domingo, 11 de marzo de 2012

LA MASCOTA DEL DICTADOR

Todos temían al dictador y el dictador desconfiaba de todos. Vivía aislado en un bunker. No amaba a nadie ni tampoco lo amaban a él. Como marido había fracasado. Pero, eso sí, el dictador se amaba asimismo. Como era todopoderoso y soberbio hasta se creía Dios. Todos los pobladores del país que gobernaba se sentían vigilados. Dormía poco y trabajaba mucho.

El dictador tenía a su disposición todo lo que quisiera. Disponía del erario nacional como si fuera su patrimonio propio. Con ese dinero compraba conciencias y si alguien se le oponía, era hombre muerto. Y, aquí no pasó nada; era inimputable; pues, disponía de las FF.AA. a su antojo. Le obedecía el presidente de la corte suprema, el fiscal de la nación, el presidente del congreso, el obispo, etc., etc.

Quien iba a creer que el dictador, rodeado de adulones y que aparecía publicitado en todos los medios de comunicación, se sentía solo y con una gran carencia de amor. Pero, como era pragmático y ególatra, no cayó en la depresión ni en la adicción a las drogas. Utilizó al menor de sus hijos varones como mascota para proyectar en él su amor a sí mismo y, de esta manera, sedar sus ansiedades y tensiones provocadas por su mantenimiento en el Poder a cualquier precio.

Mientras su hijo fue niño le compró todos los juguetes que pidiera y fueron muchos, pues su hijo como todo niño era vulnerable a la publicidad y se convirtió en víctima de la sociedad de consumo; es decir con insatisfacción permanente y con un padre de gran poder adquisitivo. El niño vivió rodeado de toda clase de bienes materiales.

Su juguete preferido era Chucky, el muñeco diabólico. Coleccionaba obcecadamente todo lo que se asociaba a Chucky; videos, carteles, estatuillas, etc. Tenía polos y su mochila escolar con estampados de Chucky. El muñeco y los carteles ornaban su dormitorio. Usaba un pendentif y la hebilla de oro de su correa con la figura de Chucky en alto relieve. El pendentif le servía como amuleto para hacer travesuras. Chucky estaba presente hasta en la sopa, pues en el fondo del plato aparecía la figura de Chucky.

Los regalos al hijo/mascota no eran para conjurar el sentimiento de culpa por falta de tiempo para dedicarle al menor de sus hijos; pues, no lo sentía. Su finalidad real era seducir y cautivar al niño para convertirlo en su mascota. Su interés supremo era acrecentar su poder y mantenerse en él utilizando a todo el mundo, incluso, a su último hijo. No tenía principios; porque de haberlos tenido, hubiera sentido siquiera un atisbo de sentimiento de culpa.

El dictador todopoderoso e inflexible, accedía, irrefrenablemente a todos los caprichos y apetencias de su hijo/mascota, mientras lo utilizaba. Y esto lo llegó a saber el niño para chantajearlo emocionalmente; pero no por eso era libre. Vivía en absoluto cautiverio. Se estableció tácitamente, entre ellos, y dentro de la psicopatología, un intercambio de servicios; aunque no en pié de igualdad.

El dictador tenía muchas tensiones y poco tiempo para evacuarlas a través de su hijo/mascota; razón por la cual, algunas veces viajaba con él y lo llevaba a lugares impropios para un niño: sesiones del consejo de ministros o reuniones con sus asesores. El hijo/mascota se criaba aislado de otros niños en su bunker y le asignó como nana a un comandante de las FF.AA. para que lo cuidara especialmente en su ausencia. Ese comandante fue el compañero de su niñez y a quien el niño, seguramente, le brindaría un cariño desinteresado.

Cuando empezó la adolescencia y se le despertó el instinto sexual; le pidió a su papá que le regale una perra y empezó a tratar de copular con ella. En vista de ello, el dictador le trajo al bunker a conocidas vedettes de la farándula limeña para que tuvieran relaciones sexuales con su hijo y se hiciera hombre. Estaba muy orgulloso de su hijo. Ahí no queda el asunto. El dictador, además, “creía” que su hijo era un estratega genial. Le atribuyó el éxito del operativo de las FF.AA. que rescató a los rehenes de una embajada; mientras se disputaban la autoría su asesor indispensable y el comandante general de las FF.AA.

Una manera de congraciarse con el poderoso dictador era exclamar ante él que su hijo era una maravilla y estaba dotado de todas las cualidades inimaginables; cuando se sabía que era desadaptado, detestable y reaccionaba con suma violencia ante una pequeña frustración.

Cuando el dictador, después de diez años de gobierno- huyó del país para eludir a la justicia, abandonó a su mascota. Utilizó su soterrada nacionalidad japonesa. En Tokio buscó un sustituto de mascota. Sostuvo un tórrido romance con una japonesa. Luego de utilizarla, se separó de ella y retomó a su hijo/mascota.

Ahora, ya adulto, la mascota continúa como un hijito de papá. Él es quien visita asiduamente –más que nadie- al otrora dictador; quien está recluido cumpliendo una sanción pública. La vida del joven está en función de su padre. No tiene vida propia, ni la tendrá aunque su anciano padre fallezca. Viviría con el obsesivo recuerdo de su padre.

Aunque la dependencia neurótica es recíproca, la morbosidad mayor ocurre en el padre y no en el hijo. El padre ya anciano ha tramontado un gran tramo de su existencia. En cambio, en el hijo/mascota aún hay esperanza que recobre su identidad por ser joven mediante un prolongado tratamiento psicoterapéutico; pues no nació mascota ni eligió ser mascota. Por lo demás, nadie tiene el derecho de vivirle la vida a nadie,

El hijo/mascota no tiene la culpa; tal vez, su papá tampoco. Son las circunstancias o los factores de riesgo los que han conducido a la configuración de un cuadro psicopatológico. Ha sido utilizado para sobrellevar la carencia de afecto que sentía su padre y que a él lo convirtió en una mascota.

Quien no devela el trasfondo de las actitudes humanas podría ser inducido -por las apariencias o por las manifestaciones exteriores de afecto- a creer que el ex dictador y su hijo conforman una relación amorosa ejemplar. Sin embargo, es una relación enfermiza, psicopatológica.

Está breve historia es una fabulación con visos de verosimilitud. No ha sido escrita porque se tenga inquina a un desalmado y deshonesto dictador ni interesa nominar a los supuestos personajes; ha sido escrita para que mediante una introspección tomemos conciencia si en nosotros mismos habita una situación similar. La personalidad autoritaria no solo es atributo de los dictadores que gobiernan un país. También está presente en los hogares. El caso, La mascota del dictador, ocurre mayormente en la época presente caracterizada por la pérdida de amor en la pareja, el afán desmedido por obtener poder y el trabajo a presión del padre y/o la madre; por lo que no disponen de tiempo para consagrarlo generosamente a los hijos.

Antonio Rengifo B.
rengifoantonio@gmail.com
Lima, 5 de marzo del 2012

No hay comentarios: