lunes, 4 de marzo de 2013

LA SALSA PICANTE EN LA FAMILIA RENGIFO





Establecimiento Penal, Huacariz, Cajamarca, 9 de agosto de 1999.

Señor
Roy Rivasplata,
Conductor del programa radial “Salsa picante”.

LIMA.-


Es frecuente que al escribir una carta al conductor de un programa radial se le felicite por su buen programa y todo eso... Yo no quiero felicitarlo. Lo que quiero darle es mi agradecimiento personal por difundir un verdadero legado de cultura musical del folklore "afro-latino-caribeño-americano”, frase acuñada por su amigo el Dr. Aparicio Delgado Porta.

Hay un dicho popular que refiere que el perro es el mejor amigo del hombre. Sin embargo, aquí, en la cárcel, el mejor amigo del interno es su radio Y en medio de tanta decadencia de música comercial y los llamados ritmos de moda, podríamos decir que "Salsa picante" es un oasis.  También es un querido punto de reunión de los amigos de la buena música que sábado tras sábado confluimos para departir con usted cuatro horas de excelente programación, sentimiento, saoco y sandunga.

Es común en la mayoría de la gente, escoger el día sábado para salir a tomar un poco de esparcimiento y diversión que endulce y reconforte el espíritu luego del duro trajín de la vida cotidiana. Aquí, también, a través de las ondas de frecuencia modulada de CPN Radio, cada sábado nos preparamos entre cigarrillos y tazas de café a disfrutar de la fiesta que es escuchar "Salsa picante".

Un último agradecimiento, ya no sólo por hacernos llegar el sentimiento y la esperanza de un pueblo cuyos intérpretes recogieron un legado para darle sus más ricas y expresivas formas a través de la música que usted difunde; sino, también por enseñar buen gusto y por educar con su programa.

Gracias por todo su esfuerzo y perseverancia. Hace ya más de ocho años que estoy recluido -pasando por diversas prisiones del Perú- y su programa, como su música, me ha ayudado a conservar la alegría, el buen humor y el optimismo necesario para salir adelante en la contingencia diaria.

Quería aprovechar esta oportunidad y pedirle -por favor- si a través de su micrófono pudiera enviarle un saludo a mi padre, el Sr. Antonio Rengifo Balarezo, el hombre que me enseño desde niño a descubrir el universo de la música.

Es todo.

Atte.

Claudio Rengifo Carpio.




Alegría y reafirmación cultural


Antonio Rengifo Balarezo

Es lo que ha llevado a los hogares limeños "La República" el viernes 22 de noviembre con el Cd de Celia Cruz.  Lo puso al alcance de la mano en los kioskos de cada esquina de la ciudad por 10 soles. Dio satisfacción a una necesidad primaría. Así como el pan no debe faltar en ningún hogar, tampoco la música,  es decir, la alegría; por lo demás, la música y el baile alejan a los malos espíritus de la casa.

El día que apareció el Cd de Celia Cruz, mis amigas y amigos, conocedores de mi preferencia por la música tropical, me lo recordaron desde temprano por teléfono. Cuando me reuní con Cecilia, mi esposa, después de salir del trabajo, nos bailamos de un solo “queco” todo el Cd. La alegría desencadenó nuestras energías adormiladas. Concluimos sudorosos y alegres. Y, sobre todo, queriéndonos más. Todas las catorce piezas nos gustaron, aunque en grado superlativo: Tamborilero, Bajo la luna, Para tu altar y Vamos a guarachar. Explicaré porque gozamos con la música tropical. Lo que es sumamente fácil  ya que la música suscita la evocación.

Cecilia nació y se crió en el lugar en donde se encuentran las zambas más hermosas de Lima: Chorrillos.  Desde muy pequeña escuchó indirectamente a Celia Cruz acompañada por la Sonora Matancera en la cantina "El Verde", así la llamaban en el barrio, aunque no tenía letrero. Ella vivía frente a esa cantina y en todas las cantinas elevan el volumen de la rockola. Ya adolescente, su hermano mayor le enseñó a bailar.

