domingo, 27 de mayo de 2012

EL CEREBRO Y EL MITO DEL YO (56)


"Coma basura: un trillón de moscas no puede equivocarse"

¿Es verdad que debemos comer basura? ¿Es esto lógico? ¿Es cierto este es el problema de los números. Siempre se ha cuestionado la tiranía de las mayorías y, como todos sabemos, el documento conocido como "Los derechos del Hombre" (o la Constitución de los Estados Unidos) se escribió en parte para proteger a los ciudadanos de esta amenaza. Sin embargo, si suficientes personas desean que en las escuelas se enseñe el creacionismo jumo con la evolución como teorías igualmente viables y no probadas (y que implícitamente no se pueden probar), entonces así será. Repetidamente se ha demostrado la capacidad de los medios masivos de incidir en la opinión pública pese a que, como ya lo mencioné, los medios de comunicación, al contrario de la Red, no son interactivos ni responden a las ideas del público, el cual hasta el momento ha sido un receptor pasivo de información. Pero gracias a la increíble velocidad, rango y volumen de comunicación de que es capaz, por primera vez la opinión pública podría tornarse realmente en pública — con las ventajas y desventajas inherentes a ello.

Y aquí surge nuevamente el problema de los números. Justamente por la velocidad y volumen de información, la Red puede perpetuar la noción de que el valor de las ideas y creencias se base simplemente en el número de personas que dicen adherir a ellas. ¡No sólo la tiranía de la mayoría, sino una tiranía sesgada y autoseleccionada! Si doscientas mil personas opinan sobre esto o aquello en la Red, deben tener razón. En último término, esta inercia de los números adquiere vida propia y determina nuestros gustos y disgustos, generando así una profecía. Y este fenómeno sin duda se acelerará por las maquinaciones dentro de la Red.

Como individuos, sabemos que las generalizaciones basadas en la opinión popular no son fiables, pero, así mismo, en lo que se refiere al individuo, si no estamos de acuerdo con las mayorías, seremos marginales y, por tanto, sufriremos las consecuencias de no formar parte del grupo. Obviamente, sí lo que uno dice, inmediatamente puede ser criticado por millones de personas, en poco tiempo se tornará muy difícil separar "lo nuestro" de las creencias y sentimientos de los demás. Bajo tales presiones, el pensamiento necesariamente se hará homogéneo. A medida que la Red se haga más eficiente, estas maquinaciones influenciarán profundamente la autopercepción y se redefinirá el concepto mismo del "sí mismo". La noción de que nuestras ideas nos pertenecen se diluirá, porque una idea dada a la Red, o bien se acepta, e inmediatamente se vuelve obvia, o inmediatamente se rechaza. Esto, en menoscabo de la capacidad de discernir, de la identidad individual y del dominio de nuestras ideas — en esencia, de lo que conforma el fundamento de nuestras creencias y del "sí mismo". Una homogeneización del pensamiento puede no ser buena, pero si ocurre, alimentará la inercia de los números devolviéndose contra sí misma de manera muy implosiva.

La homogeneización del pensamiento, a su vez, homogeneizará la sociedad, perspectiva ésta bastante sombría. En mis viajes de juventud, disfrutaba observando la riqueza de las diferencias culturales, de creencias y de perspectivas. Hoy en día ya no es así; por ejemplo, los niños de Asia, Europa o África desean los mismos productos de consumo, en parte por el bombardeo de imágenes semejantes que les llega a través de los medios de comunicación masiva. Esta tendencia hacia la igualdad se observa por doquier, en la medida en que todo se copia, lo bueno y lo banal — y, en general, es más fácil copiar lo banal que lo profundo. Nos acercamos rápidamente a una cultura mundial de la igualdad, no sólo en cuanto a su parafernalia externa, sino en cuanto al carácter y valores de la sociedad. La fuerza e influencia de los medios de publicidad han hecho casi imposible oponerles resistencia y no hay razón para pensar que la Red no acelere este proceso.

La gran desventaja de la homogeneidad es que disminuye la variación, la cual es la clave de la supervivencia. El sistema será, pues, más deleznable, simplemente por la reducción de opciones, si todos piensan lo mismo acerca de algo o de algún conjunto de valores. Este trasfondo de igualdades hace más fácil —y más probable— exponer la propia vulnerabilidad. Más adelante examinaremos esto.

Finalmente, en la generación de la mente colectiva, al igual que en la evolución, el ensayo y error son indispensables. Puede que nos tome tanto tiempo aprender a implementar tal conocimiento así expandido, como el que les tomó a las células nerviosas el "fabricar" cerebros. Usada adecuadamente podría convenirse en un extraordinario avance pero, de momento, la arquitectura funcional de la Red necesita una revisión general muy seria para aproximarse, siquiera remotamente, al evento colectivo discutido.

¿Es razonable considerar el orden mundial como algo semejante al cerebro? Efectivamente lo es. Lo que observamos es una semejanza de orden, expresada en diferentes niveles, en todos los niveles, desde las células hasta los animales y desde los animales hasta las sociedades. Cabe preguntarse si ésta no es una ley universal. La manera como el sistema se organiza a sí mismo puede reflejar, por ejemplo, cómo logra liberarse de la tiranía de la segunda ley de la termodinámica: "El orden disminuye con el tiempo", lo cual, a su vez, entraña otro mensaje muy profundo. Una de las pocas maneras que hay de incrementar el orden local es a través de la generación de cosas como el sistema nervioso, que recurran a la modularización de la función. Si la modularización es de hecho un universal contra el desorden, tal solución geométrica y arquitectónica seguramente también ha sucedido en otros niveles. Es muy probable que el débil principio antropomórfico según el cual estamos aquí, sea porque las leyes universales prácticamente lo hacen inevitable, siendo la base de la tendencia universal y no al contrario (un principio antropomórfico fuerte, en el cual un evento predeterminado en el pasado remoto formó el universo de la manera como lo hizo, de modo que pudiéramos "existir").

¿Puedo quedarme en casa y jugar?

Si no se modula adecuadamente, la eclosión de la tecnología subyacente a la Red conlleva una nefasta consecuencia. Su expansión incontrolada podría convertirse en un peligro, tal vez en el mayor peligro que se haya cernido jamás sobre la sociedad, que eclipsaría los problemas de la guerra, la enfermedad, el hambre o las drogas. Lo que debemos temer es la posibilidad de que, con mejores formas de comunicación con los demás, la interacción con el mundo externo deje de parecernos atractiva. Si los problemas sociales de las drogas que alteran la mente son graves, imaginemos lo que sucedería si, comunicándonos virtualmente con otras personas reales o imaginarias, no sólo mediante el sistema visual sino mediante todos los sistemas sensoriales, nuestros sueños se volvieran realidad. Recordemos que la única realidad de que disponemos es la virtual — ¡por naturaleza somos máquinas de sonar! Así, la realidad virtual sólo se alimentaría de sí misma, con el riesgo de destruirnos con ello.

Comparado con el número de horas que gasta la gente al día mirando televisión, el tiempo que se gastará en mundos virtuales será aun mayor, pues ya no se tratará de mirar, sino de interactuar. Se podrá tocar la música que se escuche. Será posible pilotear un avión, cazar elefantes, experimentar contactos sexuales íntimos, todo virtualmente. Lo que se quiera. Al desaparecer los verdaderos límites que definen la realidad, la posibilidad de trastornar la sociedad es prácticamente ilimitada y llevaría a la dependencia intelectual por excelencia, ya que las fronteras definidas por la realidad desaparecerían. Los hechos fundamentales de la vida se cuestionarían seriamente. Surge la posibilidad de crear un estado totalmente hedonista, una sociedad sibarita decadente, que se precipitaría hacia su autodestrucción y el olvido. Todos sabemos que el placer debe tasarse y no inhalarse demasiado profundamente. Idealmente, el placer no es un fin en "sí mismo", sino el medio para un fin. Si llegamos a un tipo de conciencia colectiva, podría ser una conciencia peligrosamente narcisista, una conciencia que precipitara la desintegración de la sociedad, ya de por sí debilitada por el clima ominosamente anti-intelectual en el cual vivimos.

Figura 12.3
Auto estimulación incontrolada. Caja de Skinner para estudiar los efectos comportamentaIes del refuerzo cerebral. Se implantó un electrodo de metal en el sistema de refuerzo de la rata y se le permite estimularse eléctricamente el cerebro, presionando el pedal. La curva en la pantalla del osciloscopio indica el suministro de estímulos. Si el electrodo de estimulación se implanta en el haz medial telencefálico del hipotólamo, la rata se estimulará casi continuamente durante días enteros, haciendo caso omiso de comida, agua y sueño. Los efectos de lo estimulación en otras partes del sistema de refuerzo son menos espectaculares, (Tomado de Routtenberg, 1978.}

La investigación cerebral sabe esto desde hace muchos años. Si se coloca un electrodo de estimulación en el haz medial telencefálico de la rata, el centro de placer del cerebro, y se permite al animal activar esta área presionando una palanca conectada eléctricamente, la rata dejará de comer, de dormir y de beber para mantenerse en un estado de perpetua felicidad. Y se mantendrá así hasta morir (figura 12.3). Esto mismo lleva a los seres humanos a ingerir cocaína hasta la muerte. Al respecto, la realidad virtual sería la palanca más adictiva de cuantas conocemos hoy. La vida misma no es un sueño: se trata de la supervivencia física y de su continuidad. La realidad virtual no satisface esta necesidad. "El comer virtualmente no sostiene al cuerpo. Es de esperar que, en último término, la sapiencia humana reconozca que este dominio virtual no es real: que de alguna manera, por un capricho, la evolución supo que era posible lograr algo así. Sin que sepamos exactamente cómo, nuestro cerebro evolucionó para impedirnos actuar los sueños generados durante el MOR; evitando que nos lesionemos a nosotros mismos. De manera más realista es de esperar que la evolución resuelva este problema, del mismo modo como resuelve las grandes catástrofes naturales, es decir a través de la variación y de la selección. Puede que unos pocos individuos digan: "No me interesa el sexo en dos dimensiones, quiero sexo de veras". La reducción de la sociedad mediante la selección natural produciría un ser humano diferente, más pensador. Tal vez, esto sea lo máximo que podemos esperar.

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