tóxico para un sucesor como lo ha sido Uribe con Santos; sobre todo en su oposición al proceso de paz, señala Vladdo.

Uribe también habló insistentemente del temor por la impunidad que conllevaba el proceso de paz de Santos, pero nunca dijo una sílaba de la negociación que en su mandato llevó a cabo con los grupos paramilitares, estrechamente ligados al negocio de la droga y que cometieron incontables masacres y asesinatos de políticos, periodistas y líderes sindicales, entre otros; crímenes casi todos que siguen impunes, sin resolverse.

Con el único fin de meter miedo, los que impulsaban el ‘No’ urdieron toda clase de falacias, como el temor al castrochavismo, como decirles a personas humildes de la tercera edad que si ganaba el Sí les iban a quitar sus pensiones para subsidiar a los desmovilizados de las Farc, como hablar de expropiaciones masivas y de cancelación de subsidios que nunca estuvieron contemplados en los acuerdos.

Y Alejandro Ordóñez, el ex procurador y precandidato presidencial del uribismo, célebre por haber quemado las obras completas de Piaget, Montesquieu y novelas de García Márquez y Víctor Hugo en un parque de Bucaramanga, comparó al Sí con la llegada del diablo.

Es más, hasta el día de la votación, los partidarios del ‘No’, suponiendo que iban a perder, trataron de deslegitimar el plebiscito y de poner en entredicho el papel de la Registraduría Nacional del Estado Civil.

La comunicación

Los errores de comunicación de la campaña por el Si fueron notorios: en vez de una estrategia proactiva el gobierno montó una campaña reactiva para minimizar el impacto de las teorías conspirativas de los defensores del No, y en lugar de lanzar una campaña unívoca, los partidarios de la paz optaron por enviar mensajes dispersos, dirigidos más al raciocinio que a las percepciones y sentimientos.

Pese a las declaraciones del Papa Francisco, quien hasta último momento instó a los colombianos a “blindar los acuerdos en el plebiscito”, la Iglesia Católica tampoco ayudó, pues, con pocas excepciones, los más altos jerarcas optaron por declararse “neutrales”.

Quienes determinaron el resultado del plebiscito fueron los que ven la guerra por televisión, los habitantes de los mayores centros urbanos –excepto Bogotá–, mientras aquellos que han sufrido en carne propia los horrores de más de 60 años de violencia dieron un ejemplo de reconciliación al votar abrumadoramente por el ‘Sí’. Esos que no votaron basados en el miedo inventado por Uribe, sino que han sobrevivido al pánico real del conflicto, fueron los mayores derrotados este día triste y lamentable.

Para el catedrático chileno Pedro Santander, una lección quedó clara: los motines oligárquicos se hacen con los medios y buena parte de sus desenlaces depende de cómo se opere con y a través de ellos.

El gerente financiero de la campaña del No

Durante 30 días Juan Carlos Vélez, excandidato a la alcaldía de Medellín y gerente de la campaña por el No en el plebiscito colombiano por la paz, tomó un avión 35 veces no solo para coordinar una estrategia basada en la indignación sino para lograr que los empresarios lo apoyaran financieramente, convenciendo a los sectores poderosos para que enviaron un mensaje fuerte y claro, que no se dejarán quitar nada, absolutamente nada.

Le fue bien: recaudó 1.300 millones de pesos (unos 45 millones de dólares) de 30 personas naturales y 30 empresas, entre ellas la Organización Ardila Lülle, Grupo Bolívar, Grupo Uribe, Colombiana de Comercio (dueños de Alkosto), Corbeta y Codiscos, aunque reconoce –en entrevista con Leonardo Jurado- que esa diferencia tan abismal entre el sí y el no que arrojaban las encuestas, le generaba problemas para conseguir dinero.

Vélez habló de los detalles de la campaña, de los puntos que se deben renegociar y de la revancha del Centro Democrático luego de salir perdedores en tres jornadas electorales anteriores: presidencia, alcaldías y Congreso. “No nos imaginamos que ganaríamos. El país ha caído en un error que le ha quitado credibilidad a la política y es creer en encuestas”, dijo.

De hecho, la manipulación de esas mismas encuestas le hizo mucho daño a un gobierno que sin un plan B, se llenó de optimismo y de triunfalismos.  Y la campaña del No se basó en el poder viral de las redes sociales, con golpes bajos como la transmisión de una imagen de Santos y ‘Timochenko’ con un mensaje de por qué se le iba a dar dinero a los guerrilleros si el país estaba quebrado.

Los estrategas de imagen -de Panamá y Brasil- recomendaron que obviara explicitar los acuerdos y se centrara el mensaje en la indignación. La estrategia era la tergiversación y la manipulación de los sentidos. En emisoras de estratos medios y altos la campaña por el No se basó en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos se enfocamos en subsidios. En la Costa el mensaje terrorista era que de ganar el Si, Colombia se iba a convertir en Venezuela.

Como dice Laura Restrepo, hoy el sentimiento general de los colombianos es de miedo, también, ante la posibilidad de que la situación que ha quedado abierta, tan expuesta e inestable, desate renovadas escaladas de violencia. Pero también de rabia, y por eso miles y miles de colombianos siguen movilizados para que los acuerdos sean para la paz.

Álvaro Renzi Rangel| 
Sociólogo venezolano, investigador del Observatorio en Comunicación y Democracia, y analista asociado del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

http://www.alainet.org/es/articulo/180775

 


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