Yo nací en El Rímac y pasé mi niñez en El Callao, en una casa huerta de mis tías, en la esquina del Jr. Ancash con Arequipa Sur, cerca a La Mar brava. Era la única que en esa zona tenía teléfono. Muy poco me dejaban salir a la calle. Solamente recuerdo a dos zambitos de mi edad que vivían frente a mi casa: "Pitti” y "Panceta", eran hermanos. La casa de ellos también formaba esquina; era de madera, pero sólida.  En la siguiente cuadra del Jr Ancash, en donde vivía, y en la esquina con el Jr. Apurimac quedaba una célebre cantina llamada El Arca de Noé.

El barrio se alborotaba cuando irrumpían al anochecer los Humiteros con guitarra, tumbadora, bongó, huiro y maracas; vestidos con camisas de bobos en las mangas y de colores encendidos con figuras de palmeras.  Tocaban música de solar cubano al estilo del Trío Matamoros o de Celina y Reutilio.  Recuerdo una guaracha que nunca la he vuelto a escuchar:  Quiero un sombrero de huano una bandera y un son para bailar…  Los niños éramos los primeros en congregarnos para verlos tocar y bailar.  Los padres de familia en las puertas de sus casas esperaban que se acerquen a ofrecerles las humitas que traían calientitas en un canastón.  Y así iban los Humiteros de esquina en esquina…

 La huerta de mi casa colindaba con "El Ají verde" un prostíbulo de cierta categoría, se atendía previa cita y con santo y seña. Y la música de Celia Cruz y La Sonora matancera también la escuchaba indirectamente. Dicho prostíbulo era regentado por una mujer madura a quien todos la trataban con sumo respeto y la llamaban madam, por ser francesa.  Los parroquianos asistían vestidos con terno.

Al Ají verde se ingresaba por una puerta estrecha con una ventanita para certificar quien era la persona que pretendía ingresar.  La puerta de entrada daba inicio a un corredor con habitaciones a ambos lados. Cada habitación tenía una claraboya en el techo y los implementos para librar “un combate” cuerpo a cuerpo a media luz y con efluvios misteriosos.  Al final del corredor se iniciaba una explanada con un bar, mesas con sillas y espacio para bailar. 

Ustedes dirán, cómo sabía el niño Toñito tanto si no había ingresado al prostíbulo. Les explico.  La explanada del prostíbulo la separaba únicamente una pared de la huerta de la casa de mis tías.  Para satisfacer mi curiosidad de lo que para mí estaba envuelto en un halo de misterio, me hice cómplice de las jóvenes de la servidumbre de la casa. Ellas, con tal que no las delatara, me subían al techo para mirar furtivamente.

Otra influencia infantil para apreciar la música tropical ocurrió cuando mi abuelita me llevaba de visita a la casa sin niños de una amiga que vivía en los altos del entonces restaurante "España", al costado de la iglesia Matriz en la parte antigua del Callao. Frente a la iglesia, en el Jr. Constitución, estaban ubicados algunos bares atendidos por copetineras. Ahí recalaban los vaporinos a disiparse después de una larga travesía. En esos bares se bailaba con música cubana y puertorriqueña. Al anochecer salía a la plazuela de la iglesia para recoger "padrino cebo*y apreciaba el ambiente del frente.

En el Callao también visitaba la plazuela del muelle de guerra. Ahí los sábados o domingos los músicos de la marina de guerra yanki trataban de entusiasmar a los concurrentes; pero como únicamente interpretaban música norteamericana no lo conseguían. También invitaban a visitar sus buques y a ver las películas que proyectaban. Lo mismo hacían en los otros puertos del litoral peruano. Pero todos esos lugares, eran bastiones inexpugnables de la Sonora matancera. En suma, la Sonora mantancera impidió el avasallamiento cultural de la política exterior yanki.

