domingo, 17 de agosto de 2014

HOMENAJE A ROBIN WILLIAMS.



César Hildebrandt.

"Robin Williams tiró un portazo. La vida ya no le ofrecía nada. Y él ya no estaba en condiciones de tolerar el desfile de las horas, los tics de la cotidianidad, la niebla de los años. Los trenes habían pasado. La estación, vacía.
Se ahorcó. No se sobregiró con las drogas, como hacen los suicidas por carambola, sino que se mató. Limpia y enérgicamente: se mató.
Y hay quienes dicen que esto es cobardía. Muchos de quienes dicen eso esgrimen ese argumento desde los trabajos que odian y donde habrán de envejecer, desde los matrimonios que los mutilaron, desde las casas que decoraron para nadie, desde el amargor de los sueños deshonrados. Y llaman vida al hambre que sacian y al sexo que ventilan. Y a la TV que centellea ante sus ojos.
Y están convencidos de que vivir es esta sucesión de automatismos. Viven atados a unos aparatos con los que se comunican con otros derrotados: "Saliendo del cine. Buena peli Django sin cadenas". Beberán algo. No conocerán el amor. Nada arruinará su pequeñez.
Robin Williams se ha largado. Él mismo puso el "The End" a su película. No esperó la rifa de la muerte, el "lecho del dolor", el cangrejo empeñoso, la dosis paliativa de morfina. Se paró de la butaca y se fue...
¿Qué es más loco: decir adiós sin ceremonia y prematuramente o sentirse feliz en un mundo que tolera lo de Gaza, que ha hecho de la imbecilidad un culto, del crimen una virtud, de la mentira una necesidad? ¿Qué es más horrendo: autoeliminarse o bombardear otra vez Irak para matar a los radicales que los bombardeos anteriores convocaron? ¿Quién le rinde más culto a la muerte: Robin Williams, que dejó de ser por mano propia, o el mundo de las corporaciones y los dividendos que están destruyendo el planeta?
¡Que hipócritas somos! "


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