lunes, 11 de junio de 2012

EL IMPERIALISMO Y EL JUEGO ELECTORAL DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA Y DE LA “IZQUIERDA DEMOCRÁTICA”


Un Tema de Actualidad

I

by James Petras

Las luchas de los trabajadores y los campesinos por el poder político encuentran sus obstáculos más serios para avanzar hacia una transformación social en los partidos electorales organizados de la pequeña burguesía. Por medio de “alianzas políticas”, cooptación, relaciones clientelares y diversas desviaciones ideológicas, la clase electoral pequeño burguesa y sus organizaciones afiladas subordinan la acción popular directa a la política electoral, con promesas demagógicas y falaz chalaneo “democrático”.

El Imperialismo y el juego electoral de la pequeña burguesía y de la “izquierda democrática” según James Petras: una lectura importante para antes de ir a votar.

La globalización o expansión imperialista no es simplemente la “diseminación” de una ideología y su imposición por la fuerza o la persuasión. Hay una condición previa - la existencia de élites políticas y burocráticas e importantes sectores de la clase dirigente que tienen un interés político y económico común y la capacidad para articular la ideología e implementar las políticas pro-imperiales.

El vínculo entre el poder imperial o “global” y su control de las economías nacionales, recursos naturales y financieros, mercados y tesorerías es por medio de la ascendencia de configuraciones de poder político-económicas nacionales. El “eslabón” básico de la cadena imperial -lo que ahora llaman erróneamente “globalización”- está basado fundamentalmente en el resultado de la lucha de clases. Sin un resultado exitoso en la lucha de clases, no hay ninguna elite política o clase dominante capaz de vincularse al proyecto imperial. Sin un “vínculo” nacional los poderes imperiales no se pueden expandir, o “globalizar” el mundo. Incapaces de globalizarse o expandirse, los poderes imperiales deben intervenir directamente, es decir, militarmente para cambiar el equilibrio en la lucha de clases nacional, por medio de invasiones, golpes militares y colonización.

La expansión imperialista, casi en todas partes, ocurre en primer lugar por la fuerza. El imperativo imperial es conquistar la resistencia nacional, a fin de destruir a los adversarios de clase de sus clases dominantes vinculadas al imperio. Posteriormente se usa la fuerza para imponer y defender a las familias dirigentes de la clase dominante, clientes políticos, grupos financieros, etc., que forman la élite política. Se usa la fuerza para defender formaciones militares y paramilitares, policía y funcionarios judiciales que serán los defensores de los grupos económicos vinculados al imperio.

La “hegemonía” imperial es establecida sobre la clase dirigente y su aparato estatal no simplemente por la persuasión ideológica como sostienen muchos presuntos “Neo-Gramscianos”, sino por intereses económicos y enemigos comunes compartidos. Sin las recompensas económicas y el acceso privilegiado a la tesorería pública y préstamos financieros, es cuestionable lo efectiva que sería la ideología imperial para influir en el comportamiento de la clase dirigente. Considerando la violencia y explotación histórica inducidas por la intervención imperial y la concentración de riqueza en manos de los colaboradores imperiales, la ideología imperial no ejerce la hegemonía sobre las masas populares. En todos los casos la introducción de políticas imperiales -privatizaciones, políticas de ajuste estructurales, “libres mercados”- es rechazada por la inmensa mayoría de la población. El ejercicio del poder imperial no está basado en la “hegemonía”, sino más bien en la “fuerza” y el control “político organizativo” y la manipulación ejercidos por las élites político económicas locales vinculadas al imperio.

Si bien los poderes imperialistas -de nuestro tiempo- EEUU y la Unión Europea son incapaces de establecer la hegemonía directa, en sentido estricto, sobre las masas de Ibero-América, cuentan con las élites colaboradoras con las que comparten intereses, propiedades y riquezas. Dada la creciente polarización, y la agudización de las crisis políticas y económicas la influencia de la clase dirigente colaboracionista sobre las masas se ha vuelto muy tenue. En este contexto la clase político social crucial que entra para ejercer el poder es la pequeña burguesía por medio de su aparato electoral de partido, su papel en la burocracia estatal y en las organizaciones cívicas, sus estrechos lazos con la burocracia sindical, las ONGs y los “movimientos sociales”. Combinando una “retórica populista” de ataque al “neoliberalismo” y la “globalización” con un servilismo incondicional a la política electoral, y al orden institucional y legal, esta clase ejerce realmente la hegemonía sobre sectores importantes de las masas durante períodos de tiempo más o menos largos.

