domingo, 15 de enero de 2017

DESCUBRIR LA ESPERANZA



En la muerte de John Berger (5/11/1926-2/01/2017)


08/01/2017 | Antonio Crespo Massieu 

Romper el silencio de los hechos, hablar de la experiencia, por amarga o dolorosa que sea, poner en forma de palabras es descubrir la esperanza de que esas palabras quizá sean oídas y luego, una vez oídas, juzgados los hechos.
(De Páginas de la herida)

Una vez en un cine

Jonás que cumplirá los 25 en el año 2000 es una película de Alain Tanner de 1976 que debió estrenarse en España poco tiempo después, imagino que es así pues la vi, si no recuerdo mal, en el cine Bellas Artes de Madrid que por aquellos años era lo que se llamaba un “cine de Arte y Ensayo” (así, con esas mayúsculas tan pomposas, como una reserva acotada para un público “selecto”, como para desalentar a una audiencia más popular) que exhibía las películas en versión original subtitulada. No sé si mucha gente reparó en el nombre del guionista; yo no y eso que permanecí, como casi todos, atento a los carteles de crédito hasta que estos desaparecieron y se encendieron las luces de la sala… costumbre que tiene que ver con una generación educada en los cine clubs; un tiempo pre palomitas y coca cola, que nos hacía contemplar el cine con un sentido reverencial que creo nos acompañará siempre. Esa película nos deslumbró -a gran parte de mi generación- y nos hizo amar el cine de Alain Tanner y seguir con avidez los sucesivos estrenos de sus películas. En Jonás nos reconocimos: el desengaño, la búsqueda de sentido en un mundo que parecía haber enterrado el sueño revolucionario de mayo del 68 y, sin embargo, la perseverancia en la crítica del capitalismo y del orden existente, la ironía, el humor y, frente a tanta decepción, la esperanza depositada en ese niño Jonás que en el 2000 tendría 25 años. Y sobre todo la libertad que empapaba cada secuencia. Una libertad que atenuaba la amarga sensación con la que terminaba la película pues se intuía que el pobre Jonás lo iba a tener muy crudo en el año 2000 y, no digamos, en el 2016 o 2017. Esa tarde me enamoré del cine Alain Tanner pero lo que no supe entonces es que John Berger, el guionista, acababa de entrar en mi vida y, poco a poco, se iba a hacer cada vez más presente.

Otra manera de contar

El álbum está vivo. O para decirlo de otro modo, las vidas reflejadas en el álbum siguen clamando porque se las reconozca, como hacen los recién fallecidos cuando los sentimos más próximos a nosotros que los vivos.
(De Un séptimo hombre)

En 1972 John Berger había publicado su novela G conla que ganó el Booker Price, compartiendo el premio con los Panteras Negras a los que donó lamitad de la dotación económica (en el 58 había publicado su primera novela: Un pintor de nuestro tiempo), y su ensayo Modos de ver. Nace aquí “otra manera de contar”, una mirada distinta sobre la realidad donde la imagen, y la continua reflexión sobre ella, y la palabra (prosa o poesía… o tal vez siempre poesía) iluminan vidas, fragmentos, paisajes olvidados. Llegan a nosotros. Los clásicos de la pintura, lo que nos dejó en Modos de ver pero también en toda su obra donde poesía y ensayo confluyen; leamos por ejemplo la clarividente mirada sobre la pintura de Caravaggio en Páginas de la herida : el primer pintor de la vida tal como la siente el “populacho”, la gente de las callejuelas, los “sans –culottes”, el lumpen proletariado, las clases bajas, los bajos fondos”, el pintor herético capaz de pintar La muerte de la Virgen tomando como modelo a una prostituta ahogada y, sobre todo, que “la mujer muerta esté tendida como los pobres tienden a sus muertos, y los acompañantes la estén llorando como los pobres lloran a sus muertos. Como los siguen llorando.” Narrativa, crítica de arte, poesía… transitando y confundiendo géneros desde una libertad formal y una densidad de pensamiento al servicio de una mirada siempre otra, sorprendente, atenta a los más mínimos matices. Y a una responsabilidad ética con el “populacho” de la que nunca abdicó.

