jueves, 11 de julio de 2013

MATRIZ COMUNITARIA: SOCIALISMO Y PODER - VIII

LA MATRIZ REPRODUCTIVA DE LA SOCIEDAD ACTUAL

Nuevo Orden: Matriz comunitaria

EL PARTO SANGRIENTO DEL SIGLO XXI



SOCIALISMO Y PODER - Parte VIII

Marcelo Colussi

¿Hay vacuna contra el racismo?

El racismo no es un problema nuevo. La historia humana, para decirlo una vez más, ha sido –y continúa siendo– una  sucesión de enfrentamientos. Enfrentamientos diversos, por cierto, entre los que el conflicto étnico es uno más. Pero que tiene un peso muy especial, por cuanto es  el principal  mecanismo  de  segregación  de  otro  diferente.  En  función de ese mecanismo, justamente, se pueden cometer las peores tropelías amparados en la "justificación" de las diferencias.

¿Por qué, muchas veces, atacamos lo distinto?, ¿por qué lo diverso atemoriza? Estas son preguntas que pueden contestarse desde variadas  ópticas: social,  psicológica,  antropológica.  Pero  queda  claro,  desde ya,  que  el  ámbito  de  su  esclarecimiento  corresponde primariamente  al campo de las ciencias sociales; no hay razón biológica que de cuenta de estos  fenómenos,  y  mucho  menos  que  los  justifique.  Si  en  algún  momento  pudo  pensarse  en  un  darwinismo  social  con  pretendido  carácter
científico  donde  la  supuesta  selección  natural  premiaría  a  los  más  fuertes sobre los más débiles, eso se demuestra hoy como el grosero ejercicio de un poder, como una práctica ideológica, muchas veces descarada.

"El racismo y la discriminación racial constituyen una tragedia que continúa ocasionando violencia contra muchos pueblos dondequiera que nos encontremos, sea en países del Tercer Mundo o en los llamados países desarrollados", expresaba la  indígena  maya-quiché  Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz y Embajadora de Buena Voluntad de la UNESCO.

 Es  cierto;  es  tristemente  cierto: estamos  ante  una tragedia.  ¡Una tragedia  de  la  civilización!  Porque  ningún  ser  humano  en  desarrollo  excluye  "por  instinto"  a  otro  por  su  color  de  piel,  por  sus  características físicas externas.

Si  bien  los  avances  de  la  genética  han  mostrado  la arquitectura primera  del  genoma  humano  y  su  indubitable  universalidad,  y  pese  a que ya nadie en su sano juicio puede volver a la retrógrada idea de "raza", el racismo continúa. La raza –ya fue suficientemente dicho en reiteradas ocasiones– no es un concepto biológico; es una construcción ideológica.  Por  lo  tanto, el  prejuicio  discriminatorio que  en  ella  se  basa  no tiene el más mínimo fundamento que pueda respaldarlo.

 Como  toda  noción  ideológica,  tiene  que  ver  no  con una  lectura científica de la realidad sino con un posicionamiento político, de ejercicio del  poder.  En  términos  científicos  –para  decirlo  casi  con  un  criterio  de apelación a la autoridad en el que le damos a la ciencia el valor de libro sagrado  incuestionable–  la  idea  de  "raza"  y  las  supuestas  diferencias que  se  seguirían  de  ella  no  es  sostenible.  Las  diferencias  humanas  se ligan al orden histórico, simbólico, social.

En todo caso, las diferencias físicas constatables –pigmentación de la piel, del cabello, color de los ojos, morfología externa– son datos que se dimensionan a partir de su valorización cultural. Nada hay en el campo  de  la  realidad  física  que  pueda  explicar,  y  mucho  menos  justificar, cualquier forma de discriminación.

 Dicho  esto,  sabido  esto,  demostrado  fehacientemente  todo  esto, sin embargo la discriminación sigue siendo un hecho, un triste y vergonzoso hecho –una "tragedia", para usar las palabras  de la  Premio Nobel. Pero ¿por qué?

Quizá  con  algo  de  ingenuidad  la  reflexión  nos  podría  encaminar a pensar  que  el  racismo  es connatural  al  fenómeno  humano,  es  de  orden genético. Es cierto que lo distinto atemoriza… pero cuando somos adultos. En reiteradas ocasiones se realizó la prueba de laboratorio en la que se colocaba a varios niños y niñas de entre dos y cuatro  años de edad, momento  en  que  han  dejado  ya  de  ser  lactantes  pero  en  que aún  no han  incorporado  plenamente  su  cultura,  combinando  distintas  "razas": un "blanquito", un "negrito", un "chinito". ¡Y ninguno discriminaba a nadie! La  discriminación  racial  viene  tardíamente,  cuando  se  asumen  los valores de la civilización; vienen de otro, vienen de los adultos.