Las luchas de los trabajadores y los campesinos por el poder político encuentran sus obstáculos más serios para avanzar hacia una transformación social en los partidos electorales organizados de la pequeña burguesía. Por medio de “alianzas políticas”, cooptación, relaciones clientelares y diversas desviaciones ideológicas, la clase electoral pequeño burguesa y sus organizaciones afiladas subordinan la acción popular directa a la política electoral, con promesas demagógicas y falaz chalaneo “democrático”. Al mismo tiempo la clase política pequeño burguesa es inducida a pactos con la clase dominante en los que acepta su subordinación a los intereses de la clase dirigente -tanto ‘nacional’ como ‘imperial’. Los políticos pequeño burgueses pactan con las clases dirigentes a fin de lograr “legitimidad política”, oportunidades para conseguir puestos políticos, (sin desestabilización abierta, amenazas de golpes, etc.), acceso a la tesorería pública (para enriquecimiento personal, familiar y de red), y la posibilidad de ascenso a la clase media-alta o a la clase dirigente. A cambio, la clase dirigente consigue la protección de las relaciones de clase y propiedad, prontos pagos de deuda y diversas políticas económicas favorables.

La secuencia típica del ascenso de la pequeña burguesía comienza con el compromiso en la lucha popular (como abogados laboralistas, asesores etc.) y ganando capital político por medio de convocatorias populares y organización. Este “capital” político es invertido en las elecciones (racionalizado como “la combinación de muchas formas de lucha”).

Una vez elegido el “líder popular” de orígenes humildes inicia una serie de transacciones con la clase dirigente, cambiando la popularidad en votos por el reconocimiento político y el acomodo. Esto es racionalizado por la pequeña burguesía ascendente con la retórica de “realismo”, “pragmatismo”, “posibilismo” y la “necesidad de ensanchar la base electoral” para alcanzar puestos más altos (la presidencia). El “doble discurso” se hace dominante en esta fase. La pequeña burguesía ascendente realiza visitas discretas a las embajadas y capitales imperiales proporcionando “garantías” a los intereses imperiales, promesas de prontos pagos de deuda, promoción de las privatizaciones y libres mercados y designaciones de ministros neoliberales. Estos compromisos son dados a cambio de la certificación imperial.

El pequeño burgués, una vez elegido como jefe de Estado, se empotra en la periferia de la clase dirigente. Los ministros designados de la clase dirigente diseñan y promueven los intereses imperiales mientras el recién elegido Presidente proclama una política de disciplina fiscal, crecimiento de la exportación, ajustes de salarios, “reformas” de los beneficios sociales y legislación laboral y social. El “candidato del pueblo” garantiza pagos prontos y totales a los acreedores extranjeros y locales, subvenciones a las élites agro-mineras y manufactureras para exportación y reduce los salarios, aumenta el paro y elimina los programas de asistencia social de la clase obrera. Las organizaciones electorales pequeño burguesas cooptan a burócratas laborales para que se opongan a la acción colectiva, y “disciplinen” a los trabajadores. Desde el aparato estatal crean “organizaciones antipobreza” para construir una base electoral clientelar que reemplace la pérdida de trabajadores con conciencia de clase desilusionados.

La “izquierda” de la máquina electoral pequeño burguesa neutraliza los movimientos sociales populares críticos, argumentando que el régimen tiene “dos proyectos”: El gobierno cambiará del “Plan A” (neoliberalismo) al “Plan B” (asistencia social) cuando reconozca el “fracaso” de su política original. Esto es una impostura y un deliberado engaño diseñado por los electoralistas de “izquierdas” para justificar la continuación de sus puestos en oficinas secundarias mientras conservan la afiliación del partido a fin de ser reelegidos. Los electoralistas de “izquierdas” están en diálogo constante con líderes “críticos” de los movimientos sociales, presionando a estos últimos para que se abstengan de construir una poderosa alternativa política a la clase dirigente pro imperialista del “Presidente del Pueblo”.