Poco antes de mi adolescencia fui -en 1950- a vivir al precioso conjunto habitacional llamado Unidad Vecinal No. 3, la ciudad hogar. Ahí en el colegio fiscal y en la vecindad me encontré con muchachos provenientes de todos los barrios populares de Lima y Callao.  Tanto en las casas de los vecinos como en le rockola de la cantina del barrio –de los esposos japoneses José y María Tokumori- se escuchaba a Celia Cruz y a otros cantantes de la Sonora Matancera. Era una cantina típica de barrio populoso, pues tenía aserrín regado en el piso.

Ya adolescente hice amistad con Juancito que era mayor que yo y trabajaba como obrero en la Av. Argentina. Él se disipaba, como la mayoría de obreros, tomando licor los sábados en la cantina; cuando ya estaba algo "picado" bailaba frente a la rockola y algunas veces desafiaba para demostrar sus dotes de bailarín. A él lo llamábamos cariñosamente: Juancito Trucupey en alusión a la canción de Celia Cruz y que integra el Cd lanzado por “La República".

En la Unidad Vecinal No. 3, los carnavales se celebraban con bailes infantiles y juveniles en el Salón comunal, engalanados con la presencia de la Reina de nuestra Unidad Vecinal. Una de esas reinas fue Queta Rodríguez, la hermana de nuestro amigo de barrio “Chupetín”; otra reina, Maruja Herencia.  Las fiestas de matrimonio también se celebraban en el Salón comunal, pues los numerosos invitados rebasarían en la casa y los vecinos no podrían dormir con tranquilidad. La casa se reservaba para los cumpleaños.

Entre los bailarines más notables recuerdo a "culebrita" Estrada, "Peluca" Paniagua, "Ojo de uva" (Italia) Bassa, "Cachito" Urrutia y a Joaquín Hidalgo “Tronquiño”. Cuando éramos invitados a otros barrios llevábamos a alguno de ellos para que quede bien la Unidad Vecinal No. 3.

Entre las notables bailarinas mencionaré en primer lugar a "La loca Tilín”, una zamba que movía muy bien hasta las orejas; a ella todos los discos le resultaban cortos, puesto que cuando terminaban, seguía bailando; "La tía Tula", tenía una combinación de rasgos físicos de negra, india y blanca; era alta y mayor que todos nosotros; la naturaleza había sido demasiado pródiga con ella y ella como retribución, también se prodigaba. Aprovechaba sus ostensibles cualidades "antero-posteriores" en el baile, especialmente cuando Celia Cruz cantaba Vamos a guarachar.  Jalaba a cualquiera de los jóvenes y se ponía a bailar; a base de arrumacos, iba situando a su pareja en una esquina para que no tenga escapatoria; y en el preciso momento en que la música "picaba" por la intensa percusión en los cueros;  movía rítmicamente los hombros y situaba sus enormes "pechereques" en la nariz de su pareja. El joven concluía sofocado y "birlocho".  Por último, mencionaré a "La flaca Pilancho"; ella se caracterizaba por su entusiasmo desbordante y por ser "eléctrica", acelerada; nunca sincronizaba con el ritmo. Todos los long-plays de 33 revoluciones los bailaba como si fuesen de 78 r.p.m.  (En esa época aún no empezaban a usarse los cassettes).

Para ponernos al día con la música de la Sonora matancera -y a pesar de nuestra edad- fuimos algunas veces al bar "El Sabroso", en el Callao, ubicado en la parte antigua y cerca a la Av. Constitución. Ahí tos vaporinos, cuando ya no tenían dinero, trocaban los nuevos discos que traían de Cuba por cajas de cerveza que les proporcionaba el señor Rospigliosi, dueños del bar... En ese bar éramos marginales, pues estábamos en plena etapa de aprendizaje para luego adquirir cultura alcohólica; es decir, para conducirnos con corrección; a pesar de los tragos ingeridos.