 En  el  acmé  del  positivismo  decimonónico  hubiese  sido  concebible una  explicación  desde  lo  genético  para  el  racismo,  y  más  aún,  para  su justificación.  Pero  no  hoy,  con  el  desarrollo  de  las  ciencias  sociales  que se ha registrado. La pregunta, sin embargo, sigue apuntando a la facilidad, a la rapidez con que podemos caer en la discriminación étnica. ¿Por qué  esto  surge  tan  "fácilmente"?  (Sólo  un  ejemplo:  los  alemanes  –pueblo  tradicionalmente  instruido,  desarrollado–  registra  sin  dudas  uno de los niveles más alto de racismo que podamos  recordar  en la modernidad. Intelectuales teutones de valía creyeron a pie y juntilla en la superioridad de la "raza aria"; y los alemanes no son, precisamente, unos estúpidos. Y pese a haber sido derrotados en la Segunda Guerra Mundial y  a  la  cultura  de  vergüenza  social  que  se  edificó  en  la  post  guerra  en relación  al  nazismo,  al  día  de  hoy  no  ha  desaparecido  totalmente  entre la  población  la  noción  de  superioridad  "racial"  (suele  jugarse  con  la  expresión  "Deutschland  über  alle" –Alemania  sobre  todos–  en  vez  de "Deutschland über alles" –Alemania sobre todo–, que es parte del himno nacional).  ¿Por  qué  esa  recurrencia  de  la  idea  de  superioridad?  Para muestra,  ahí  están  los  grupos  neonazis  persiguiendo extranjeros.  ¿Cuál es la vacuna contra el racismo?

Lo diverso regularmente atemoriza, aterra incluso. Permitiéndonos seguir  usando  el  idioma  alemán,  dado  que  permite  mostrarlo  de  forma más  que  evidente,  lo  "no-familiar",  lo  "un-heimlich",  puede  ser  "siniestro"  –"unheimlich"–.  Ante  lo  nuevo  desconocido  puede  haber  varias  reacciones;  investigar,  descubrir  con  un  espíritu  casi  aventuresco  eso incógnito que se nos presenta. Pero otra reacción muy común –quizá la más común, la más primaria– es la reacción negativa: lo desconocido, lo no familiar, se antoja peligroso. ¿Siniestro?

Seguramente los humanos somos más conservadores que aventureros,  por  eso  descubrir  y  abrirse  a  cosas  nuevas  cuesta  tanto.  Es  más fácil  –angustia  menos–  repetir,  seguir  la  rutina.  Si  soy  blanco,  es  más fácil  encontrar  en  mi  homólogo  la  garantía  de  tranquilidad;  de  ahí  que mis amigos serán blancos, me caso con una blanca, hago que mis hijos se junten con otros blancos. Pero eso no es genético. Es puramente cultural.

 En  general,  y  esto  es  lo  digno  de  destacarse,  la  práctica  discriminatoria  del  racismo  tiene  lugar  desde  el  supuesto  "superior"  (la  raza aria,  los  blancos,  los  europeos  "cultos")  hacia  los considerados  "inferiores",  de  menor  cuantía,  más  "animalescos".  Con  lo  que  se  juega  un ejercicio  de poder: el  poderoso discrimina  al  débil.  No  se da  nunca  a  la inversa. Los que se tiñen el cabello de rubio son los negros o los indígenas, pero es rarísimo ver un rubio pintándose el pelo de negro.

En el ideario socialista clásico la noción de discriminación étnica no estaba  presente.  Por  el  contrario,  con  una  visión  europeísta  incluso,  en el  mismo  texto  de  Marx  pueden  encontrarse  referencias  a  la  necesidad de  ir  más  allá  de  este  tipo  de  contradicciones  para dirimir  todo  en  el plano de la lucha de clases. Y más aún: desde una posición eurocéntrica y  de  "hombre  blanco",  pudo  llegar  a  decir  cosas  que hoy,  siglo  XXI, podrían  verse  como  políticamente  no  correctas,  cuestionables.  Los  prejuicios raciales también ahí se filtran.  Para  muestra, valga citar un artículo suyo de 1853, "Futuros resultados de la dominación británica en la India": "Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia". ¿Las sociedades "atrasadas" deben seguir el modelo del  Occidente "desarrollado"? Pero… ¿cuál es la vacuna contra el racismo?