El liderazgo pequeño burgués, integrado políticamente en la política y la economía de la clase dirigente, convierte los puestos políticos en riqueza económica privada comenzando la transición de pequeño burgués a clase burguesa. El paso final en la ascendencia de los políticos pequeño burgueses es su aceptación por los círculos sociales de la clase alta, la invitación a las grandes plantaciones, las fiestas con todas las celebridades y “gente famosa”, las cenas en Wall Street, las grandes recepciones políticas y diplomáticas. El pequeño burgués ha llegado, aunque de vez en cuando se cambie de ropa, se ponga una gorra de béisbol y visite un barrio de chabolas o un pueblo sin tierras para salir en la foto. Siendo líder de la perpetuación de la pobreza, el “Presidente del Pueblo” plantea en foros internacionales y Naciones Unidas la necesidad de luchar contra la “pobreza mundial” y pide a las naciones ricas que cooperen, lo que evoca el aplauso público y cínicas risitas privadas entre los inversores que están al tanto.

El imperialismo gobierna por medio de una cadena de vínculos políticos que en la cima juntan a las élites de la clase dirigente y a tecnócratas autoritarios que diseñan las estrategias y políticas a poner en práctica por los electoralistas pequeño-burgueses. La élite establece los parámetros nacionales institucionales dentro de los cuales la móvil clase política electoral de la pequeña burguesía ascendente moviliza y desmoviliza a las masas. La clase imperialista establece hegemonía sobre la clase dirigente; la clase dirigente ejerce hegemonía sobre la pequeña burguesía y ésta mantiene influencia sobre sectores del liderazgo de los movimientos sociales populares.

El punto teórico es que el imperialismo gobierna por medio de hegemonía indirecta. Sus intereses son articulados por políticos subordinados pequeño-burgueses mediante ideologías “modificadas” para acomodar las demandas de los de abajo. Por ejemplo, la clase dirigente imperial le habla a la clase dirigente colaboracionista de libres mercados, crédito fácil, préstamos, beneficios recíprocos en libre comercio y empresas conjuntas. La clase dirigente le habla al pequeño burgués de “democracia”, “elecciones”, “partidos”, “reparto de poder”, oportunidades económicas, “comisiones” y ascenso social. El pequeño burgués electoralista agita a las masas contra el “neoliberalismo”, la “globalización”, la necesidad de “alternativas” y la corrupción e inviabilidad del “viejo orden”.

Los electoralistas de "izquierda" vociferan la retórica de un “nuevo modelo”, de “presionar a las élites” y de “recuperar el partido”. Los líderes de los movimientos sociales que están vinculados a los electoralistas le dicen a sus bases populares que “las circunstancias no están maduras para una ruptura”, “tenemos que volver a las bases” y “tenemos que concentrarnos en las reformas sectoriales”. El pequeño burgués convence a los líderes de los movimientos sociales para que se abstengan de la lucha de clases independiente por el poder político.

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II

AUTOORGANIZACIÓN, AUTOGESTIÓN, AUTODETERMINACIÓN

x Iñaki Gil de San Vicente

Grabemos a fuego estos tres conceptos en nuestra práctica y en nuestra teoría porque serán aún más decisivos en nuestro futuro que lo que han sido en el pasado y lo son en el presente. Miremos por donde miremos, todos los grandes y pequeños pasos que nuestro pueblo ha ido dando desde, por poner una fecha, finales de 1950 han estado directamente relacionados con la autoorganización, en primer lugar, e inmediatamente después, con la autogestión y la autodeterminación. Naturalmente, aquí empleo estos conceptos desde y para una teoría antagónica a la oficial, a la patriarcal, española y burguesa. Por autoorganización se entiende la capacidad de la gente de crear organizaciones y colectivos de defensa de sus intereses independientes de los instrumentos de control directo e indirecto del poder. Los oprimidos, quienes fueren, se organizan a sí mismos, ellos se liberan a sí mismos. Esta auto-organización ha sido y es una práctica muy asentada en nuestro pueblo. Tanto bajo la dictadura franquista como bajo el sistema antidemocrático actual, solamente la autoorganización popular y social ha permitido a nuestro pueblo crear y dotarse de sus propias e independientes organizaciones, movimientos, colectivos, grupos, etc. Y una de las obsesiones de las fuerzas regionalistas, estatutistas y estatalistas desde mediados de 1970 fue y es la de integrar o destruir esta independencia organizativa. Conocemos de sobra, por haberlas padecido desde hace dos décadas, la inmensa masa de prohibiciones, presiones, intentos de ahogo económico y legal, chantajes de todo tipo, etc., que han sufrido prácticamente todas las prácticas de autoorganización, desde las fiestas populares hasta los colectivos políticos.

Una de las virtudes de la autoorganización es que lleva en su código genético la necesidad de desarrollar la autogestión en todo lo que organiza. La autogestión como proceso, desde la ayuda mutua hasta el consejismo, pasando por la autoadministración, la cooperación, el control obrero y popular, etc., sólo es viable a la larga si, además de otras cuestiones, ha nacido y crecido mediante la autoorganización de los colectivos implicados en ella. Es muy difícil, por no decir imposible, que la autogestión concreta o generalizada se sostenga sin la experiencia crítica y creativa que genera la autoorganización, sin ese vital espíritu de independencia frente al poder que le caracteriza. La experiencia no solamente vasca sino mundial así lo demuestra. Y del mismo modo en que el poder ha intentado e intenta destruir o integrar la autoorganización, también hace lo mismo contra la autogestión y sus diversas formas particulares. La amarga experiencia del cooperativismo neutro e interclasista es uno de tantos ejemplos.En sentido general, la autogestión significa la capacidad de las personas para administrar ellas mismas los colectivos que ellas mismas han organizado. Una de las virtudes de la autogestión es que lleva en su código genético la necesidad de desarrollar la autodeterminación permanente del colectivo que se autogestiona. La autogestión se caracteriza por la decidida voluntad de sus miembros para administrar ellos mismos sus cosas, para no ceder su ejercicio de decisión libre y consciente a un poder exterior y extraño. Nuestra experiencia y la de todos los pueblos trabajadores que han luchado por su liberación, muestra que la autogestión en su sentido pleno y radical, socialista, y al margen de sus grados y niveles concretos de plasmación y desarrollo, fluye naturalmente hacia un proceso más amplio de autodeterminación colectiva e individual. No puede ser de otro modo, ya que la autodeterminación no es sino el nivel más consciente y vital de la práctica de decidir por uno mismo, trátese de un colectivo y/o de una persona, qué es lo que se está auto-gestionando en el presente y por qué y cómo se va a autogestionar permanentemente en el futuro, cuando se decida democráticamente esa autodeterminación en su forma más consecuente y lógica, la independencia nacional en un marco de democracia socialista y de extinción del patriarcado. Vemos que existe, pues, una relación dialéctica interna entre la autoorganización, la autogestión y la autodeterminación. Es tan obvia e inocultable que también la ve, la vio desde su mismo origen, el poder dominante.

Los esfuerzos de éste por romper dicha relación dialéctica no vienen únicamente del peligro insoportable que para sus intereses de explotación y expoliación supone el proceso entero sino, además, del hecho igualmente innegable que tal dialéctica no es totalmente espontánea e invertebrada. Por el contrario. Si algo ha enseñando la tremenda experiencia colectiva acumulada desde el primer tercio del siglo XIX, cuando apareció la lucha obrera y popular contra el capitalismo, es la necesidad de que en el interior de la autoorganización exista una teoría práctica de la organización emancipadora, de que en el interior de la autogestión exista una teoría práctica de la gestión socialista y de que en el interior de la autodeterminación exista una teoría práctica de la determinación independentista. Esta experiencia también se ha confirmado en Euskal Herria. Definitivamente, como prueba del algodón, la efectividad de dicha relación interna queda confirmada por la desesperada insistencia que hacen las fuerzas represivas para destruir a los colectivos organizados que están en permanente dialéctica interna con la autoorganización, la autogestión y la autodeterminación. Todas las doctrinas represivas y contrainsurgentes, así como todas las teorías revolucionarias, saben que cuanto más estrecha, ágil y viva es la dialéctica entre la práctica organizada y la autoorganizada, más débiles son los resultados últimos de la represión en todas sus formas y maneras de plasmarse.