En esa época la música tropical bailable era asociada a los lugares licenciosos. Razón por la cual, los miembros de las clases medias influidos por el catolicismo se privaron de liberar sus energías vitales y expresar sus sentimientos a través del baile, la música y el canto tropical.  Tal es así, que cuando egresé de la universidad de San marcos hice una reunión en mi casa.  Invité a mis amigos de barrio y a mis amigos de la universidad, los que procedían de Miraflores y Barranco.  Eran dos mundos aparte.  Mis amigos de la universidad no sabían guarachar.

Sin embargo, la música tropical se fue haciendo presente hasta en los lugares más insospechados. Cuando fui a trabajar a Puno, al concluir mis estudios universitarios, un hacendado me contó que cuando alguno de ellos se enteraban de la llegada de una orquesta tropical con sus bailarinas al "Embassy” (Plaza San Martín) o al "Olímpico" (Estadio Nacional), hacían una bolsa y financiaban su presentación -privada- en alguna de las señoriales casas-hacienda del  altiplano puneño, previa aclimatación del personal en Arequipa.  (Debe recordarse que la Sonora matancera debutó en Lima, en la Plaza de Acho, el año 1957.  ´El cantante Celio González salió en hombros seguido por una multitud de seguidores de la Sonora matancera.

Luego de varios años retorné a Puno, a la meseta del Collao, como jefe de un equipo de diversas profesiones, entre limeños y puneños, con la finalidad de identificar proyectos de inversión y generar empleo.  Tuve a mi disposición una camioneta pick up de doble cabina en la que deposité unas cajas de cerveza y un equipo de sonido portátil.  Al anochecer y después de recorrer el campo puneño, llegamos a Llachón, ubicado en la punta de la península de Capachica en el lago Titicaca.  Le solicité al señor Cleto Mamani, director de la escuela que nos permitiera pernoctar en sus instalaciones con nuestras bolsas de dormir.  Gustosamente aceptó nuestra inopinada visita.  Pero, antes de dormir, empezamos a beber algunas cervezas y escuchar música.  El director, que tenía evidentes rasgos indígenas, nos sorprendió a todos cuando escuchó Llorarás interpretado por la orquesta Dimensión latina en donde Oscar de León cantaba y tocaba el contrabajo. Como es sabido, Oscar de León tuvo desde niño la fuerte influencia de la Sonora matancera; pues, su mamá cuando oficiaba de lavandera se acompañaba escuchando los programas musicales de la Sonora matancera con su radio y Osquítar al lado.  Pero, como así, Cleto Mamani cimbreaba la cintura al bailara y hasta nos desafiaba a salir al ruedo?.  Luego de aceptar el reto, y concluido el baile, le pregunté sobre su habilidad para bailar ritmos tropicales.  Me respondió que cuando se fue a estudiar pedagogía a la escuela normal de Arequipa se juntaba con sus condiscípulos originarios del puerto de Mollendo; quienes con otros mollendinos salían a bailar los sábados.  Por lo demás, les diré que Puno es una tierra de bailarines y fecunda en danzas.

 En fecha cercana y en la isla Penal de El Frontón –frente al puerto del Callao- los senderistas prisioneros en el día de visita no sólo bailaban: ¡¡fuerza sicuri!!, de Puno; sino también música tropical, el recluso "Figurita" destacaba en los concursos.  Díganme ustedes, si la Sonora matancera no estará en todas partes.

Felizmente, ahora la música tropical se mantiene vigorosa y trasciende a todas las clases sociales, sin los prejuicios y la imposición cultural que intentó reprimirla. Felicitaciones al diario "La República" por tan oportuna iniciativa. Ahora apreciemos la clara y precisa vocalización de Celia Cruz y la disciplinada orquesta tropical La Sonora Matancera. Tanto la cantante como el conjunto musical han pasado la prueba del tiempo y mantienen su frescura. Eso le confiere el carácter de clásicos.

(Lince, sábado 23 de noviembre de 1996).



El Callao, capital peruana de “la Salsa

La he pasado muy bien

Bailando con Willy Colón por 13 soles

...se trata de eso; pagar, entrar y disfrutar de la música.
Y llegar a la casa y decir la he pasado muy bien,
he disfrutado con la música,
que es un placer, uno de los grandes placeres.
Sea la música que sea, culta o no.

Carles Santos.
Quimera
Revista de literatura. No. 168. Barcelona, abril, 1998.



No vayas al Callao y menos de noche y solo, te pueden hacer daño. Ahí está la gente más maleada. Este fue el consejo de mis familiares y amigos. Sin embargo, los desoí. Liberé mis impulsos vitales y acudí, el viernes 20 de agosto, a la cita con Willy Colón y su orquesta en el Complejo Deportivo Yahuar Huaca del Callao, (3er. Festival Chim Pum Callao).

Llegué cerca de la media noche. Ni bien bajé del micro, ya una joven me ofrecía una entrada sin recargo. Era una gentileza chalaca. El ingreso se efectuó sin colas ni tumultos, en pequeños grupos. Los miembros del servicio de seguridad revisaban las ropas con amabilidad y firmeza. A pesar del doble chequeo, la chata de ron Bacardi que llevaba en el bolsillo trasero de mi pantalón se hizo impalpable. No la detectaron. Parecería que por mi buen ánimo irradiaría una aureola de santidad. Al trasponer la puerta de ingreso unas chicas me regalaron una cajetilla de cigarrillos.

Me ubiqué en la parte lateral y delantera. Luego de un vistazo a la muchedumbre me dije: el Callao es la capital peruana de la salsa. Las letras de las canciones estaban en boca de todos y se movían al son de la música. Los jóvenes hacían pirámides humanas que rápidamente se desmoronaban, unos lucían polos estampados con la bandera portorriqueña y otros el rostro del cantante Héctor Lavoe. Había más mujeres que hombres. ¡Qué bacán!

Estaba tocando un conjunto colombiano y cantaba alguien que me resultó familiar. Consulté a una autoridad, a cualquiera de mi alrededor, fue una señora que tenía una vincha del club de fútbol Boys; me confirmó, si era el mismo del tema La Chica de Chicago. Al poco rato interpretó ese tema. De los músicos quedé maravillado por la niña angelical que tocaba el teclado. Era cachetoncita con una papadita apetecible y un sombrerito que le cubría las cejas como si tratara de pasar desapercibida. Sin embargo, produce tal estimulación auditiva que concita la total atención del público. Uno se pregunta quién es ese ángel caído del cielo y cuando miramos de donde provienen los sonidos, nos damos con la sorpresa que es una nínfula. La nínfula de la música tropical. ¡Si la vida nos da sorpresas!

Sale la orquesta de Willy Colón y todos nos preparamos para apreciar algo extraordinario, algo así como la aparición de un cometa o el Che Guevara resucitado. Los músicos ejecutan una Salsa con los variados ritmos caribeños y con su vibrante energía, electrizan la atmósfera. De esta manera preparan la aparición de su- Director. Se produce una retroalimentación emotiva entre Willy Colón, los músicos y el público. Es un momento similar a la Eucaristía de la misa. Todos comulgamos de la misma hostia, todos somos hermanos. La individualidad de los concurrentes desaparece. Nadie deja de bailar ni está solo. Y así llegamos simultáneamente al éxtasis.

Yo, que ya estaba “sazonado” -pues, me tomaba un trago entre las canciones- siento una mirada puñalera que me hincaba y que provenía de mi costado. Volteo y era una chalaca que me estaba clavando los ojos. Sin mediar palabra le pasé la chata de ron. Y entre los dos la terminamos. Ella exclamó: ¡acá, el qué no baila, es un huevón!. Nunca había escuchado una lisura que dejara de ser lisura, pues era oportuna y exacta. Luego añadió: ¡Imagínate, bailar por seis soles con Willy Colón!!