Si queremos emprender una autocrítica sincera de nuestros postulados y valores más profundos que nos posibilite avanzar en la construcción de un mundo nuevo, es necesario retomar agendas olvidadas o poco  valorizadas  por  la  izquierda  tradicional,  entre ellas el tema étnico. Tomemos como ejemplo una zona de tradición  fuertemente indígena: los pueblos que  hoy  constituyen  los  países latinoamericanos.  Herederos de  una  tradición  intelectual  de  Europa  (ahí  surgió  lo  que  entendemos por izquierda), los movimientos contestatarios del  siglo XX ocurridos en Latinoamérica  no  terminaron  de  adecuarse  enteramente  a  la  realidad regional.  La  idea  marxista  misma  de  proletariado  urbano  y  desarrollo ligado al triunfo de la industria moderna en cierta forma obnubiló la lectura  de  la  peculiar  situación  de  nuestras  tierras.  Cuando  décadas  atrás José Mariátegui, en Perú, o Carlos Guzmán Böckler,  en Guatemala, traían  la  cuestión  indígena  como  un  elemento  de  vital  importancia  en  las dinámicas  latinoamericanas,  no  fueron  exactamente  comprendidos.  Sin caer  en  infantilismos  y  visiones  románticas  de  "los pobres pueblos  indios" ("Al racismo de los que desprecian al indio porque creen en la superioridad absoluta y permanente de la raza blanca, sería insensato y peligroso oponer el racismo de los que superestiman al indio, con fe mesiánica en su misión como raza en el renacimiento americano", nos alertaba  Mariátegui  en  1929),  hoy  día  la  izquierda  debe  revisar  sus  presupuestos en relación a estos temas. De hecho, entrado el tercer milenio, vemos que las reivindicaciones indígenas no son "rémoras de un atrasado pasado pre-capitalista o colonial" sino un factor de la más grande importancia en la lucha que actualmente libran grandes masas latinoamericanas (Bolivia, Perú, Ecuador, México, Guatemala). Sin olvidar que Latinoamérica es una suma de problemas donde el tema del campesinado indígena es un elemento entre otros, pero sin dudas de gran  importancia, la actitud de autocrítica es lo que puede iluminar una nueva izquierda.

Sin  dejar  de  considerar,  desde  ya,  que  una  injusticia  (la  discriminación  racial)  puede  imbricarse  con  la  otra  (la  explotación  económica), la cuestión del racismo es una esfera de sentido con su lógica propia, no reductible a la diferencia social. Siempre los conquistadores de "raza superior" han encontrado en la diferencia étnica la justificación para explotar a los "inferiores", pero sin embargo la discriminación racial funciona como mecanismo psicosocial-cultural  autónomo,  con  su  dinámica  especial. Un blanco de escasos recursos también puede discriminar por indígena o por negro a alguien que, quizá, tiene un mejor nivel económico. "Seré pobre pero no  indio"  puede  escucharse  de  más  de  algún  blanco pobre en Latinoamérica.

 En  orden  a  modificar  las  situaciones  de  injusticia que  definen  la realidad  cotidiana  actual  desde  ya  que  las  diferencias  de  clase  siguen siendo  definitorias;  pero  no  podemos  menos  que  considerar  como  de gran  importancia  el  campo  del  racismo,  otra  tragedia  humana  quizá de no  menor  relevancia  que  aquélla.  La  lucha  por  la  justicia  incluye  todo tipo  de opresión:  económica,  de  género, cultural.  Si  no  es  así  podemos caer en nuevas y sutiles formas de injusticia.

 Hoy día las constituciones políticas de todos los países reconocen y defienden  las  diversidades  étnicas;  las  cartas  fundacionales del  sistema de  Naciones  Unidas  –instancia  supranacional  por  excelencia–  prácticamente tienen razón de ser en cuanto parten del hecho de la enorme variedad  de  etnias  y  culturas  que  conforman  la  especie  humana  y  la  más que  obvia  necesidad  de  su  aceptación  y  respeto  entre  todas  ellas.  Pero más allá de toda esta intencionalidad, el racismo sigue siendo un hecho. ¿Hay vacuna contra el racismo?

El  fenómeno  de  la  discriminación  no  se  restringe  a algún  país  en especial, donde se podría estar tentado de endilgar el fenómeno a "atrasos  culturales". Por el  contrario,  barre  el  mundo  por  los  cuatro  puntos cardinales.  Sociedades  llamadas  "desarrolladas",  para  decirlo  rápidamente,  dan  las  peores muestras de  intolerancia  étnica.  Así  como  en Alemania,  tal  como  veníamos  diciendo,  hace  apenas  unas  décadas  se persiguió a los judíos por millones en nombre del sueño de superioridad racial, en Estados Unidos el Ku Klux Klan sigue teniendo una considerable cuota de poder y hasta no hace mucho tiempo linchaba a pobladores negros,  en  Italia  la  Liga  del  Norte  propone  la  separación  del  sur  "subdesarrollado",  en  Austria  un  partido  neonazi  disputó  recientemente el poder y casi lo gana, sólo por dar algunos ejemplos. Aunque el anterior Secretario  General  de  la  ONU  haya  sido  una  persona  afrodescendiente (todo  un  símbolo,  definitivamente)  el  apartheid  a  nivel  mundial  sigue estando presente.

 En  Guatemala  una  mujer  indígena, la  más  arriba  citada  Rigoberta Menchú, se ha hecho acreedora (no sin resistencias locales) a un Premio Nobel;  paso  importante.  Quizá  a  principios  de  siglo,  o  apenas  algunas décadas  atrás,  esto  hubiera  sido  inconcebible  (todavía  se  vendían  las fincas con todo "e indios incluidos"). Pero la discriminación étnica no ha desaparecido. ¿Hay forma que desaparezca? Incluso podríamos ser más cáusticos en la pregunta: ¿hay posibilidades reales que  desaparezca? Aunque se ha incorporado el neologismo "afrodescendiente" para superar  la  discriminación  de  los  "negros",  sabido  es  que las  poblaciones  de origen africano siguen siendo, por lejos, las más sufridas.

En la forma en que queda formulado el interrogante pareciera que no hay mayores alternativas: ¿será que el racismo está enraizado en la misma condición humana? Por principios diríamos que no, pero ¿por qué es tan frecuente y  cuesta  tanto  eliminarlo?  De todos  modos,  pensemos en  que  debe  haber  alternativas,  ¿o  es  que  realmente hay  "razas  superiores"?

 No debemos caer rápidamente en reduccionismos, por más tentador que ello sea. Sería muy fácil colegir de lo que tenemos dicho que el racismo,  en  cuanto  una  de  tantas expresiones de la agresividad, en cuanto constituyente del fenómeno humano,  es  inmodificable.  Así  las cosas, no habría ya mucho por hacer. O ante cada nueva expresión discriminatoria  resignadamente  encogerse  de  hombros  por  encontrarnos frente a un hecho natural. No hay dudas que podemos (debemos) apuntar a otras opciones.

 La  población  de  una  etnia  difícilmente  establece  grandes  amistades, o busca su pareja, con gente de otra etnia. El amor es narcisista, es decir: yo amo en el otro lo similar a mí; quizá por eso es tan difícil abrirse  plenamente  a  alguien muy distinto. Pero  aunque  esto sea  verdad  en un nivel nada autoriza a que se aborrezca al otro por ser diferente (otra lengua, otras costumbres, otra cosmovisión, otro color de piel). Una actitud civilizada, aunque se estrelle a diario con fuerzas jurásicas que ven en  el  otro  distinto  siempre  una  amenaza,  debe  apuntar  a  ese  ideal  de respeto.

No hay vacuna contra el racismo, ni contra las injusticias. Pero hay la  posibilidad  de  establecer  mecanismos  de  convivencia  que  nos  permitan  respetarnos;  y  esos mismos  mecanismos,  que  no  son  sino  las leyes, códigos  de  conducta  que  nosotros  mismos  vamos  creando,  felizmente no son definitivos, son perfectibles. En Cuba, luego de la  revolución, se estableció por ley que una cuota de los cargos públicos de dirección debía  ser  ocupada  por camaradas  de  color.  Discriminación  positiva, sin dudas, pero muy oportuna. Sólo ese trabajo de educación, de concientización,  de  generación  de  una  nueva  cultura  –dificilísimo,  lo  sabemos– puede dar resultados con varias generaciones de esfuerzo.

Suprimir, eliminar al otro distinto no es el camino. Ello, en definitiva,  no  es  sino  alimentar  el  ciclo  de  violencia;  y  eso  no  tiene  fin.  En nombre  de  lo  que  sea  se  puede  discriminar  al  otro  distinto,  se  pueden pedir  limpiezas  sociales.  Los  motivos  sobran: ahora,  niños  de  la  calle, después los drogadictos, después los homosexuales... ¿Y después? ¿Seropositivos?,  ¿habitantes  de  barrios  marginales?,  ¿indígenas?,  ¿negros? ¿Y después gitanos, judíos, musulmanes, latinos, pobres, habitantes del Tercer Mundo...? La lista no tiene fin. Y en algún lado de la lista estamos todos.


 Lo  que  queda  claro  es  que  el  poder  construye  un  modelo  cultural dominante  que  es el  que  se  impone  al  resto  de  la  sociedad.  Esto  no  es nuevo;  desde  Hegel  en  adelante  –y  por  supuesto  retomado  por  el marxismo  clásico–  sabemos  que  el  esclavo  piensa  con la  cabeza  del amo. "Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante  en  la  sociedad  es,  al  mismo  tiempo,  su  poder  espiritual  dominante", expresó puntualmente Marx en "La ideología alemana".  Entre otras cosas, hasta ahora, en todas las sociedades,  en todas las culturas conocidas,  el  poder  se  construyó  en  términos  masculinos,  independientemente  del  color  de  la  piel.  También  en  las  clases explotadas  el  machismo es un hecho. El poder es de los "machos". La ideología dominante es machista, profunda y obstinadamente machista.

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