Esta fue la elección de John Berger, algo que aprendió en Livorno cuando aún aspiraba a ser pintor -más tarde dejaría la pintura por la palabra pues pensó que la urgencia del momento histórico se lo exigía-. Paseando a finales de los años cuarenta por sus calles, todavía con las heridas de la guerra abiertas y una extrema pobreza. “Fue allí donde empecé a aprender algo sobre el ingenio de los desposeídos. Fue allí también donde descubrí que no quería tener nada que ver en este mundo con los que ejercen el poder”. Este punto de vista de los desposeídos, el que le hace sentirse tan cercano a Caravaggio, no le abandonó nunca. En una reciente entrevista, 2004, dice: “Hablo de los excluidos, los deshechos del sistema”.

Las excluidas, los supervivientes. Por ejemplo el mundo campesino. El medio rural como modo de vida condenado a desaparecer está presente de una manera constante en su obra. Habla quien vive en el campo, entre campesinos, pues eligió vivir en un pueblecito de la Alta Saboya. Así la trilogía narrativa De sus fatigas que es un conmovedor alegato contra la destrucción de la vida rural, contra una idea suicida de la prosperidad y el progreso y la salvación por la palabra de unas vidas que alientan aquí con la fuerza y la tenacidad de los supervivientes: es decir de aquellos condenados a la desaparición por la lógica del capital. Negación de la idea de progreso, defensa de una posibilidad de vida que no destruya el medio natural ni nuestra relación con los otros animales. No hay aquí idealización alguna, pues de quien habla Berger (las historias que nos cuenta, las vidas que rescata) es de supervivientes, de seres condenados a la inexistencia en un mundo injusto. “En cuanto uno acepta que el campesinado es una clase de supervivientes, toda idealización de su modo de vida resulta imposible. En un mundo justo no existiría una clase social con estas características.” Así las admirables historias de esta trilogía: Puerca tierra (donde la narración convive con los poemas, las ilustraciones, los esquemas…), Una vez en Europa y Lila y Flag.

Esta mirada al mundo rural se completa con Otra manera de contar donde la trasgresión de géneros, su ensamblaje en forma de collage, tan característico de John Berger, va construyendo una visión total -o amplia como una inmensa panorámica- paradójicamente a base de fragmentos, de aquello que se contempla. Fotografías de Jean Mohr y textos de Berger, el libro va combinando imágenes, textos autónomos que las acompañan sin pretender explicarlas: testimonios, pequeños diálogos, reflexiones teóricas sobre la fotografía. Secuencias de imágenes sin texto: esas 150 fotografías sin palabras que muestran la vida de una mujer campesina y que no quiere ser un reportaje sino un trabajo de imaginación. Lo que se plantea en este libro es una reflexión en el límite sobre la imagen, la ambigüedad de la fotografía, sus posibles lecturas, la apariencia y la realidad, la posibilidad de narrar un historia con imágenes… Está aquí el teórico: junto con Susan Sontag la reflexión de John Berger sobre la fotografía es, enlazando con los escritos de Walter Benjamin, quizá la aportación más significativa del pasado siglo. Pero también el narrador y, sobre todo, el poeta que, como el fotógrafo, busca “instantes de revelación”, oponerse al paso del tiempo, fijar el momento, lo que estaba ahí, frente a la narrativa cinematográfica -y la narrativa en general- que avanza siempre, que es aventura, relato, movimiento/1. La fotografía, nos dice Berger, es la Memoria misma.