Willy Colón le rindió un homenaje musical a la memoria de Héctor Lavoe. Cantó algunos temas de él. Volví a recordar una frase de contenido filosófico de una de sus canciones: Si Dios te da limones, has limonada. Terminado el homenaje, Willy Colón solicitó al público que le hiciera peticiones. Y le llovieron: Gitana, Varón, Idilio, etc. Colón estaba tan bien sintonizado con los chalacos que prolongó su permanencia y complació todos los pedidos.

Antes de terminar quiero mencionar dos episodios. Colón anunció con cierto pudor que iba a cantar en inglés; pero en vista de la fría receptividad, se retractó. El otro episodio sucedió cuando los músicos se endiablaron e hicieron gala de su virtuosismo individual y de su capacidad de hechizar, todos nos quedamos inmóviles y en un silencio reverencial. Se llegó al éxtasis colectivo.

Bueno, pues, todo tiene su final, como dice Héctor Lavoe. Cuando se retiró la orquesta de Willy Colón se retiraron muchos concurrentes, entre ellos, yo también. Me despedí de la chalaca; no sé quién es, ni su nombre. Lo único que sabemos es que nos gusta la salsa. A ella le costó la entrada tan solo seis soles. A mí, 13 soles incluyo la chata de ron Bacardí (cinco soles en la licorería de las chinitas de la cuadra 20 de la Av. Arenales) y los pasajes. Con poco dinero se puede gozar.  ¡Chim-Pum!  ¡Callao!

Al salir encontré un micro que estaba a la espera. Tomé asiento junto a una persona que dormía como si estuviera en la suite del mejor hotel de San Isidro. Me bajé en la esquina de Los Fresnos y Javier Prado en San Isidro. Pero, bien podría haber llegado caminado a mi casa, pues me sobraban energías. Llegué a mi casa a las 4:15 a.m. le dije a Cecilia, mi mujer, la he pasado muy bien, tal como reza el epígrafe.

Antonio Rengifo Balarezo.
rengifoantonio@gmail.com
Lince, 24 de agosto de 1999




La familia Reyes/Ballesteros, nuestros vecinos.

DE:
Miguel Angel Maldonado Castillo
Para:
Antonio Rengifo Balarezo
FECHA:  Callao, 02 de marzo de 2013

Muy buenas tus experiencias Antonio.

 Lo que puedo recordar de la música tropical es que mi afición comienza desde muy niño, así como tú lo narras en tus artículos. Contando con uno o dos años de edad, paraba más en casa de la familia Reyes/Ballesteros que en la mía. Recuerdo mucho a don Guillermo (esposo de la Sra. Elena) hombre muy fornido, grande, callado, recuerdo que me hacia dormir en su pecho cuando llegaba de trabajar al medio día.

La familia Reyes Ballesteros ha sido para mí el referente de la música tanto criolla como tropical cubana. El ritmo y la música vienen por el lado de los Ballesteros. Cuando tenía cinco años más o menos y se reunían en la casa de la “mama” Elena, que era como yo la llamaba de cariño; el abuelo Pancho,(el abuelo "cañería" por su afición al ron) tocador de guitarra, su hijo Alejandro "el mocho" le faltaba un dedo por su oficio de zapatero y, por ultimo, Angelito que era el "ayayero" y, eso si, el bailador indiscutible de marinera limeña, en medio de guitarras y voces entrecortadas por el ron  y la cerveza y la chispa incontrolable de los negros de los Barrios Altos; porque de allí procedían; eran vecinos de las famosas Cinco esquinas  Jr. Junín,  si mal no recuerdo:

Es que con la familia Reyes/Ballesteros aprendí a gustar de la música y de manera muy particular de la música tropical cubana, que dicho sea de paso nunca ha dejado de estar de moda.

Muy buena Antonio por hacerlo notar.

Miguel



NOTA.-  La familia Reyes/Ballesteros vivían en la Unidad Vecinal Nº3 en el Block 56-C-7.  Miguelito Maldonado en el 56-C-8 y Antonio Rengifo en el 56-C-6.- Todos vecinos y, más que eso, como si fuéramos familia. (A:R:B)


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