Pues bien, si debemos grabar a fuego en nuestra praxis diaria los tres conceptos es porque son básicos para, de un lado, derrotar a la represión española desde una estrategia ofensiva, creativa y constructiva, no retrocediendo al defensismo pasivo de la tortuga; de otro lado, superar la reiterada traición del PNV-EA y volver a tejer en las calles, fábricas, escuelas, las redes y los nudos de la construcción soberanista vasca; además, multiplicar las bases materiales de una Euskal Herria realmente democrática, autocentrada y consciente de sus recursos y necesidades para resistir a las fuerzas destructoras y disolventes del capitalismo actual, caracterizado por llevar al extremo la absorción de todo lo cualitativo, identitario y humano en la máquina alienadora del mercado y del beneficio burgués; y, último, aumentar la tan necesaria solidaridad internacionalista con los pueblos que también se autoorganizan para aumentar la autogestión de su vida y lograr su autodeterminación ¬su independencia¬ en un mundo sometido a la ciega y férrea uniformidad del imperialismo. A simple vista, parece una salida desesperada, cuando en modo alguno es así. Todo lo contrario. Tras decenios de lucha y autoorganización en cuanto proceso que tiende a la autodeterminación mediante la autogestión generalizada, nuestro pueblo se ha dotado no sólo de colectivos enraizados en nuestra identidad, sino también de una fértil praxis popular autocrítica y consciente de la urgencia de masificar, socializar, extender y ampliar la dialéctica entre la organización y la autoorganización. Por eso venceremos.

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De: debateelectoralcolombiano@gruposyahoo.com
Documento - JUEGO ELECTORAL.doc
Enviado por: returns.groups.yahoo.com
prensa_rural@colombia.com
Fecha: 13 de mayo de 2012 02:46

Nota.- El grupo de debate viene difundiendo temas acerca del tema electoral. De tiempo en tiempo reenvía este par de artículos, que tienen relación interna y actualidad evidente.

James Petras es conocido escritor, versado en política internacional. Es crítico de la “izquierda democrática”, otro nombre de la corriente liberal, que ahora no tiene otra función que de servir de “oposición tolerada” y como tal parte del sistema electoral en todo país.

Esta “izquierda democrática” ni siquiera puede levantar las consignas primigenias del liberalismo, defendidas ahora por el Socialismo como libertad política, igualdad jurídica, fraternidad laboral. Son la base para luchar contra la dominación ideológica, explotación económica, opresión política, represión social del neoliberalismo dominante. La prueba está en la lucha actual contra el sambenito de terrorismo, la criminalización de la protesta popular, el pensamiento único.

Iñaki Gil recomienda grabar a fuego la autodeterminación, autogestión, autodeterminación y sus relaciones mutuas. El esclarecimiento ideológico lleva forzosamente a plantear el tema de la organización, pasar de la teoría a la práctica. Y para este paso juega rol decisivo el nuevo tipo de organización. Por eso la importancia de analizar el tema de la Organización del Socialismo Peruano.

Un punto importante es: “Vemos que existe, pues, una relación dialéctica interna entre la autoorganización, la autogestión y la autodeterminación. Es tan obvia e inocultable que también la ve, la vio desde su mismo origen, el poder dominante.” Esto es muy cierto. Cada vez se ve más claro el rol de las ONG, que no son organizaciones no gubernamentales sino organizaciones neo gubernamentales, detrás de las cuales están hasta servicios de inteligencia disfrazados, como USAID, etc. En el panorama político los partidos son desplazados o subvencionados por ONG, es decir, por el propio sistema dominante. Por supuesto, hay honradas excepciones.

Luego de ocho décadas de tenaz labor, el Socialismo Peruano está en su etapa de organización nacional. Para esta labor, artículos como los presentes serán de gran utilidad al Activista de Hoy

Ragarro
11.06.12

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