Y la memoria es un álbum familiar, las imágenes de quienes no tienen álbum y han dejado atrás el hogar, la pertenecía, la casa, lo habitable. Así los emigrantes en Un séptimo hombre, de nuevo con fotografías de Jean Mohr y de nuevo alternando textos teóricos, citas y testimonios para abarcar lo inabarcable: los millones de manos y brazos que llegan a Europa para hacer los trabajos más humildes. Y de nuevo la imagen se confronta con el texto sin pretender explicarla. Y estos fragmentos donde hay citas de Marx, datos económicos, palabras de la lengua nueva y extraña que quienes llegan a Europa tienen que aprender, una exhaustiva reflexión sobre la emigración… dan, desde la fragilidad de su ensamblaje a modo de collage -y de nuevo la deuda con Walter Benjamin es evidente- una sensación tal de realidad que cada año que pasa adquieren mayor actualidad. Como si la profecía del desastre no sólo se hubiera cumplido sino multiplicado con el paso de los años. En el prólogo de la edición de 2002 John Berger nos confiesa que “el libro es hoy más incisivo, más apasionado y más conmovedor que cuando se publicó por primera vez hace 25 años”. Publicado en 1973, y con fotografías de finales de la década del 60, el libro es de una lacerante actualidad en 2002 y, ¡no digamos en 2017! Berger nos relata la indiferencia con que la prensa y la crítica acogieron el libro y lo consideraron como un panfleto, un libro “no serio” y, sin embargo, la buena acogida que tuvo en los países del Sur y fue traducido al turco, griego, árabe, portugués, castellano, punjabi; como si tocara una fibra íntima y se convirtiera en una especie de álbum en el que se reconocían los que dejaban atrás tierra, hogar y familia. En cierto modo el libro había encontrado a sus lectores y cumplía su objetivo. Hoy este texto se tiene sólo sin actualizar los datos estadísticos – que son mucho más desoladores - pero la reflexión teórica sigue siendo igual de sugerente y la fotos de Jean Mohr, salvo en pequeños detalles, podrían haber sido tomadas en estos últimos años. Nos interpela con la misma vigencia que cuando fue publicado; o más aún pues muestra la dimensión de la catástrofe, la pesadilla en la que se ha convertido el sueño europeo.

La vida rescatada: lo que escuchan los desconsolados

Bajo las estrellas los desconsolados
se imaginan oír
un perro que aúlla también
en el extremo del mundo.
Este día lastimoso
nació
sordo y ciego.
(De Páginas de la herida)

Toda la obra de John Berger es un ejercicio tenaz de Memoria. Esa capacidad de fijar lo que ya ha sucedido que él ve en la fotografía; el rescate de un instante de vida que permanece con su extraño fulgor intacto. Su reflexión sobre la imagen -pintura, fotografía, cine- es el antídoto perfecto contra los tópicos -interesados, claro está- que nos invaden en este siglo XXI que parece del todo colonizado por la tiranía de lo visual. ¿Existe la pausa, la detención del tiempo, el silencio, la meditación sobre lo contemplado, el instante que detiene el vertiginoso suceder de imágenes? La progresión narrativa que avanza siempre, a gran velocidad, como si fuera la metáfora perfecta de la idea de Progreso llevada, en esta fase del capitalismo, a una especie de paroxismo en el que es imposible detenerse; equivalente de la constante producción y consumo de bienes innecesarios. Un mundo lleno donde el ruido, en su acepción semiológica, anula toda posibilidad de comunicación.

Hannah Arendt nos dice que la política nace en el espacio que hay entre los seres humanos y que “convivir en el mundo significa que un mundo de cosas está entre quienes lo habitan” y este espacio es, precisamente, el de la política; ese entre que permite el diálogo, el re-conocimiento y la acción; lugar en el que se puede edificar la polis, para “compartir perspectivas distintas". Un mundo ecológicamente lleno/2 no sólo se encamina hacia el colapso y el desastre medioambiental sino que elimina el espacio para que la política, la articulación de nuestras diferencias, la posibilidad de transformar el presente, pueda realizarse; un mundo saturado de objetos y ruido que impiden ver al otro y habitar el espacio de la polis; y la ciudad sin espacio, “llena”, que expulsa al ciudadano, que destruye la memoria, el patrimonio, donde el sosiego, el diálogo, la plaza como espacio físico que pueda convertirse en “ágora” es imposible; es casi una redundancia o un espejo, de esta destrucción de lo político. Donde sólo hay “ruido” no existe el silencio que es la premisa inexcusable para la escucha. La realidad de un mundo ecológicamente lleno, se corresponde con ese vaciamiento de las prácticas democráticas y el avance hacia formas nuevas de totalitarismo.

La mirada de John Berger reivindica la fotografía y, aún más, la foto fija, el collage como técnica privilegiada, la fragmentariedad frente al discurso totalizador, la pausa; la defensa del mundo rural, la naturaleza y los otros animales. Realiza una apuesta no sólo ética sino también formal. En toda su obra, porque lo que define a la poesía es esa necesidad de escucha, de permanencia de lo vivido, el testimonio de la desolación y la esperanza, dar voz a quienes viven un día sordo y ciego. Lo que nos dice en Páginas de la herida, ese libro donde, como siempre, poesía y ensayo, emoción y pensamiento, se dan la mano y caminan juntas. Así escribe en el apartado “Una vez en un poema”: “Indiferentes al desenlace, los poemas cruzan los campos de batalla, socorriendo al herido, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quién quiere monumentos en el campo de batalla?) La promesa es que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo, a la experiencia que lo necesitaba, que lo pedía a gritos.”

Esa capacidad de dar cobijo a los sin techo de la palabra y el mundo atraviesa toda su obra y es un compromiso con la libertad (formal, temática, ideológica) y con la verdad como si hubiera hecho suyo el adagio gramsciano -“la verdad es siempre revolucionaria”- junto con la cortesía que le aconsejara su madre: “haznos la cortesía de tenernos en cuenta”. Esa novela, o conjunto de novelas cortas, que es Aquí nos vemos, termina con estas palabras que remiten a la libertad y la verdad como exigencia:

Escribe lo que descubras.
Nunca sabré lo que he descubierto.
No, nunca lo sabrás. Lo único que tienes que saber es si mientes o tratas de decir la verdad, ya no te puedes permitir equivocarte en esta distinción…

Entre la desolación del tiempo histórico que le tocó vivir y las desalentadoras perspectivas del presente y lo que se adivina como futuro, John Berger no renunció nunca a aplicar “la lupa inmensa de la esperanza”, sabiendo que estamos aquí para reparar lo dañado, para restituir, para acoger, para volver a vivir “en el corazón de lo real”. En una reciente entrevista contestaba, supongo que provocando un cierto estupor, “Sí, entre muchas otras cosas, sigo siendo marxista”. En este “siglo del destierro generalizado” levantó palabras e imágenes de duda y esperanza, nos enseñó la necesidad de otra mirada, otra manera de contar que restituya al mundo su sentido. Igual que cuando éramos jóvenes y desconocíamos el futuro de un niño que cumpliría 25 en el año 2000; ahora, a pesar de todo, imaginamos otro mundo. La lupa de la esperanza nos acompaña. A pesar de todo. Gracias por ello, querido John Berger.

Quizás algún día se cumpla la promesa, aquella promesa de la que Marx fue el gran profeta, y entonces el hogar no sólo habitará en nuestros nombres sino también en nuestra presencia consciente y colectiva en la historia, y volveremos a vivir en el corazón de lo real. Puedo imaginarlo, a pesar de todo.
(De Páginas de la herida)

7/01/2017

Notas:
1/ En el cine tal vez sólo Jean-Luc Godard ha sido capaz de romper con esta linealidad progresiva; pienso en su intempestiva “Historia(s) del cine” tan cercana por la técnica del montaje, que dota de autonomía a la mirada rompiendo el discurso justificativo de la historia, a los planteamientos de John Berger.
2/Los trabajos de Jorge Riechmann, en particular sus últimos ensayos, abordan este concepto de mundo ecológicamente lleno.

Para leer a John Berger.
Casi toda su obra está traducida al castellano. Indico tan sólo las obras citadas en este artículo. No he incluido notas, pero todas las citas remiten a las referencias que incluyo a continuación.
G, Alfaguara, Madrid, 1994.
Páginas de la herida, Visor, Madrid, 1995.
Otra manera de contar, Mestizo, Murcia, 1997.
King. Una historia de la calle, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Puerca tierra, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Una vez en Europa, Punto de lectura, Madrid, 2001.
Un séptimo hombre, Huerga y Fierro, Madrid, 2002.
Aquí nos vemos, Alfaguara, Madrid, 2005.
Antonio Crespo Massieu es poeta, pertenece a la Redacción de Viento Sur

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